La actual reconfiguración del orden global exhibe formas heterogéneas de beligerancia. Algunas de ellas están centradas en la ciencia y la tecnología. Una de las áreas de mayor conflictividad se observa en el territorio de los microprocesadores (chips) que funcionan como los circuitos básicos de los artefactos que utilizamos a diario: celulares, computadoras, pero también de los automóviles y los aviones.
Estos diminutos artefactos son parte central de la disputa estratégica por la producción y circulación de bienes y servicios, que tiene a Estados Unidos y a China en el centro de la competencia global. Los chips comparten con la Inteligencia Artificial (IA) y los protocolos de transmisión móvil (5G y 6G) el espectro medular de la guerra geoeconómica.
En agosto de 2022, el gobierno de Joe Biden promulgó la Ley de Chips y Ciencia, que otorga casi 60 mil millones de dólares en créditos fiscales, incentivos y subvenciones a empresas que se instalen en Estados Unidos. Un año antes, en junio de 2021, el mandatario estadounidense firmó un decreto presidencial en el que se prohíbe toda inversión en 59 empresas chinas –incluidas Huawei y SMIC– por considerarlas colaborativas de las fuerzas armadas de Beijing.
En los últimos dos años, además, el Departamento de Estados ha promovido la Chip Four Alliance para impulsar junto con Japón, Corea del Sur y Taiwán la investigación e innovación en la tecnología de microprocesadores, en detrimento de la República Popular China. Una de las últimas medidas impulsadas por Washington ha sido sancionar a empresas que exportan a Beijing las obleas concebidas con Litografía ultravioleta Extrema (UVE), la tecnología necesaria para producir los microprocesadores de última generación, con tamaños menores a los 5 nanómetros. Se considera que la empresa ASML de los Países Bajos –que restringió los envíos de China continental– es la única corporación capaz de diseñar dichas diminutas obleas mediante la tecnología UVE, cuya demanda aumenta en forma sistemática a razón de un ocho por ciento anual.
El mandatario Xi Jinping ha respondido de forma enérgica a la guerra híbrida planteada desde Washington. En el programa ideado para el sexenio en curso, se ha asegurado la inversión de 1,4 billones de dólares para ser destinados a la innovación nanotecnológica y se ha designado al viceprimer ministro Liu He –egresado de la Universidad de Harvard– como el responsable de ejecutar dicho programa, considerado como prioritario en la planificación estratégica. El 75 por ciento de los microprocesadores de nueva generación –de tamaño inferior a 6 nanómetros– se produce en el sudeste asiático, en China, Taiwán y Corea del Sur. Treinta años atrás, Estados Unidos controlaba un tercio de toda la producción global. En la actualidad, solo participa del 12 por ciento de esa manufactura. Japón también muestra esa curva descendente: en los años ´90 del siglo pasado, exportaba la mitad de todos los chips. Hoy solo contribuye con la décima parte del mercado.
Aquella fortaleza japonesa del último tercio del siglo XX fue el origen de la primera disputa estratégica por los semiconductores y los microprocesadores: esa competitividad de Tokio fue el fundamento de la primera guerra geoeconómica, promovida por Washington, contra por el desarrollo de los microprocesadores. El Departamento de Estado impulsó del desarrollo en Corea del Sur y en Taiwán para limitar la hegemonía nipona. Dado que Beijing aparece como un productor cada vez más dinámico y creativo, los gobiernos estadounidenses pretenden recrear aquellas políticas que fueron exitosas para coartar el ascenso tecnológico japonés.
El capítulo de beligerancia actual –orientado a limitar, cercenar y frustrar el desarrollo chino– está fundado, según las autoridades estadounidenses, en la necesidad de forjar una “cadena democrática de suministro de semiconductores”, un eufemismo orientado a bloquear a Beijing bajo el pretexto de ser una autocracia controlada por el Partido Comunista. En ese marco, Biden ha impulsado controles y prohibiciones para que Japón, Corea del Sur y Taiwán discontinúen sus exportaciones a China, generando ásperos debates al interior de las corporaciones que tienen sus clientes más importantes al interior del gigante asiático.
Las empresas japonesas de semiconductores venden casi la tercera parte de su producción a corporaciones chinas. Durante 2022, alrededor del 40 por ciento de las de las exportaciones de chips coreanos tuvieron como destino el país gobernado por Xi Jinping. Sin embargo, el caso más relevante es el de Taiwán, que Washington utiliza como recurso geopolítico para debilitar a Beijing y desintegrar su territorio. En Hsinchu y en Taipéi, tienen sede las oficinas centrales de la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), la corporación más avanzada a nivel global en la fabricación de chips, fundada en los años ´80 por el ingeniero mecánico Morris Chang, egresado de Harvard y del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) en la década de 1950.
TSMC es una de las diez empresas más poderosas del mundo: exporta casi dos tercios de la totalidad de los chips de alta gama que se ubican en la dimensión que va de los 3 a los 7 nanómetros. Su capitalización bursátil alcanza los 600 mil millones de dólares, el doble de la cotización de Intel, la empresa estadounidense más valiosa. El gobierno estadounidense pretende controlar y manipular a TSMC como un instrumento de su ofensiva contra Beijing. Con ese cometido se promovió la instalación de una de sus plantas en Phoenix, Arizona, con una inversión de casi 53 mil millones de dólares. Dicha instalación ya se encuentra en funcionamiento pero sus autoridades taiwanesas han hecho trascender las reiteradas dificultades para emplear fuerza de trabajo calificada.
Por su parte, los trabajadores estadounidenses han denunciado a TSMC por sus exigencias organizacionales y por la pretensión de la empresa de trasladar a medio millar de técnicos taiwaneses a Phoenix, dado que los costos de producción informados a principios de 2023 se prevén un 500 por ciento más onerosos que en su sede de Taiwán. Su presidente, Morris Chang, ha anunciado, a principios del presente año, la construcción de una planta en el sur de Taiwán con una inversión de 60.700 millones de dólares, un 50 por ciento más que lo invertido en Arizona, dado que sus clientes más relevantes siguen instalados en el sudeste asiático. Chang adelantó, además, que no piensa limitar la producción de los microprocesadores básicos que industrializa en Nankín, la capital de la provincia de Jiangsu, en la china Continental.
La hostilidad de Estados Unidos contra China es uno de los diferentes campos de batalla en los que se desarrolla una guerra híbrida destinada a impedir la conformación de un mundo multipolar con hegemonías diseminadas, y una mayor autonomía de las soberanías nacionales.