En las vacaciones de invierno de 1991 se estrenó en el Paseo La Plaza Los mosqueteros… del rey, una obra para los más chicos de la familia. Con funciones diurnas, la pieza teatral que Manuel González Gil había escrito pensando en sus sobrinos, pronto se convirtió en un éxito y pasó a una de las salas más grandes del complejo teatral y sumando funciones nocturnas. Sobraban los motivos para semejante transformación: en pleno auge del teatro infantil comercial con muñecos de todo tipo, la pieza estaba protagonizada por Miguel Ángel Solá, Darío Grandinetti, Hugo Arana y Juan Leyrado, un cuarteto de lujo.
Los mosqueteros… se mantuvo ininterrumpidamente en cartel por más de cinco años, llenando teatros por todo el país. Más de tres décadas después, aquella obra se acaba de reponer en la cartelera porteña en el Teatro Astral, protagonizada por Nicolás Cabré, Jorge Suárez, Nicolas Scarpino y Fredy Villarreal.
“Mosqueteros… es una de las obras que más felicidad me dio. Fue un éxito impensado: jamás creí que iba a pasar todo lo que pasó”, confiesa a Página/12 González Gil, el autor de la pieza pensada para chicos que terminó convirtiéndose en un suceso teatral que atrajo a chicos y grandes por igual. A partir del “error actoral” que propone, la obra en la que cuatro actores intentan montar la célebre novela de Alejandro Dumas y les ocurre toda clase contratiempos regresa en medio de un contexto en el que la comedia y los musicales parecieran ser casi los únicos dos géneros que la Avenida Corrientes puede contener. Y lo hace con nuevo elenco, que intentará estar a la altura del original. “Es imposible emular a Solá, Leyrado, Grandinetti y Arana, por la trayectoria y por lo que significaron para la obra”, subraya el dramaturgo que tiene más de setenta puestas a lo largo de su carrera.
“En aquél momento tuve que convencer a Solá, Grandinetti, Arana y Leyrado de que hagan un espectáculo para que los chicos pudieran ver a semejante actores trabajar para ellos", recuerda González Gil. "Esa fue la propuesta. En ese momento estaban triunfando determinados espectáculos infantiles con muchos muñecos surgidos de la tele, no muy diferentes a ahora, y los chicos no sabían que había actores que tenían expresión, que podían hablar inteligentemente para ellos. Con esa propuesta los fui convenciendo”.
-¿Le costó convecerlos? Porque era atípico también para ellos actuar en un infantil.
-Era totalmente atípico. De hecho, la íbamos a estrenar el Astral, pero no pudimos y tuvimos que hacerlo en La Plaza, con funciones a las cuatro de la tarde. Y nos fue tan bien que el productor Pablo Kompel me pidió pasarla a la noche, pero yo dudaba porque la habría escrito para chicos. En aquel entonces se mal suponía que esa calidad no era teatro para infantes. Algo que me quedó siempre grabado con esta obra era que venían a verla el padre, el abuelo y el nieto, y los tres se reían del mismo chiste. Fueron 5 años de mucha alegría y felicidad. Incluso, hace unos años la estrené en México, con una idea hermosa que fue convocar a una generación de octogenarios como Héctor Bonilla, Patricio Castillo y Alejandro Camacho, actores que la hicieron para sus nietos. Fue una hermosa experiencia que en pleno estallido se interrumpió por la pandemia, que lamentablemente se llevó a dos de ellos.
-¿Por qué el reestreno? Hay quienes dicen que no hay que volver a los lugares donde uno fue feliz.
-Sí, nunca la quise volver a hacer, pese a que me pidieron hacerlo muchas veces desde 1996. Por el afecto, porque no habrá ninguna igual, por toda esta cosa nostálgica y tanguera que tenemos. Pero resulta que este año hicimos Me duele una mujer, que protagonizó Nicolás Cabré, cuyo representante Pedro Rosón es fanático de Mosqueteros porque era el de Grandinetti cuando la hicimos en los noventa. Le habló tanto de la obra, que lo convenció. Y cuando se sumó Jorge Suárez empecé a creer que tenía la garantía de que íbamos a hacer un juego digno.
-O sea, ¿la duda era más bien por encontrar un elenco que estuviera a la altura de la original?
-Sí, claro, porque la obra no existe. Es un juego. La escribí y se la dediqué a mis sobrinos. Jamás fue pensada como una estructura dramática para adultos. Es un juego con todas las fantasías de una noche aciaga de teatro, en donde cuatro actores intentan hacer lo imposible para que salga bien, y todo es un desastre porque se meten en berenjenales indescifrables… La clave es que la gente de teatro la disfruta muchísimo, porque son cosas que muchas veces les ha pasado. Que se te apague la luz, que cuando te abren la escenografía te encuentres con la de otro acto, que te olvides la letra… todas esas pesadillas que tenés la noche previa al estreno pasan en la obra. Todas juntas, con algunos personajes que son impunes a esa realidad, y un actor de raza que intenta llevar hasta el final esa máxima de que “la función debe continuar”. Es una obra que el público disfruta mucho y los artistas desean hacer. Muchos me pidieron ser parte del elenco.
-¿Por qué creés que genera eso en el público, pero también en los actores?
-Los actores tienen muy pocas posibilidades de jugar en su profesión. El teatro es un juego pero cuando se convierte en una condición laboral se hace muy difícil. Y la obra tiene absoluta libertad. Yo no la hago con los personajes: la hago con los jugadores. De hecho, no doy la obra a leer para que la aprendan al pie de la letra porque son los actores los que la escriben con su cuerpo, sus gestos y con su impronta. Yo armo el juego, pero decirles cómo deben decir las cosas y cuáles son los personajes… no. Fredy, por ejemplo, armó un personaje que es un actor que se traba. Tiene que hablar y se traba. Le pasa a miles de actores. No puede salir del furcio. Freddy es maravilloso haciendo eso. Y además se pone a hablar en “francés porteño”. Es desopilante.
-En la avenida Corrientes parece que hay lugar solo para las comedias o los musicales. Como nunca antes en su historia, no tiene en su cartelera obras dramáticas. ¿Por qué cree que pasa eso?
-Antes de la pandemia sostenía que lo mejor del teatro pasaba por el teatro off. Si querías ir al teatro a ver algo verdaderamente valioso había que ir al off. De hecho, Javier Faroni me compró los derechos de La naranja mecánica y la tuve que ir a hacer a El Kairos porque no se atrevía a hacerla en la calle Corrientes.
-¿Por la temática o por...?
-Porque la calle Corrientes no estaba para una tragedia. Era nariz de payaso y a reír. Cosa que me enojó mucho, lo entendí, pero le dije que me la diera para producirla yo. Quería hacerla porque estaba acariciando ese material y me parecía maravilloso. Y era, para mí, muy importante decir eso que la obra dice. La temática era urgente. En el off fue un éxito: metimos funciones llenas de jueves a domingos en El Kairós. Pero claro: es un teatro de 80 personas y tampoco es que quedaba gente afuera. Faroni tenía razón.
-Pero para el off estaba muy bien.
-Por eso digo que el off se permitía lujos que el comercial no se animaba a permitir. No creo que haya cambiado mucho eso post pandemia. No veo títulos que puedan tomar riesgos dramáticos en la calle Corrientes. Y creo que es un error, sinceramente. Hay que volver otra vez a ellos. Creo que lo que tenía de atractivo la calle Corrientes es que tenías un friso absoluto. Podías ver un Miller, podías reírte, podías ir a ver la revista, podías ir a ver un estandapero y también el teatro que quisieras. Ahora lo tenés en algunas puestas en el San Martín, pero sigue siendo el teatro off el que continúa ofreciendo eso. Son las realidades con las que tenemos que lidiar... Siento que de todas formas seguimos siendo un centro teatral de idioma español único.
-Trabajás en México, Madrid, incluso en Barcelona. ¿Por qué la actividad teatral porteña sigue siendo única?
-Todos los actores quieren venir a trabajar Buenos Aires. Las mejores figuras mexicanas me piden que los traiga aquí.
-¿Qué es lo que les atrae?
-El público, el amor que acá tienen por el teatro, el gusto. He montado muchas cosas en México y he tenido grandes éxitos. La pegué con Made in Mexico, la versión de Made in Lanús. El sueño norteamericano para los mexicanos les tocó una llaga. Estuvo en cartel ocho años. Fue para el Guinness, porque en México a los tres meses ya tenés que empezar a girar. No tiene un público. Si no pegás en algo así medular, como puede ser la patria, o la madre, cuando monté Filomena Marturano, no hay un público habitual masivo. Fueron dos éxitos que atravesaron el tiempo en México. No tiene un público masivo como el nuestro, que disfrute del teatro y que vaya y lo llene.
-El riesgo de que la comedia monopolice la cartelera es que se pierda esa riqueza. De hecho, es un fenómeno solo teatral porque en las plataformas se consume mucho drama.
-El teatro actual le escapa al drama. Por ahí empiezan a haber obras que son de un humor, de una sátira pensante. Sin ir más lejos, Dos locas de remate lo era. Me duele una mujer lo era: una comedia nostálgica, pero tenía cierta poesía y pensante que hablaba de los filósofos y planteaba cuestiones existenciales…
-¿Hoy no se concibe ninguna obra sin humor, entonces?
-En principio, tenés muy pocas chances de convencer a los productores de llevarla adelante. Esa es la verdad. No veo dramas en las marquesinas. ¿Y cuánto hace que pasó Agosto, por ejemplo? Hace 10 años. Hubo algo de Tennesse Williams en el Apolo, creo. Pero no mucho más.
-¿Creés que la actualidad social y económica influye en el buen o mal andar de un género?
-Siento que el teatro es algo que acompaña la cultura de un pueblo. En la medida que lo cultural empieza a aflojar, el teatro va a aflojar irremediablemente. No creo que el teatro vaya ligado a una realidad económica: va ligado a una necesidad cultural. El teatro, para los amantes de este arte, es necesario. Mi esposa y yo no pasamos una semana sin ver una obra de teatro. Hay una necesidad teatral que trasciende lo económico. Y la realidad lo demuestra, en cierta parte, aunque creo que este fenómeno de la Calle Corrientes está muy ligado también al turismo.
-Los productores locales ahora tienen que saber cuándo hay feriados en los países limítrofes porque sus ciudadanos vienen a ver teatro argentino y tienen que sumar funciones.
-Creo que los gobiernos tendrían que tener una idea de lo que es el teatro para Buenos Aires y para la Argentina. Deberían todos tener plataformas electorales culturales.
-¿Creés que no la tienen?
-No lo tienen porque sería otra la bandera. La gente va a Nueva York, a Londres, a ver teatro, y tienen un público que nada más del turismo se alimenta y por eso hacen teatro a las 3 de la tarde y a las 6. Nuestro teatro no tiene esa marca, como la tiene el fútbol argentino con Maradona y Messi. Tenemos el mejor teatro de habla hispana. Te lo dicen los españoles, los mexicanos, los chilenos, los uruguayos. Pero los candidatos no presentan planes culturales. Eso no ocurre. Es otra la realidad, tienen otras urgencias. La cultura no suma votos necesariamente. Si hasta tuvo más votos en las PASO un candidato que dice que va a sacar el Ministerio de Cultura... ¿Te das cuenta? No suma, al contrario. Para muchos es un gasto más.
Los cuatro mosqueteros
Jorge Suárez, Nicolás Cabré, Nicolás Scarpino y Fredy Villarreal le darán vida a esta nueva versión de Los mosqueteros… del rey. “La obra es lo más parecido a un juego de niños”, afirma Suárez, como una sonrisa enorme en su rostro. “Jugamos con espadas, con capas y con sombreros, y cantamos y bailamos y nos caemos, y nos divertimos mucho. La gente la va a disfrutar porque va a vernos más expuestos, sin la cobertura de un personaje en particular”, detalla el actor. A su lado, Scarpino no duda: “Ser parte de esta obra, que la hicieron actores a los que respetamos tanto, es el sueño del pibe”.
El humor de la obra avanza a través del sistemático “error actoral”, convirtiendo una función en una pesadilla para sus protagonistas. Una situación que es muy cercana para los actores. Al menos como fantasía. “El humor siempre funciona por contraste y acá el personaje de Jorge oficia de un líder serio que expone la torpeza de los otros tres actores. Lo interesante es que interpretar a actores que deben hacer mal su trabajo no es fácil. El desafío es que sea creíble lo que realmente están saliendo mal, porque si no es muy fácil caer en el tropezón burdo, en el cachetazo inoportuno”, analiza Villarreal. “La obra es muy graciosa porque ellos necesitan que salga bien y recibir el aplauso de la gente, pero la embarran cada vez más. Llevar el barco para chocar es raro, porque el reto sucede mientras ellos están convencidos de que van en al dirección correcta”, agrega Cabré.
El cuarteto reconoce que González Gil, en tanto creador de la criatura, tiene la obra muy clara en la cabeza, pero que aún así les permitió a ellos hacer sus propios aportes a la puesta. “Proponer está en las vísceras de los actores, es parte del recurso que tiene nuestro ser", aclara Suárez. Aunque despuñes tomen o no nuestras sugerencias, nosotros trabajamos de proponer una energía, una referencia, una voz, un color. Creo que esta versión es un gran homenaje a nuestros artistas, al arte de actuar, a los grandes actores que nos llevaron a pasar momentos inolvidables cuando éramos niños, cuando éramos adolescentes y cuando fuimos más grandes”.