Los motivos de fondo que llevaron al papa Francisco a decidir su viaje de cuatro días a Mongolia, un país centroasiático, ubicado entre China y Rusia, con 3,3 millones de habitantes, de mayoría budista y con algo menos de 1.500 católicos, seguramente seguirán guardados en la intimidad de la mente de Jorge Bergoglio. No obstante ello, algunas de las razones han ido quedando al descubierto a través de los gestos y de las palabras del pontífice de 86 años que ya completó el 43º viaje desde que asumió diez años atrás la máxima conducción de la Iglesia Católica.
El viaje que depositó al Papa en Ulán Bator, la capital de Mongolia, estuvo encabezado por el lema “Para esperar juntos”, leído como un mensaje que adquiere sentido ecuménico uno de los propósitos que Francisco estableció como objetivo de su tarea en el Vaticano. Lo ratificó Bergoglio al hablar, en el tercer día de su visita, en el teatro Hun de la capital, junto a otros once líderes religiosos budistas, mulsulmanes, chamanes, hindúes, judíos y baha’is, a los que se sumaron representantes de diferentes denominaciones cristianas.
El Papa, quien en diferentes ocasiones ha subrayado que las grandes religiones tienen responsabilidad central en la edificación de la paz y la armonía en el mundo, lo expresó con toda claridad. “El hecho de estar juntos en el mismo lugar ya es un mensaje”, dijo. Y agregó que “las tradiciones religiosas, en su originalidad y diversidad, comportan un formidable potencial de bien al servicio de la sociedad. Si quien tiene la responsabilidad de las naciones eligiera el camino del encuentro y del diálogo con los demás, contribuiría de manera determinante a poner fin a los conflictos que siguen causando sufrimiento a tantos pueblos”. Para rematar ante la diversidad de credos presentes que “las religiones están llamadas a ofrecer al mundo esta armonía que el progreso técnico no puede dar”. Hizo también un llamado para que en tanto “humildes herederos de antiguas escuelas de sabiduría” los líderes religiosos asuman el compromiso de “enriquecer a la humanidad que, en su caminar, a menudo se encuentra desorientada por miopes búsquedas de lucro y bienestar”, y que mirando apenas “intereses terrenos, acaba arruinando la misma tierra, confundiendo el progreso con el retroceso, como lo muestran tantas injusticias, tantos conflictos, tantas devastaciones ambientales, tantas persecuciones, tanto descarte de la vida humana”.
En ese encuentro interreligioso, uno de los más transcendentes de su viaje, Francisco resumió varios de sus postulados: el papel central de las religiones en la búsqueda de la paz y la armonía, su preocupación por los conflictos que afectan al mundo, la referencia permanente de los “descartados” de la humanidad y el cuidado de la “casa común” expresado en Laudato si, uno de sus principales documentos sobre el cuidado del ambiente y con críticas al sistema mundial que, según lo adelantó, tendrá una segunda parte que se conocerá el 4 de octubre.
Aunque pocos días antes de iniciar el periplo a Mongolia el periodista italiano Andrea Tornielli, director editorial del Dicasterio (ministerio) de las Comunicaciones del Vaticano, descartó de plano la existencia de un propósito geopolítico del viaje, es evidente que ese objetivo ha estado presente, no solo durante la visita sino desde mucho antes cuando Francisco comenzó a mover las piezas para un acercamiento a Mongolia a través de la Iglesia Católica. El 2 de abril de 2020 el misionero italiano Giorgio Marengo -que ya vivía desde el año 2000 en Arvajahéér- fue nombrado prefecto apostólico de Ulán Bator, con rango de obispo. El 27 de agosto de 2022 el Papa lo creó cardenal, el más joven de la Iglesia Católica con 48 años de edad. Según lo ha señalado la propia Oficina de Prensa del Vaticano Marengo ocupa un lugar estratégico en una iglesia que “con su pequeñez y marginalidad puede ofrecer un signo de esperanza a la Iglesia universal”.
Algunos analistas de la estrategia diplomática vaticana apuntan a señalar que afianzando los lazos con Mongolia, este país puede servir de aliado de la Santa Sede para permitir mejores diálogos del Vaticano con los países de Asia Oriental, particularmente con China, India y Pakistán, donde el catolicismo busca expandirse a pesar de las resistencias de los estados y de otras religiones.
Pero no podría dejarse de lado que China sigue siendo uno de los principales propósitos de Bergoglio convencido como está de que el catolicismo juega su universalidad en la India, donde tiene posibilidad de desarrollarse a pesar de la resistencia de hinduistas y budistas, y en el territorio chino, donde las restricciones siguen siendo importantes a pesar de los acuerdos logrados en 2020 y renovados en 2022. Mediante tales convenios todos los obispos católicos chinos han sido reconocidos por el Vaticano, incluyendo quienes originalmente habían sido designados por el gobierno sin acuerdo de la Santa Sede.
China y el Vaticano no tienen relaciones diplomáticas formales. Ahora, al sobrevolar el espacio aéreo de China, el Papa envió un mensaje al presidente Xi Jinping, haciendo llegar saludos y buenos deseos al mandatario y al pueblo chino y asegurando oraciones por el bienestar de la nación y “bendiciones de unidad y paz”. La respuesta llegó a través de Wang Wenbin, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, quien aseguró que “China está dispuesta a seguir trabajando con el Vaticano para entablar un diálogo constructivo, reforzar la comprensión y la confianza mutua”. Sin embargo, a través de una resolución del Departamento de Trabajo del Frente Unido del Partido Comunista Chino, los chinos impidieron que los obispos y fieles católicos de China viajaran a Mongolia para participar en los actos del Papa en ese país.
En este escenario geopolítico no debería pasar por alto el encuentro que Francisco mantuvo el domingo en la ciudad de Ulán Bator con el embajador argentino en China con concurrencia en Mongolia, Sabino Vaca Narvaja.
Desde Pablo VI en adelante, China ha sido un objetivo permanente de quienes han ocupado el trono de San Pedro. Bergoglio no es la excepción. También porque dada su condición de jesuita se siente convocado a seguir los pasos el cura Matteo Ricci, un jesuita italiano que en 1583 inició su tarea como misionero en China. En su juventud Jorge Bergoglio había solicitado ir como misionero a Japón y sus superiores no le concedieron autorización por motivos de salud.
Como es sabido, Francisco sigue de cerca del desarrollo del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania para lo cual ha designado al cardenal italiano Mateo Zuppi, para que intente acercar a las partes y establecer, en principio, acuerdos “humanitarios” y el objetivo último de una paz que sigue pareciendo lejana. Como parte de su misión Zuppi estuvo en Kiev, en Moscú y en Washington donde se reunió con el presidente Joe Biden. La Santa Sede admitió que Beijing puede ser un próximo destino de Zuppi dada el peso específico que China tiene en el escenario internacional y a ello también podría colaborar Mongolia como país “amigo” de todas las partes.
¿Por qué Mongolia? “Porque en la Iglesia los números no cuentan” sostuvo Andrea Tornielli. “Porque ayudará a los católicos mongoles a sentirse verdaderamente en el corazón de la Iglesia”, aseguró el cardenal Marengo. Porque Francisco se piensa a sí mismo como el Papa “de las periferias” y porque el país centroasiático le abre a Bergoglio un sin número de posibilidades para desarrollar su estrategia evangelizadora y diplomática.