Luego de una gira por diversas ciudades del país y tras presentarse en Montevideo, José Sacristán está ofreciendo en el Teatro Astros (Corrientes 746) el último mes de funciones de Señora de rojo sobre fondo gris, unipersonal sobre la novela de Miguel Delibes del mismo nombre. En esta obra que viene representando desde 2018, el actor interpreta a un pintor que, en plena crisis creativa vuelve a algunos acontecimientos de su pasado.
En realidad, el personaje de Nicolás relata lo que el mismo autor de la novela debió atravesar en su vida y es por este motivo que el texto es un homenaje a su esposa, Ángeles de Castro. La acción de Señora de rojo… transcurre en 1975, meses antes de la muerte de Francisco Franco. El personaje cuenta en primera persona las alternativas de la enfermedad y muerte de su mujer y la detención de su hija y su marido por motivos políticos. El nombre de la novela se debe a la pintura que el retratista e ilustrador español Eduardo García Benito le hizo a la esposa del autor, en 1962.
Cuando se publicó en España Señora de rojo…, fascinado tras su lectura, Sacristán le pidió a Delibes los derechos para llevarla el teatro, pero el autor no quiso ni siquiera que Pilar Miró la hiciese en cine. Solamente dos años antes de morir, permitió que el actor realizara una lectura dramatizada de algunos fragmentos de la novela. Años después de su muerte en 2011, los hijos del autor lo autorizaron a concretar la versión que el mismo José Sámano llevó adelante, haciéndose cargo también de su dirección. Según Sacristán, la novela no solamente habla veladamente del padecimiento del mismo Delibes, sino que realiza una pintura de época.
Ésta es la segunda vez que Sacristán aborda una de las obras de este autor. También en versión de Sámano, había llegado a Buenos Aires en 1989 con Las guerras de nuestros antepasados en la que el actor interpretó a Pacífico Pérez, según considera, uno de los personajes más interesantes de Delibes. Por más, aquella obra inspiró el nombre de un programa radial de 1993 -Delante de las narices- que los lunes a la noche condujo el actor en Radio Rivadavia –“un regalo de Víctor Hugo Morales”, subraya en conversación con Página/12-, como “una forma de compromiso con la sociedad argentina”, según enunciaba por entonces. “Pero nada más distinto al del protagonista de Solos en la madrugada”, señala. “Aquel programa tenía un planteamiento distinto, inspirado en el personaje del Tío Paco de Las guerras…un hombre que enseñaba a mirar. Y quise rescatar a todos aquellos que enseñaron a mirar, como Julio César Strassera, que vino en la primera emisión, María Elena Walsh, Quino, Osvaldo Soriano y Enrique Pinti, entre tantos invitados”, completa.
Sacristán elogia el vínculo que los argentinos tienen con el teatro y afirma que no se siente extranjero cada vez que viene al país. Dice que ambas son cosas que no han cambiado con el tiempo. Sigue sintiendo “admiración, cariño y respeto por la fidelidad de los argentinos al mundo de la cultura y el teatro” y cuenta que continúa siendo reconocido por la calle como si no hubiesen pasado 12 años desde su última visita. Fue entonces cuando presentó junto al pianista Facundo Ramírez el espectáculo Caminando con Antonio Machado, recital con el que realizó una gira por todo el país. En esa misma oportunidad, la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina le había entregado el Premio Cóndor de Plata a la trayectoria.
Es que Sacristán tiene una larga historia con la Argentina, en la que se entremezclan los vínculos personales (estuvo en pareja con la actriz Leonor Benedetto) y el trabajo, ya que aquí filmó varias veces. La primera película fue Un lugar en el mundo (1992), bajo la dirección de Adolfo Aristarain. Allí interpretó a un geólogo que llega a San Luis, donde hace amistad con los integrantes de la cooperativa agrícola que enfrenta a un poderoso terrateniente. Un año después filmó Convivencia y en 2012 El muerto y ser feliz, película por la que ganó el premio Goya al Mejor Actor.
Según cuenta, su pasión por la actuación lo acompaña desde la niñez en Chinchón, cuando jugaba frente a su abuela a imitar a los indios comanche que había visto en el cine, poniéndose plumas de gallina en la cabeza. Por eso siempre dice estar agradecido al entusiasmo y la tenacidad del niño que fue, quien lo llevó a persistir “en ese juego tan serio de hacer creer a los demás que soy el que no soy”, según define. Ya en Madrid, trabajando en un taller mecánico, sus padres Venancio y Nati lo apoyaron cada uno a su modo cuando decidió hacer sus primeras experiencias en el Teatro Infanta Isabel de Madrid, donde actuó como aficionado hasta que a mediados de los ’60 comenzó su carrera profesional tanto en teatro como en cine y televisión.
Sacristán declara que no le gusta establecer jerarquías ni de género ni de medio expresivo, ya que “hacer las cosas bien ha sido siempre mi preocupación, sin importar si es un clásico o un chascarrillo”. Lo dice porque en sus inicios fue un actor cómico: participó en los elencos de las comedias atrevidas que se estrenaban a mediados de los ’60 y luego de dejar de hacer pequeños papeles fue considerado uno de los actores más taquilleros del cine español, junto a Alfredo Landa y José Luis López Vázquez.
Pero su carrera cinematográfica dio un giro importante en los tiempos de la Transición Española cuando tuvo la oportunidad de ampliar su registro interpretativo al intervenir en películas como Asignatura pendiente, de 1977, bajo la dirección de José Luis Garci. En ese, su primer largometraje, el director madrileño se refería a las restricciones morales que el franquismo le había impuesto a la sociedad española, señalamientos que fueron motivo de su popularidad. Al año siguiente, Sacristán se destacó en Un hombre llamado Flor de Otoño, con dirección de Pedro Olea, donde asumía el rol de un abogado singular que en los años ’20, durante el gobierno de Primo de Rivera, se convertía en el travesti que cantaba en el Bataclan, un minúsculo cabaret del Barrio Chino de Barcelona. Por ese trabajo obtuvo el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival de San Sebastián, en 1978.
Ese fue el mismo año en que se estrenó Solos en la madrugada, bajo la dirección del mismo Garci, una película en la que Sacristán interpretaba a un locutor de radio que en su programa nocturno compartía con sus oyentes su visión pesimista de un presente todavía impregnado del pasado franquista. La película logró una gran popularidad en Argentina, especialmente cuando pudo verse sin cortes, porque permitía trazar un paralelismo con lo ocurrido en el país bajo las sucesivas Juntas Militares. “Nos han robado tantas cosas”, afirmaba el verborrágico personaje de Sacristán, en una de las frases que resumen el espíritu de una película. “Queridos inútiles”, hostiga el personaje a su audiencia, “ahí os quedáis: cansados, aburridos, sin esperanza, llenos de problemas, hechos una mierda: como siempre; solos en la madrugada. Como debe ser. Soñando, eso sí, con que un día os pasarán cosas maravillosas y vuestra vida cambiará”.
En estos tiempos posteriores a las PASO, Sacristán considera que no le corresponde ponerse a opinar sobre la política local. Sin embargo, deja en claro que se siente “acojonado por el auge que está tomando la extrema derecha en Italia, Francia, Alemania, Grecia, Portugal y Finlandia”. Y aunque asegura sentirse aliviado por los resultados de las elecciones en su país “por haberle parado los pies” al mismo ideario, sabe que, como dice siempre, se reconocerá en “la lucidez del perdedor, en la melancolía del que sabe que morirá rodeado de hijos de puta, de trapisonderos, de cabrones, de ladrones y necios, pero que saldrá a enfrentar con alegría y vigor la batalla por las cosas que considera imprescindibles”. Sin perder de vista la cuestión política, aún con toda la cautela del caso, Sacristán habla sobre cuestiones ligadas a su multifacética carrera.
-¿Se puede trasladar al teatro lo que se aprende haciendo cine?
-Yo le tengo el mismo respeto a la cámara y al espectador, no hago distingos. Pero son mecánicas distintas porque es diferente la relación que el actor establece en uno y otro caso. Aunque la base fundamental es la misma: que se crean lo que le pasa al actor o la actriz. Hacerlo bien es igualmente difícil en cualquier medio y en cualquier género.
-¿Qué es lo que aprendiste de Fernando Fernán Gómez, uno de tus maestros?
-Más allá de cómo hacer Hamlet y Otello, aprendí de él cómo hacer una carrera en España, un país que no está en una plataforma industrial como los yanquis, los franceses o los italianos. Hay que saber encajar, resistir, no hacerse demasiadas ilusiones, saber que se vive en permanente inquietud. El oficio tiene unas dificultades y servidumbres que te sorprenden si eres tonto.
-¿Cómo era la obra que hace dos años escribiste sobre Fernán Gómez, con la que debutaste como director de teatro?
-Se llamó El hijo de la cómica y estaba basada en la primera parte de las memorias de Fernando (El tiempo amarillo: memorias, 1921-2007) un libro que, como fueron en su momento los Episodios Nacionales, de Don Benito Pérez Galdós, hace una crónica de la España de su tiempo.
-Llama la atención las veces que de un modo u otro tu obra se ha referido a la historia de España.
-He sido un poco la correa transmisora de las inquietudes, las ilusiones, las frustraciones y los fracasos del españolito de a pie de la Transición. Y me siento muy orgulloso de esto.
-¿Qué te pasa cuando aún hoy se rescata lo que decía tu personaje de Solos en la madrugada?
-El personaje de Solos…, en su famoso monólogo, enuncia cosas que luego quedan en meros propósitos, porque si saliera a la calle a intentarlo, el ejército y la iglesia, entre otros, le darían de hostias. Hasta la saciedad dije que no quería vivir de las rentas simbólicas de Solos en la madrugada. La sensibilidad que había en este país cuando se estrenó esta película hizo que se leyera aquel sermón en clave política. Y me parece preocupante que todavía me digan “estamos en una situación parecida a la de Solos en la Madrugada”. No comparto el espíritu de adhesión a ese discurso, no me parece políticamente saludable porque es el reconocimiento de un fracaso. Así que ya está bien con Solos… No es buena esta permanente huida hacia adelante.
-¿Fue por eso que recientemente recordaste en una entrevista aquella exhortación de Ortega y Gasset, aquel “Argentinos a las cosas”?
-Es que se puede aplicar hoy mismo. Con toda la prudencia debida y antes monja que dar consejos y meterme donde no me llaman, me pregunto cómo es posible que estéis en esta situación pendular, siempre al borde del abismo.
-En Montevideo estuviste con Pepe Mujica. ¿Qué es lo que más te impacta de su personalidad?
-Ya lo conocía, y veo en él a un hombre en su sitio, por su serenidad y equilibrio, por su sentido de la medida. Y por esa capacidad de razonar y entender donde se está y cuáles son las fuerzas que uno cuenta o no para enfrentar ciertas adversidades.
-Señora de rojo sobre fondo gris es tu primer unipersonal. ¿Fue difícil estrenarla, llevando solo todo el peso de la obra?
-Nunca me sentí solo. No soy creyente, pero tengo la sensación de que Miguel Delibes está sentado al lado, entre cajas. Tengo una historia que contar y un personaje maravilloso que no ha fallado nunca ni aquí ni en España. Así que en estos cinco años he sentido de todo, menos la sensación de soledad.
-¿Seguís aprendiendo de los realizadores jóvenes?
-Este oficio es un aprendizaje permanente. Llevo 70 años en este negocio y lo mejor que me pasa es trabajar con jóvenes. Porque las variantes de otros tiempos a éstos son puramente mecánicas, las constantes son las mismas: el amor al oficio, el coraje, la entrega. Y de la mirada y la actitud de los jóvenes aprendo mucho.
-¿Cómo es La colección, la obra de Juan Mayorga que comenzarás a ensayar el año próximo?
-Llevo cinco años haciendo esta obra de Delibes. Y aunque creía que no encontraría un texto tan interesante como Señora de rojo…, en enero próximo comenzaré a ensayar La colección. No es posible adelantar mucho para no destripar la cosa. Los seres humanos somos a la vez coleccionistas y coleccionables, objetos de colección de vaya a saber de quién o de qué. Pero no se puede decir nada más, ahí está el asunto.
Una calle en Chinchón
José María Sacristán Turiégano, tal es su nombre completo, está próximo a cumplir 86 años. Un 27 de septiembre nació en Chinchón, un pueblito de encantadoras callecitas y conservada arquitectura tradicional, ubicado a 45 kilómetros de Madrid. El actor cuenta que a fines del año pasado fue invitado a una ceremonia especial tras lo cual, dice, “he estado tres días llorando”: le habían puesto su nombre a una calle y, además, inauguraban una escultura ubicada frente al Teatro Lope de Vega que lo muestra de niño, sentado en una butaca, mirando una pantalla. Otra imagen de bronce se encuentra ubicada dentro del edificio. Allí está acodado sobre la baranda de uno de los palcos del teatro, en la “delantera del gallinero”, como llama el actor al sitio que ocupaba en sus tardes de cine.
La ficha
Con más de un centenar de películas estrenadas, Sacristán también se destacó como director. Dirigió y protagonizó Soldados de plomo (1983), Cara de acelga (1987) (allí escribió el guión junto a Carlos Pérez Merinero), y Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? (1992), junto a la popular Concha Velasco. Además de protagonizar series para televisión y diversas plataformas, también supo probarse en el género musical, como El hombre de La Mancha y My Fair Lady en los que compartió escenario con su amiga de siempre, Paloma San Basilio.
En 1982 obtuvo el primero de sus cuatro Fotogramas de Plata por su trabajo en la película La colmena, bajo la dirección de Mario Camus, sobre la novela de Camilo José Cela. En 2012 obtuvo el Premio Goya por su papel en la película de Javier Rebollo, El muerto y ser feliz, por la que también recibió su segunda Concha de Plata en San Sebastián. En 2022 obtuvo el Premio Honorario del Goya.