Una charla con cuatro alumnos de la Universidad de San Martín (UNSAM), dentro de la misma universidad, es el espacio y tiempo propicio para tener de primera mano los muchos pensamientos y sensaciones que atraviesan a los estudiantes estos días electorales, donde -entre otras cosas- ronda la idea de privatizar la enseñanza pública.
En una mesa en el campus de la UNSAM este grupo de estudiantes, social y económicamente variopinto -o diverso- hablan con Buenos Aires 12 sobre algo tan concreto como la posibilidad de que se privatice la universidad.
Los orígenes de las y los convocados van desde padres trabajadores clásicos, hasta comerciantes, médicos y productores audiovisuales. Algunos eligieron la universidad pública pudiendo pagar una privada y a otros la universidad de San Martin les dio la única posibilidad de acceder a una carrera terciaria.
Ellos y ellas son, Nicolás, Joan, Aién y Julia, que es quien abre el dialogo: “Yo decidí por la universidad pública. Mis viejos podían pagar una privada, pero hay varios factores que me decidieron: los planes de estudios y el contacto con el mundo real y su diversidad. Acá está el mundo real, somos nosotros todos juntos y conviviendo. Esa riqueza no existe en un lugar donde todo está mediado o regido a partir de una condición económica equis. Lo viví, porque la primaria y la secundaria la hice en un colegio privado y sé que esos son mundos chiquitos".
Julia tiene dos trabajos, es fotógrafa y además trabaja en la administración de una escuela.
La historia de Nicolás es la opuesta. Hijo de comerciantes de un local de ropa pequeño, de barrio, la universidad pública es su posibilidad de -con un esfuerzo enorme- lograr el conocimiento y un título profesional que le permita pararse frente a la vida en mejores condiciones: “yo hice todos mis estudios en colegios públicos, el esfuerzo de mis viejos hoy, es por mantenerse, así que no había opción. Lo bueno es que ya estando aquí hace cuatro años y escuchando las experiencias de otros que vienen de la privada, sin duda elegiría la universidad pública. Y no me resulta fácil, porque trabajo, mis días son eternos de largos y a veces mi almuerzo es una empanada de camino hacia aquí”.
Joan tiene la vida un poco más liviana, pero aun siendo hijo y nieto de médicos, cursó primaria, secundaria y ahora la facultad, en la educación pública: “mi abuelo por parte paterna era hijo de inmigrante pobre y la facultad estatal le dio la posibilidad de ascender, luego mi viejo lo mismo, y ahora yo, y por el lado de mi mamá soy primera línea de universitarios en esa familia. La educación privada no me convence. Este es el mundo en el que crezco y, además, si no fuera por 'la pública' sé que no habría ascendencia social. Sería imposible”. También trabaja.
La historia de Aién tiene referencias políticas y económicas directas: un padre al que la dictadura le cortó la carrera de matemático impidiéndole hacerse de una beca por puntaje que ya le habían asignado y una situación económica producto del proceso inflacionario sobre el final de la dictadura, que al igual que a su madre, los dejó fuera de la posibilidad universitaria.
Hoy ella podría pagar una privada, “pero ni miré cuanto costaba. Yo creo en la calidad de la universidad pública, y mis viejos también”.
El tema común: la preocupación
Las visiones sobre la posibilidad de que la universidad se convierta en privada, pasa por varios aspectos desde todos los puntos de vista. Hay quienes lo ven como un asunto que podría ser traumático con una posible salida violenta, hasta una inacción que acabe con todo frente a la pasividad preocupada de casi todos: "hay varios factores que abonan a la idea de que pueda haber cierta pasividad” dice Nicolás, “ya vimos lo que pasó con el atentado a Cristina, donde todos estábamos para salir y los que consideramos nuestros dirigentes nunca convocaron. Si ante eso no convocan, imaginate por el resto”.
Aién aboga por movilizar, pero “pasa que el fervor es como espuma, parece que se diluye. El discurso de la derecha avanza porque antes nos crearon el clima “pacifista” que finalmente sirvió para inmovilizarnos y nuestra generación no tuvo que dar batallas duras. Nosotros crecimos festejando y tomando como naturales los derechos adquiridos durante el kirchnerismo, entonces no hay cómo tener un escenario de lucha setentista, porque además a la generación esa le enseñaron que la violencia es mala y la paz es buena. Pero se lo enseñaron matándolos y así nos trajeron a esta paz. Entonces esos antecedentes sumados son perversos”.
La preocupación ronda el pensamiento común, aunque nadie imagina que privatizar sea una posibilidad real. El problema, acota Joan, es que “no creo que pase, pero tampoco creíamos que Macri venía y llegó, no creíamos que Milei llegaba y acá está, entonces parece que nunca vemos claramente el peligro que se nos viene”. Julia opina en corto y sin nombrarlo: “es como que era una joda y quedó. Era un meme y mientras nos burlábamos se llevó un tercio de los votos”.
Para todos, las redes son un conflicto a favor y en contra: hoy sin las redes no se puede, pero a su vez, estas neutralizan la movilización porque a partir de la comodidad de “militar una idea” desde el celular, se pierde el cara a cara de la calle, y la universidad, claro, no escapa a este fenómeno. Nicolás es quien mejor sintetiza el conflicto: “las redes abarcan más pero no aprietan”.
La charla tiene largos silencios y cavilaciones varias. Les cuesta pensar en una situación en la que podría haber enfrentamientos y sin embargo es un peso permanente que les permite prever el temor a la violencia. “Yo estuve hace tiempo en la toma de mi colegio”, cuenta Joan, “pero no es lo mismo una toma por algunas decisiones académicas que imaginar una resistencia así”.
Un dato mínimo y definitivo
De las 55 universidades públicas que hay en toda la Argentina, 19 están en la Provincia de Buenos Aires, donde un cálculo aproximado habla de algo más de un millón de estudiantes, llevándose la mitad de esos alumnos, el área metropolitana. Esta sola cifra da por tierra con el relato de “sabemos que los pobres no llegan a la universidad".
La “facu”
Sentarse un rato en el campus de la UNSAM, (como en cualquier universidad estatal) o caminar por sus pasillos, es una muestra en sí misma de la riqueza que tiene la mezcla social y cultural que allí transcurre: mochilas grandes o apenas un par de carpetas en la mano, tatuados y sin tatuar, termos y mates o vasos de café de alguna marca conocida, pelos cortos o esos raros peinados nuevos, y muy extrañamente, alguien caminando en soledad. Lo gregario está presente todo el tiempo. Y claro, los carteles de los grupos de estudiantes que militan el dogma mas o menos elegido. Todo sucede allí adentro. “Un profesor habló el otro día de la posibilidad de que se privatice” relata Julia. Se sirve un mate y se la arquean las cejas: “Explicó de tal manera eso que nos quedó una sensación de temor muy fea. Puso el problema con datos reales que de verdad fue de una locura alarmante, sentí en el cuerpo una resistencia desconocida. Los que no habitan la universidad y hablan de privatizarla no tienen idea de lo que dicen. No saben lo que puede pasar”.
Nicolás, que mantiene una seriedad permanente muy parecida a la gravedad, es taxativo: "Sí, también se habló desde los movimientos estudiantiles, y cuando algún maestro pone el tema, se da por sentado que no queremos eso. Tenes que estar loco o ser idiota para estudiar acá y querer que se privatice”.
Hay algo que atraviesa la charla y es una constante en la que todos están de acuerdo: la bajísima calidad del debate, la pobreza intelectual, la miseria de ideas en términos políticos reales, que no solo viven en la universidad, sino en la calle, y aún en sus casas.
El factor “familia”
Tomando a los cuatro como una muestra válida (que de hecho lo es, por las diferencias entre ellos), Buenos Aires 12 indagó a propósito de las charlas familiares, donde las cuestiones políticas en tiempos electorales se exacerban, y claro que el asunto universitario no queda afuera por varios factores en los que resaltan dos: la seguridad de los chicos y las chicas y la economía.
Joan sonríe y suelta “en mi casa está muy claro: con mi viejo hablo porque es una persona politizada, mi mamá se dice apolítica, pero es más bien gorila y viene de una familia gorila. Con mi papá es más fácil ya que la pasó muy mal por lo del año 2001 y levantó cabeza gracias a los gobiernos de Néstor y Cristina, pero así y todo casi no se habla de las elecciones y tampoco de la estupidez esta de privatizar la universidad”. Nicolás amaga un gesto de reproche con la mano que acompaña una risa que promete venganza “¡vos la tenés re fácil! Mis viejos miran La Nación+ y escuchan las pedorradas que habla Lanata como si fuera una actividad intelectual. ¿Sabés lo que es dormirse con la voz de la Canosa!?” y cuando baja el chiste remata con lógica: “en mi casa no se habla de política. Hay que evitar los chispazos”.
Las conversaciones privadas no solo afectan las relaciones familiares, sino también las amistades, donde Julia tiene los tantos divididos: “En mi casa, políticamente se habla de todo, pero cada uno está en una rama distinta con un tronco común que es que los derechos humanos son intocables. Con mis amigos de colegio ya la cosa cambia: ahí si queremos tener la fiesta en paz, de política no se habla, colegio católico y derechoso…por eso decía que yo encontré mi pertenencia aquí, en la pública”. Aién es corta y clara: “¡mi viejo está para las que sea!”
El último escenario
Con las posibilidades electorales abiertas, el destino de la universidad estatal también lo está y las probabilidades son variadas, desde la pasividad hasta, como dice Joan: “Si intentan privatizar el escenario puede ser de lucha, y eso es un problema serio, porque estas agresiones no son pocas ni son nuevas, ya vimos ese pasacalle que decía que somos unos parásitos y que paguemos la universidad”. Julia habla en general: “Yo creo que todos los padres se preocuparían si se presenta una situación que pudiera acabar en violencia. En mi caso sé que mis viejos me pedirían que me quede quieta, por miedo. Y es lógico, sabemos que la violencia que desata la derecha no es joda. Pero bueno…habrá que ver. Ojalá no pase. Que no se les ocurra”.
Nicolás suelta con mirada desafiante: “Mis viejos estarían en contra, pero si sucediera y hubiera que tomar acciones, yo estaría aquí. Esta es mi universidad”.
Todos reconocen que no pueden prever si “las acciones” serían reales o por las redes, y hasta juegan con el chiste remedando, entre risas, a una dirigencia política en la que no creen: “Podemos hacer un documento, pasarlo por Twitter y hacer un abrazo a la UNSAM ¡y subimos las fotos a Instagram!”
En las carcajadas generales surge la idea de cuál sería la consigna, y ahí las aguas se dividen: consigna uno: No pasarán. Consigna dos: Defiende tu derecho. Consigna tres: ¡No queremos!
Consigna cuatro: ¡Privatizame esta!