El filo de la escritura de Guillermo Saccomanno, un narrador que respira poesía y filosofía, es cada vez más punzante, como si los años le hubieran enseñado a clavar la cuchilla más a fondo. En los cuarenta Cuentos reunidos (Seix Barral) el despliegue de obsesiones se condensa en la figura del padre, un socialista que siente que la literatura lo salvó, que los libros son “medios para un cambio de conciencia” y que fue sumariado por la dictadura cívico militar. Como consecuencia de esa sanción, sufrió varios trastornos neurológicos que terminaron postrándolo. “No se puede cambiar el pasado, ese que uno fue”, escribe Saccomanno en el prólogo de este libro de un poco más de 550 páginas, donde “no hay desencanto porque no hubo encantamiento previo”, como advierte Claudio Zeiger en la contratapa.
“Reunir mis cuentos es una especie de autoanálisis literario; es una revisión de quién fue uno y qué pasó en el transcurso del tiempo”, dice Saccomanno (Buenos Aires, 1948). “Algo que me pregunto en el prólogo es si uno está a la altura del programa que se había propuesto cuando empezó. En Bajo Bandera hay un epígrafe de Pavese: ‘la literatura es una defensa contra las ofensas de la vida’. Yo creo que todo lo que escribí puede perfectamente leerse a la luz de esa idea”, agrega el autor de la trilogía sobre la violencia política compuesta por La lengua del malón, El amor argentino y 77, novela de cierre con la que ganó el premio Dashiell Hammett en 2009.
La noche oscura del alma
“Mis relatos son siempre oscuros, no sólo por el precepto de San Juan de la Cruz, la búsqueda de luz en la noche oscura del alma, sino porque creo que en el mundo capitalista no hay otra cosa que el camino hacia el abismo y la oscuridad”, reflexiona el escritor que seleccionó un total de cuarenta cuentos de siete libros: Situación de peligro, Bajo bandera, Animales domésticos, La indiferencia del mundo, El pibe, Cuando temblamos y El sufrimiento de los seres comunes. En el último tiempo cuenta que estuvo leyendo a David Viñas (1927-2011), los textos críticos dispersos del libro Trastornos en la sobremesa literaria. Le llamó la atención estar escuchándolo, que esté vivo. “Yo leo a Viñas para recordar quién soy y cómo entiendo la literatura de una manera crítica”, reconoce el autor de El oficinista, novela con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve Seix Barral en 2010 .
Saccomanno plantea que la teoría literaria es teoría política. “Mi literatura es política, no está aislada del contexto. No podés eludir la realidad ni siquiera intentando una literatura de evasión”, aclara el escritor que recibió el Premio Democracia y el Konex de Platino como mejor novelista del período 2008-2011. Haber releído a Viñas le permitió repensar en el joven que fue, cuando trabajaba de cadete en una agencia de publicidad y se iba comprando sus primeros libros, más allá de la biblioteca paterna. Entonces fue armando su programa de lecturas con Pavese, Elio Vittorini, (William) Faulkner, (John) Steinbeck, Isaak Bábel y (Guy de) Maupassant, entre otros.
Matar al padre
-La figura del padre aparece en varios cuentos. ¿Qué importancia ha tenido esta figura en tu narrativa?
-La figura de mi padre es fundante. Como padre y como maestro contra el cual rebelarse. Yo te diría que me enseñó el parricidio. La nuestra fue una relación súper conflictiva y de rivalidad… no voy a entrar en detalles. Mi padre (Alfonso Saccomanno) llegó a publicar una novela, Alfil negro, por Corregidor, y ganó un premio de teatro. Si uno piensa que determinados conflictos se superan a través de la escritura, eso no es cierto. “No se soluciona en la literatura las cosas que no se arreglan en la vida”, dice (John) Cheever. El libro se abre con un cuento que viene de Situación de peligro, que es mi novela inicial sobre el padre; aparece después en Animales domésticos y sigue en El pibe, que es sobre la figura del padre. Mi padre dejó una novela sin publicar y cuentos.
Comprensión sin perdón
-¿Qué vas a hacer con este material inédito de tu padre?
-Nada. Si él no lo publicó, yo no lo voy a publicar.
-Guillermo Martínez publicó los cuentos de su padre.
-¿Será más bueno Guillermo Martínez que yo? Si no sos parricida, no sos escritor. El parricidio es una condición sine qua non para ser escritor. No puedo perdonar ciertas actitudes de mi padre, que puedo comprender, pero no puedo olvidar. Me cabe la comprensión, no el perdón.
-¿Qué no le podés perdonar a tu papá?
-El doble mensaje. A mí me interesaba pintar, de pibe pintaba y escribía mucho. Él insistía en que yo tenía que seguir una carrera seria, ser abogado, y que la pintura debía ser un hobby. A los 15 años yo era un niño trotskista. ¿Te imaginas las discusiones con un padre socialista? Yo lo acusaba de menchevique y él tenía todos los prejuicios contra el comunismo; era una relación de mucho conflicto. Al final no entré en Bellas Artes, sino a Letras. Entonces se podría decir que ahí empieza la rivalidad. Mi padre llegó a presentarse, ya enfermo, a una editorial de historietas en la cual colaboraba yo cambiándose el apellido. Entonces mi argumento de discusión fue que se cambian el apellido los hijos, no los padres. Yo armé otro programa literario: salí de (Émile) Zola y me fui a (Henry) Miller; salí de (Honoré) Balzac y me fui a (William) Faulkner. Mi viejo laburaba en prensa de la municipalidad y fue sancionado por la dictadura. Lo desplazaron a un cargo menor y ahí comenzó el declive. Por otro lado, no puedo dejar de idealizarlo en muchas de las aventuras de su vida, como tomar sindicatos a mano armada, haber trabajado en el puerto, después haberse hecho periodista y pasar del gorilismo extremo a tener relaciones con sindicalistas peronistas a partir del bombardeo del 55.
-¿La literatura de tu padre tenía tanta oscuridad como la que hay en tus cuentos?
-No, mi padre era más optimista, como todo socialista. Si hubiera estado en la pandemia, habría creído íbamos a salir mejores. Creía en la evolución; era un positivista. Mi viejo venía de (Alfredo) Palacios y hasta llegó a defender a (Américo) Ghioldi. Yo sigo discutiendo con mi padre del mismo modo que sigo conversando con Juan Forn, que ha sido mi editor. Termino un texto y pienso en Juan. O estoy escribiendo un texto y digo ¿qué diría Juan? El padre es la ley. ¿Cómo escribís contra la ley?
La lucha de clases y el dinero
-¿Por qué otro tema que está presente con frecuencia en tus cuentos es cierta tensión entre la memoria y el olvido?
-La cuestión de la memoria se agudiza con la publicación de este libro porque apenas tuve en mis manos el primer ejemplar lo primero que pensé fue: ¿Qué diría mi padre? Pensar qué diría mi padre es pensar en la lucha de clases, pensar en el origen. Yo me debo a la educación pública. En la nueva literatura argentina no existe el dinero. Tal vez el último que escribió sobre el dinero fue Alan Pauls. El análisis político de la literatura está en desuso. Yo no pretendo imponer una mirada lukacsiana, pero no te podés hacer el distraído con la realidad. Lo que más jodió en mi discurso en la Feria del Libro el año pasado fue que me referí a la materialidad del libro y al referirme a la materialidad hablé del dinero. Si pensás que hay una tríada que mueve esta sociedad capitalista, que es sexo, dinero y poder, ¡bingo! Yo no puedo eludir eso, no digo que voy deliberadamente al choque, lo que digo es que aparece en mi literatura.
Pide otro té saborizado y al rato que se lo traen se queja: “es un té palermitano”. Saccomanno se ríe con ganas. Lo toma igual, pero no puede distinguir si es de durazno, frutos rojos o alguna otra combinación de origen incierto. Vuelve a Viñas, a ese librito con el que se cruzó en una librería y que estuvo leyendo con pasión. “Lo agarré y fue volver a escuchar a Viñas -recuerda-. Yo abandoné la carrera de letras poco antes de la dictadura. Si antes te pedía documentos la cana para entrar, después te controlaban la entrada los monto (Montoneros). No volví nunca más porque me sentí resentido con la academia; pero estoy revisando ese resentimiento a la luz de Viñas. Fue Viñas el que me invitó a la carrera, después de muchos años. Ahora me invitan de la Universidad de Mar del Plata, con la que tengo una relación más amable, o de universidades de la Patagonia. Pero esto tiene que ver con mi historia y con la facultad que me tocó vivir”.
De pronto observa la foto de tapa de sus Cuentos reunidos, donde aparece casi de perfil, con una sonrisa socarrona y un pucho entre los labios, y confiesa que le cuesta agarrar el libro. “A veces pienso que escribía mejor antes . Ahora me doy cuenta de que hay muchísimos cuentos con mujeres. Y creo que esto es un principio chejoviano porque Chéjov decía que un cuento sin una mujer es como una máquina de vapor sin vapor. El cuento es lo que se lee por debajo, yo creo en la teoría del iceberg”, subraya el autor de la crónica Un maestro (2011), libro por el que recibió el Premio Rodolfo Walsh y la novela Cámara Gesell (2012), con la que obtuvo por segunda vez el Dashiell Hammett.
La misa de un escritor
-¿Cómo explicás el hecho de que tu escritura se volvió más seca, sin adjetivación, filosa y cortante?
-Yo estoy convencido de que son los hechos los que adjetivan, los que deben funcionar como adjetivo. Como dice Isaak Bábel: un punto puesto a tiempo llega más al corazón que un fierro. Y también dice que la frase nace perfecta o no nace y necesita una vuelta de picaporte, con una vuelta basta; no hay que darle dos. Si podés contar en diez palabras, ¿para qué vas a usar once? Creo que tiene que ver también con mis lecturas de poesía y filosofía y con empezar a entender el texto como una forma poética. Y tiene que ver con la fuga de un instante: si no cuento esta mesa cuando llego a casa, si no tomo apuntes, se me escapa esta mesa. Tal vez tiene que ver con la fotografía. Adriana Lestido es mi maestra; los dos tenemos en común el fanatismo por (Andréi) Tarkovski. Si leés Esculpir en el tiempo, lo que plantea Tarkovksi es una cuestión de religiosidad en el arte. Si no tenés un pensamiento religioso y de fe, dedicate a otra cosa, tiene que ser lo que más te preocupa en la vida; es tu conexión con Dios. Yo no sé si Dios existe o no, pero andá a misa todos los días si querés que el milagro se produzca, si querés que Dios te escuche. Sé que suena medio risible, pero se trata de eso. Tarkovski se tomaba el cine muy en serio; no hay otra posibilidad.
-¿Cuál sería la misa de un escritor?
-Sentarte todos los días a escribir. Como decía (Antonio) Dal Masetto, un día que no se escribe es un día perdido. Aunque no tengas ganas, pasate ocho horas intentándolo, aunque te salga solo una frase porque es una cuestión de disciplina. Hay un momento en que es disciplina y otro momento en que ya se internalizó como adicción.
-¿Terminaste de escribir una novela?
-Sí, pero no quiero hablar mucho porque estoy en la etapa en que la están leyendo amigos. Se la pasé a (Juan Ignacio) Boido, a (Ángela) Pradelli y a (Claudio) Zeiger. Pero no me animo a hablar mucho porque he quemado tantos libros...
-¿En serio quemaste libros?
-Sí, tres o cuatro. Yo creo en el poder purificador del fuego (risas).
-¿Los quemaste literalmente o es metafórico?
-Literalmente, sí. En el patio trasero en Gesell agarraba vodka o querosén, un fósforo y listo. Borraba el archivo de la computadora y después quemaba los papeles. También tiré mis diarios, doscientos cuadernos. No los quemé, los tiré en un volquete. ¿Por qué tiré mis diarios? Prefiero estar en un libro que en los diarios. Cuando tenés hijos, los diarios son una trampa. Yo puedo entender los diarios de (Abelardo) Castillo, de (Ricardo) Piglia o de (Franz) Kafka porque no tenían hijos. Pero los hijos te ponen en una situación de responsabilidad. La escritura del diario es por lo general una escritura de tono grave, de protesta y refunfuño; lo que hacés en el diario es quejarte de que el mundo no te comprende, lo cual es falso. De pronto aparecen opiniones que no son fruto de la reflexión sino de la ira del momento y uno termina contando escenas de alcoba o rencillas de competencia con amigos, además de las incomodidades con los hijos y con las parejas. ¿Por qué convertirlos en herederos de tu rencor, de tu frustración? Prefiero que me lean en mi literatura. Lo que escribí sobre mi padre, mi madre no lo quería leer. Me decía: “esa historia ya la viví”. Mi hermana me cuestionaba: “no fue así; papá era distinto”. Esa crítica es previsible. Algunos libros causaron despelotes familiares.
De idas y vueltas
Guillermo Saccomanno define a la novela que terminó de escribir como un texto “íntimo” sobre sus amigos de Villa Gesell. Entre los personajes que aparecen hay dos conocidos para los lectores de PáginaI12: Juan Forn y Adriana Lestido. Son historias entrelazadas con la dificultad de “contar a los seres queridos sin herir, sin lastimar”, aclara el escritor y agrega que la novela que están leyendo los escritores Claudio Zeiger y Ángela Pradelli y el editor y escritor Juan Ignacio Boido es también un texto que tiene que ver con el territorio, “si uno elige el territorio o el territorio te elige a vos”.
Paula Pérez Alonso le recomendó leer a la filósofa belga Vinciane Despret, especialmente Habitar como un pájaro. “Ella plantea que los pájaros migran y vuelven al mismo lugar y que en los mismos lugares la pasan bomba, algo que a mí no me pasa porque yo voy a Gesell, pero llega un momento que no aguanto más y me rajo a Buenos Aires. Y después no aguanto a Buenos Aires y me voy a Gesell”, resume Saccomanno las idas y vueltas entre las dos ciudades en las que habita. El escritor está escribiendo otro libro de cuentos breves y está pintando mucho, experimentando con tintas.