La violencia discursiva de Javier Milei pretende cosechar sus frutos. En el caso del CONICET ya se registraron dos hechos que configuran algo más que una señal de alarma. Primero fue el caso de dos becarias que, en la ciudad de La Plata, fueron amenazadas por un tipo que las siguió durante varias cuadras cuando detectó que el vehículo en el que viajaban llevaba los logos del CONICET y de la Universidad Nacional local. Luego fue el turno de una investigadora de Mar del Plata quien, recolectando muestras para su trabajo científico en las inmediaciones del Faro Querandí, fue amenazada por tres individuos que pescaban en la zona.

Ambas situaciones no podían ser más emblemáticas. Se trata de mujeres que, además, son trabajadoras de la ciencia y, por esto mismo, resultan un blanco preferencial para esos energúmenos que lentamente van dejando su condición de violentos inorgánicos para convertirse en una horda que, tal vez, derive en algo peor.

La demonización del trabajo científico por parte del candidato a presidente no está vinculada, como podría parecer, a esas visiones cavernícolas propias del oscurantismo más reaccionario. Su desprecio por las actividades científicas y tecnológicas es porque los intereses que priorizan la valorización financiera del capital -que él representa- están en las antípodas del estímulo a los logros del conocimiento y, por ende, al trabajo social que los posibilita. Desde luego que el gran capital financiero se aprovecha de aquellos logros en su propio beneficio, tal y como lo hacen los demás sectores del capital; pero no promueve ni alienta económicamente el trabajo científico porque no le resulta rentable como las operaciones en las Bolsas de las grandes metrópolis o la compra de bonos de la deuda de países esquilmados por sus burguesías parásitas como en la Argentina.

Ahora bien, si tan solo se tratara de un debate de campaña electoral, los argumentos esgrimidos por Milei no resistirían un mínimo análisis. De hecho, en momentos en que India logra alunizar en el inexplorado polo sur de nuestro satélite las razones del candidato son, antes que nada, sinrazones. No obstante, sus denuestos contra las actividades del CONICET son mucho más peligrosos que ridículos. Al incluir en el dudoso concepto de “casta” a las 30.000 trabajadoras y trabajadores de ese organismo rector de la ciencia en el país, Milei construye una reificación de los científicos que, a la postre, los convertirá en un blanco móvil de aquellos que, defraudados por la política, los culparán de sus propias desventuras. En la práctica, la violencia discursiva del candidato adquiere una resonancia protofascista capaz de convertirse, si no mediara una profunda reacción ciudadana, en la argamasa que suelde la organicidad de los pretendidos “loquitos sueltos”, aquellos que hoy son tan capaces de ensayar un magnicidio como de hostigar a unas científicas.

En verdad, el discurso “anticientíficos” es una diatriba contra todo el mundo intelectual, sospechado por esta nueva derecha de generar potencialmente un pensamiento crítico a sus modos de disputar la hegemonía al interior del bloque de poder. Fue muy preciso Milei en sus recientes declaraciones a un medio colombiano. Refiriéndose a esta capacidad crítica aseguró que “en la primera parte, el noventa por ciento de la batalla es cultural y el diez por ciento es cómo conseguir recursos. La segunda etapa, es cincuenta por ciento cultural y cincuenta por ciento avanzar en la regulación y el ataque hacia las empresas. Quizás la última parte -abundó- es la parte de las expropiaciones”. Más tarde llegó al punto de afirmar que “los artistas son grandes difusores de las ideas de la izquierda” y, para rizar el rizo, no se privó de calificar a todos ellos (“socialistas”) como “excremento humano”. Menos mal: peor hubiera sido que los llamara bosta porque, de este modo, ni el pensamiento crítico se hubiera salvado de ser confinado a la más pura animalidad.

En la línea de Viktor Orban primer ministro de Hungría, Santiago Abascal presidente del partido Vox español, Giorgia Meloni primera ministra de Italia y los expresidentes de Estados Unidos y del Brasil, Donald Trump y Jair Bolsonaro, el candidato Javier Milei se solaza en mostrarse como un “terminator” de la idea misma de democracia. No sólo desprecia, al igual que los nombrados, al mundo intelectual; también reduce el mundo del trabajo a una aventura individual en la que la mera voluntad sería el santo y seña para la realización personal. En ese mundo, en el que la “libertad” llegaría hasta la decisión incontestable de vender los propios órganos e ingresar en un próspero y truculento mercado de vísceras, músculos y córneas, el trabajador ya no sería tal sino un factótum de su propio destino; un Deus ex machina que entraría al escenario de la generación de riqueza colgado de una grúa -como en el antiguo teatro griego- y sería presentado por Milei como alguien ajeno al trabajo socialmente acumulado en cada mercancía.

Pero si esta idea del mundo del trabajo y del proceso social e histórico que lo configura se da de bruces con toda la experiencia política, ideológica y organizativa del conjunto del movimiento obrero argentino, la premisa anti intelectual que subyace en el desprecio de Milei a las actividades científicas, tecnológicas y educativas choca contra todas las vertientes del republicanismo liberal.

Es la primera vez en la Argentina que un exponente de la derecha elige una estrategia de confrontación que, por igual, ataca a estos cuerpos doctrinarios. Ya no es uno u otro, o uno en detrimento del otro. Ambas tradiciones son vistas por Milei como un obstáculo a los designios antidemocráticos que lo animan. De hecho, el límite que la democracia formal le ha puesto a la expansión de la hegemonía del capital financiero dentro del bloque de poder y en el conjunto social, convierte a esa democracia en objeto dinamitable.

Desde ese punto de vista, el discurso de la motosierra ha hecho mella tanto en una franja de los sectores populares que, por descrédito en la política y en los políticos no fue a votar, como en aquella otra franja que ha querido ver en el desparpajo e insolencia de Milei a un elemento renovador de las esperanzas frustradas. Y, por cierto, también ha logrado iluminar las fantasías autoritarias de una porción considerable de las altas capas medias. Unas y otros lo votaron, pero ¿es imbatible?

 

Esta derecha remozada, que aspira a superar la experiencia del pretendido gradualismo macrista, también tiene su talón vulnerable: no quiere alpargatas ni libros y con semejante determinación, insensiblemente, viene a conformar un polo antagónico que puede y debe enfrentarla porque, con ella, la libertad sólo puede recular.