¿Cuántas películas hubiera hecho, por ejemplo, un director habitualmente larguero como el neozelandés Peter Jackson con una saga de ocho libros y 4250 páginas a su disposición? ¿Y cuánto hubiera durado cada una? ¿Tres horas? ¿Cuatro, en su versión extendida? La torre oscura es una anomalía en tiempos de sobreexplotación de best sellers épicos o fantásticos de largo aliento de lectura: cuando todo tiende a multiplicarse con diálogos impostados y metrajes quilométricos, ésta se contrae hasta su mínima expresión. Tan mínima es esa expresión, que nunca termina de entenderse muy bien qué sucede. Y eso que suceden muchas cosas. Todo el tiempo. Entonces, lo mejor de la adaptación de la serie de ocho libros que escribió Stephen King es la subversión que significan sus “apenas” 95 minutos, créditos incluidos.
El propio King –quien en cuatro semanas volverá a las salas con una nueva versión de It a cargo del argentino Andy Muschietti– ha reconocido que La torre oscura es su “obra magna”. Escrita entre 1982 y 2012, el relato incluye varias recurrencias del autor de Carrie, El resplandor, Cementerio de animales y Misery, trazando un recorrido que va de lo fantástico a lo terrorífico, de la distopía a la historia de crecimiento, de la ciencia ficción al western. En la película todo eso está. Jack (Tom Taylor) es un adolescente que tiene pesadillas sobre un campo de concentración para chicos con poderes mentales desde donde intentan destruir una torre gigante que sirve para mantener el equilibrio en el sistema solar y, con esto, a raya a monstruos y bestias. Son pesadillas tan recurrentes como detalladas, según se desprende de las descripciones y los dibujos de escenarios y personajes que empapelan su habitación. Mamá no se sabe muy bien qué hacer y cree que es una forma de duelo por la muerte de papá, pero al final gana el nuevo marido, que no se banca más a Jack y quiere despacharlo a un loquero. El enfermero que lo viene a buscar tiene una cicatriz muy parecida a los malos de las pesadillas. Todo se vuelve real cuando, después de escapar, descubra un portal hacia el “Mundo Medio”, un escenario calcado al que configuraba su inconsciente.
¿Un portal en una casona abandonada en plena Nueva York? ¿Cómo? ¿Por qué? Sería un error pedirle a La torre oscura un análisis de física cuántica, pero sí que al menos explique y ponga en contexto cómo funciona el mundo que narra, porque una cosa es apegarse a un registro fantástico y otra muy distinta es dejar agujeros a lo pavote, como hacen el realizador danés Nikolaj Arcel y sus guionistas. ¿Cuáles son los poderes mentales que tiene Jack? ¿Por qué son importantes? ¿De dónde sale el Pistolero (Idris Elba) que encarna la resistencia contra el tiránico Walter (el susurrante Matthew McConaughey) en ese Medio Mundo y que ayuda al recién llegado Jack? Y hablando de Walter, ¿qué le pasó? ¿Quién es? ¿De dónde salió? ¿Por qué quiere destruir la torre? La falta de información confabula no sólo contra la construcción de un mundo con reglas propias, sino también contra cualquier atisbo de empatía con el pistolero y su ladero adolescente. Y sin empatía no hay película que funcione, aun cuando dure lo mismo que un partido de fútbol.