Terminada la etapa de instrucción de la causa por los fusilamientos de los basurales de José León Suárez, ocurridos en la madrugada del 9 de junio de 1956, los querellantes se reunirán con el fiscal Paul Starc, a la espera de que se fije fecha para el inicio del juicio oral. La expectativa de los familiares es que esto ocurra antes de fin de año. El siguiente paso, una vez fijada la fecha, es el sorteo de un tribunal oral.
“No es un juicio tradicional, en el sentido de que no hay un imputado detenido. Habrá más testigos, el marco será más amplio, la instrucción confirmó que efectivamente hay elementos suficientes que ameritan la celebración de un juicio”, dijo el abogado Alberto “Pepe” Palacios, abogado designado por la Comisión por la Memoria, Verdad y Justicia de San Martín, en diálogo con BuenosAires/12.
La comisión es una organización fundada por Elena “la Negra” Carranza, hija de Nicolás Carranza, obrero ferroviario y militante peronista, que residía en la zona de Boulogne y es una de los siete asesinados aquella noche por la policía de Desiderio Fernández Suárez. Elena falleció, pero su hermana Berta continúa la tarea de mantener viva la memoria y el reclamo de justicia. Ella fue una de las declarantes en esta etapa. La comisión hoy es presidida por Evita Morales, que acompaña y contiene a los testigos.
La iniciativa surgió durante 2022, cuando los familiares supieron que la justicia había declarado crimen de lesa humanidad a la Masacre de Napalpí, ocurrida en el Chaco cuando aún era un territorio nacional. Así se denomina a la matanza de cientos de miembros de pueblos originarios a manos de la policía local y guardias privados armados por los terratenientes locales en 1924, tras un reclamo por mejores condiciones de trabajo en la cosecha del algodón. Los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles y esa condición permite que se celebren juicios en ausencia.
Operación Masacre
Los hechos que se abordan fueron narrados por Rodolfo Walsh en Operación Masacre, una pieza maestra del periodismo de investigación. Por esos días de invierno, a menos de un año del derrocamiento del general Juan Domingo Perón, Juan José Valle y Raúl Tanco preparaban un alzamiento, que tenía el objetivo de restablecer la democracia y al presidente legítimo, votado por su pueblo.
Pero ese alzamiento estaba infiltrado desde antes de comenzar y los altos mandos militares, en vez de neutralizarlo, decidieron dejarlo correr y aplicar un castigo brutal, que cumpliera una función disuasoria en el futuro. Así fueron cayendo los combatientes en La Plata, Lanús y La Pampa.
En el barrio de Florida Oeste, en el partido de Vicente López, conurbano norte, un grupo de vecinos de la zona, civiles, la mayoría de militancia peronista, se había reunido en el departamento de Juan Carlos Torres, “para escuchar la pelea de Lausse”. "El zurdo" Eduardo Lausse, que en realidad era derecho y aprendió a manejar las dos guardias, era uno de los boxeadores favoritos de la afición. Cada vez que peleaba, llenaba el Luna Park. Esa noche derrotó al chileno Humberto Loayza.
Esperaban que la transmisión fuera interrumpida por una proclama peronista revolucionaria, con indicaciones precisas de salir a la calle y ocupar determinados puntos. Pero a medida que avanzaban la noche y la pelea, fueron suponiendo que algo había salido mal.
Las cosas terminaron de torcerse para ellos cuando un escuadrón de la bonaerense irrumpió en la vivienda al grito de “¿dónde está Tanco?”. Doce civiles fueron detenidos y más tarde fusilados. Juan Carlos Torres logró escaparse por los fondos y se refugió en la embajada de Bolivia.
Familiares consultados por este medio sostienen que el interés de Fernández Suárez era estrictamente personal. Él mismo había participado de confabulaciones contra Aramburu en los meses previos, de manera que matarlos era la manera de cubrirse de eventuales delaciones futuras. "Es difícil entender lo shechos de esa noche sin el contexto del país, el golpe, lo que venía ocurriendo. Por eso queremos citar a decarar a un historiador", cuenta el abogado Palacios.
Curiosidades
Una de las curiosidades y misterios que rodean el caso es que nunca hasta hoy trascendieron los nombres de los perpetradores, más allá del jefe de policía que dio la orden desde La Plata, Desiderio Fernández Suárez, y quien la recibió del otro lado de la línea, en la brigada de San Martín, comisario Rodolfo Rodríguez Moreno.
Sí existe un listado del personal que prestaba servicio en el destacamento en esa fecha, pero nunca se pudo precisar quienes viajaron en el camión, desde el centro de San Martín hacia los basurales ni quiénes efectuaron los disparos.
También llamó la atención que no se presentara a declarar ante la justicia el ya nonagenario sobreviviente Juan Carlos Livraga. Livraga es “el fusilado que vive” del que le hablan a Walsh, el caso que enciende la llama de la curiosidad que ya nunca se apagaría. Luego, el periodista sumaría uno por uno, hasta confirmar la existencia de siete sobrevivientes, dato que marca el nivel de improvisación con que se llevó adelante la Operación Masacre.
Después de la noche del 9, Livraga permaneció oculto varios meses y llegó a Walsh a través de terceros, con la expectativa de que su historia, publicada por algún medio, sirviera como garantía de su vida. Pero fue a la inversa, Walsh no fue garantía de Livraga sino que él mismo terminó oculto en el delta del Tigre, viviendo transitoriamente con nombre falso.
En 1958, a través de una gestión con el gobierno de Arturo Frondizi, Livraga consiguió una visa de EEUU, país en el que reside desde entonces. Viaja asiduamente a la Argentina: este año fue recibido en el despacho que la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner ocupa en el Senado. Por eso llamó la atención que no declarara ante el fiscal.
Luego de aquella noche, los hijos de los fusilados pasaron a funcionar como una especie de nuevo núcleo, social y familiar, ampliado. Porque todos ellos compartían la tragedia y el dolor de la muerte violenta que habían sufrido sus padres y de la que no podían hablar, por el clima opresivo y profundamente antiperonista generado por la autodenominada Revolución Libertadora, y porque la mayoría de sus amiguitos del barrio dejaron de tratarlos, por órdenes de sus mayores. “Nos convertimos en leprosos”, comentó a Buenos Aires/12 Daniel Brión.