El jueves pasado, en mi programa Intrusos del espectáculo me tocó anunciar la muerte de Silvina Luna. Fue un momento muy difícil no solo porque la Moon era mi amiga, sino porque además la muerte es uno de los temas de los que más me cuesta hablar en general. Imaginen en vivo y con la tristeza de perder a una amiga. Seguramente, como tantos, tenga algo no resuelto con el tema muerte, ya lo comenté en otra columna. De todos modos ese no es el tema de hoy.

La absurda muerte de Silvina vuelve a poner en el centro de la discusión muchas cuestiones. Entre ellas, a la justicia ineficiente en cuanto a los tiempos que maneja y a la falta de celeridad en los fallos. Hace dos años, Silvina y tres víctimas más esperan una sentencia firme para Aníbal Lotocki, acusado de lesiones graves y condenado en primera instancia a cuatro años de prisión. ¿Qué pasa con la justicia? ¿Por qué Aníbal Lotocki seguía operando en estado de libertad? ¿Tiene protección? Estas son solo algunas de las preguntas que nos hacemos todxs cuando escuchamos a este hombre decir que la culpa es de las víctimas. La tristeza se vuelve bronca e impotencia. No puedo dejar de pensar en su hermano Ezequiel, que no se separó de su lado en estos tres últimos meses de calvario.

Silvina estuvo internada en el Hospital Italiano desde el 13 de junio, luego de años de análisis semanales, controles periódicos y diálisis, a la espera de un trasplante de riñón. Sufría de una insuficiencia renal aguda a causa de una mala praxis. Reconocía su vulnerabilidad y explicaba que transitaba su problema de salud como podía: con momentos de aceptación y otros en los que se despertaba sintiéndose dentro una pesadilla. El jueves 31 de agosto esa pesadilla terminó, su cuerpo dijo basta y esa guerrera de la vida perdió la batalla que llevaba hacía 13 años. Murió en una cama de hospital esperando justicia.

Como siempre, muchas personas pusieron el foco en la víctima. ¿Cuál es el límite? ¿Lo que nos obsesiona nos mata? ¿Hasta dónde va a llegar la presión por vernos con cuerpos perfectos? ¿Por qué es tan difícil abrazar lo que somos? Es tan fácil opinar o escribirlo en una red social, ojalá fuera tan simple, pero ¿cómo se hace para desarmar esos cánones de belleza hegemónicos que se perpetuaron por años en los medios de comunicación, en el cine, en toda la cultura de la imagen? ¿Cómo logramos desarmar esta estructura que genera tanta inseguridad en las personas? ¿Por qué hay tantas víctimas buscando la perfección? La muerte de Silvina es una más que se suma a una larga lista de damnificados por cirujanos carniceros que lucran y se enriquecen con la inseguridad y los prejuicios de la gente.

Nos impusieron estándares de belleza inalcanzables e irreales. Silvina Luna era una chica encantadora con un cuerpo despampanante y ojos azules. ¿Quién podía imaginar que una mujer fabulosamente hermosa fuera insegura? Aún así, no se sentía feliz con su cuerpo. ¿Por qué una mujer preciosa como ella cae en la trampa de los estándares de belleza? Quizá sea por la presión de trabajar en un medio donde la juventud y los cuerpos perfectos son sinónimos de éxito. No lo sé, no importa de donde venís, la condición social o tu formación académica ni tu cultura para racionalizarlo: todxs somos víctimas, en especial las mujeres e identidades feminizadas. Millones de personas de todo el mundo, en mayor o menor grado son víctimas de responder a los cánones de belleza de sus sociedades.

Es parte del capitalismo y de la sociedad de consumo de la que no podemos escapar: productos de belleza, cremas milagrosas que borran las arrugas, fórmulas mágicas para adelgazar, abonos a gimnasios, intervenciones plásticas que suponen implantes mamarios, lifting, lipoaspiraciones, bótox, aplicación de ácido hialurónico para rellenos, implantes capilares, blanqueamiento de dientes. Incluso la indumentaria para salir, para ir a trabajar, para hacer ejercicio, etc. Todo ello forma parte de los miles de actos que hacemos para encajar o ser parte de esta matrix.

Va a ser muy difícil desarticular eso. Incluso sabiendo cuál es la trampa, es muy difícil no caer en ella. Mientras tanto, en lo inmediato, la muerte de Silvina debería servir para que el Estado ponga la lupa sobre cómo regula a los profesionales que se dedican a estas prácticas y a los lugares sin habilitación, donde se realizan tantos procedimientos estéticos sin control.

La Moon era mi amiga y sé que en este camino que le tocó transitar en la vida siempre buscó ser libre y feliz. A quienes desean conocerla un poco más les recomiendo su libro Simple y consciente. Un viaje sanador físico, mental y espiritual en el que abre su corazón y nos regala herramientas para buscar la belleza en nuestro interior.

Entre sus últimas frases, expresó que le encantaba la vida y que quería vivir. Fue un aprendizaje muy costoso: lo pagó con lo más valioso que tenía. Que ese precio sirva para concientizarnos, tomar decisiones informadxs de los riesgos que corremos y exigir justicia y control. En vez del cuerpo, pongamos en la balanza el amor por la vida y honremos a Silvina.

#JusticiaPorSilvina