En los ’90 se impone el termino “posmoderno” por el cual se establece que no hay nada fuera del discurso. No hay principios últimos y la realidad se caracteriza por la fragmentación donde no hay hechos, solo interpretaciones de los hechos. Nietzsche es quien se habría adelantado en la conceptualización de la crisis de los valores del iluminismo. En su concepción se acentúan los procesos de desintegración en el rechazo del racionalismo propio de la modernidad a favor del fragmento. Los posestructuralistas plantean que la historia deviene del lenguaje y esta es una cadena de simulaciones e interpretaciones. Como dice Jean Baudrillard: “el simulacro es lo verdadero” y continua “En el apogeo de las hazañas tecnológicas, perdura la impresión irresistible de que algo se nos escapa; no porque lo hayamos perdido (¿lo real?), sino porque ya no estamos en posición de verlo: a saber, que ya no somos nosotros quienes dominamos el mundo, sino el mundo es el que nos domina a nosotros. Ya no somos nosotros quienes pensamos el objeto, sino el objeto el que nos piensa a nosotros. Vivimos bajo el signo del objeto perdido, ahora es el objeto el que nos pierde.” Esto ha llevado a la hegemonía de lo que Zygmunt Bauman nombra como “modernidad liquida” donde “los sólidos que se están derritiendo en este momento, el momento de la modernidad líquida, son los vínculos entre las elecciones individuales y las acciones colectivas. Es el momento de la desregulación, de la flexibilización, de la liberalización de todos los mercados. No hay pautas estables ni predeterminadas en esta versión privatizada de la modernidad. Y cuando lo público ya no existe como sólido, el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen total y fatalmente sobre los hombros del individuo.” Su resultado es que las identificaciones de clase, género y generación se encubren para establecer la fuerza de las identificaciones en las que se esta como ganador o perdedor según la lógica del mercado. En esta perspectiva la búsqueda de emancipación es rechazada por diferentes “pos” donde lo que aparenta es más importante que la propia verdad. Aquí encontramos la idea de la “posverdad”. Lo cual nos lleva a la necesidad de definir qué se entiende por “mentira”. Según el diccionario se define como una cosa que se dice sabiendo que no es verdad, con intención de que sea creído (María Moliner); expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa (RAE). Por lo contrario, la “verdad” es una cualidad de una expresión o representación que corresponde a una cosa que existe o la expresa o la representa como es. Entidad abstracta construida por lo que es verdadero (María Moliner). Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o piensa (RAE). Podemos observar que estas definiciones se basan en lo que pensaba San Agustín cuando propone que el acto de mentir es decir lo contrario de lo que se piensa y añade, con la intención de engañar. Debemos destacar que para producir una mentira se requiere: 1°) la conciencia por parte del hablante de lo que es cierto; 2°) la conciencia del carácter incierto de lo que se dice; 3°) la intención de engañar y 4°) la intención del hablante de ser considerado veraz. Es decir, la mentira es una actividad verbal, intencional y que pertenece al registro de la conciencia.
Los orígenes de la palabra “posverdad” tienen varias fuentes. Una de ellas es que en abril de 2010 una revista humorística especializada en política medioambiental publica un artículo que por primera vez utiliza la palabra “posverdad”. El creador del término fue David Roberts y se refería a las políticas que negaban el cambio climático pese a la evidencia científica al respecto. Pero fue el diccionario de Oxford en 2016 que estableció a “post-truth” como la palabra del año. El triunfo de los populismos de derecha en EE.UU. y en Europa con el Brexit le dieron carta de ciudadanía. Donald Trump afirmaba permanentemente cosas falsas y Nigel Farage en el Reino Unido luego de ganar el Brexit negó todos los eslóganes de su campaña: simplemente decía “yo nunca dije eso”. En ambas situaciones había una indiferencia absoluta a la verdad. Sin embargo, recién cuando la revista de la burguesía financiera –como la denominaba Carlos Marx– The Economist publica un artículo sobre el tema la palabra adquiere peso mediático. Allí, luego de la victoria de Donald Trump, lo nombra como el máximo exponente de la posverdad. Es decir, de ser un partidario de las pasiones y las creencias individuales con las cuales convence a sus votantes. En este sentido la larga historia de las mentiras en la actividad política que termina en la posverdad es compleja, pero debemos pensarla en la crisis del capitalismo tardío. Es así como el concepto que alude a los populismos de derecha se transforma en una reacción defensiva de las posturas neoliberales ya que supuestamente a estas no las alcanza el concepto de posverdad. De esta manera se pretende encubrir las razones de la desigualdad, el racismo, la violencia y a discriminación en pos de la ideología neoliberal.
El inicio del marketing:
“Las antorchas de la libertad”
En la sociedad de mercado, el sujeto se ha transformado en un consumidor que hay que venderle un producto. Este puede ser una heladera, un auto o un político. Pero esto no es una novedad. Vayamos a principios del siglo pasado. Eduard Bernays había nacido en Viena en 1891. Su madre era la hermana de Sigmund Freud y su padre era el hermano de la esposa de Freud, Eli Bernays; es decir, era sobrino por ambas partes. Siendo joven, sus padres decidieron emigrar a Nueva York donde decide utilizar las ideas de su tío para influir en la opinión pública. Cuando tenía 25 años le propone al presidente de EE.UU. Woodrow Wilson que justificara su entrada en la Primera Guerra Mundial diciendo que EE.UU. quería “llevar la democracia a todo Europa”. El eslogan fue un éxito. Luego de la Gran Guerra comenzó a usar sus conocimientos para fines comerciales. En 1920 un fabricante de cigarrillos se planteó cómo incorporar a la mujer en el consumo del tabaco. Bernays consultó a un psicoanalista y este le dijo que algunas mujeres fumaban en público como una rebelión contra el machismo. Bernays, en vez de diseñar una publicidad, inventó una noticia. Pagó a una docena de chicas para que fumaran en medio de un gran desfile en la Quinta Avenida y les dijo que llamaran a sus cigarrillos “antorchas de la libertad”. Invitó a periodistas para que las entrevistaran; al día siguiente era tapa de todos los diarios y el consumo de cigarrillos aumento rápidamente. Bernays fue el creador de lo que hoy de conoce como marketing. En la misma época, el nazismo basaba su propaganda en la manipulación y la mentira; la consigna era repetir cien veces una mentira para transformarla en verdad. El estalinismo reescribe la historia de la revolución rusa donde el nombre y la figura de Trotsky no existe. La persecución a la oposición de izquierda zinovievista, bujarinista y trostkista se basaban en mentiras que, en muchas oportunidades, son tomadas como verdades por los propios acusados antes de ser encarcelados o fusilados.
Eduard Bernays murió en 1993 a la edad de 103 años cuando su invento ya era algo natural de la sociedad capitalista. Lo que nunca imaginó es la velocidad, la intensidad y la gran cantidad de información, sea falsa o verdadera, que en la actualidad se transmiten en las redes sociales. Por ello, si hay algo que caracteriza la actualidad del capitalismo tardío es la indiferencia de un sector de la población hacia la verdad. Esto es lo nuevo. La digitalización de los intercambios sociales lleva a que los sujetos se aíslen y se comunican con quienes ya piensan como ellos. De esta manera comparten sus creencias sin importar si la noticia que difunden es falsa o verdadera. En la red social de Facebook muestra en el muro de cada usuario lo que sus algoritmos intuyen que les va a gustar favoreciendo que le lleguen noticias que confirman su visión del mundo. Esto cobró notoriedad con la elección de Trump y el Brexit y puso en observación los algoritmos de Google y Facebook acusados de crear “burbujas ideológicas”. Pero no se puede culpar a las redes sociales por la dictadura de los algoritmos. Tampoco encontrar la solución en el llamado “algoritmo de la verdad” que pueda distinguir entre lo verdadero y lo falso. Es que decidir si algo es cierto o es una mentira no depende de una máquina o de otras personas. La verdad no es algo objetivo. La verdad se da en la intersubjetividad. En la relación con otras personas en el interior de una cultura.
Psicoanálisis de la mentira
“En una estación ferroviaria de Galitzia dos judíos se encuentran en el vagón “¿Adonde viajas?”, pregunta uno, “A Cracovia” es la respuesta, “¡Pero mira que mentiroso que eres!” se enojó el otro, “Cuando dices que viajas a Cracovia me quieres hacer creer que viajas a Lemberg. Pero yo se bien que realmente viajas a Cracovia ¿Por qué mientes entonces?” Este chiste es citado por Freud en El chiste y su relación con el inconsciente donde plantea el placer que nos produce transgredir las reglas del juicio y burlar la lógica que en este relato implica que se miente cuando se dice la verdad y se dice la verdad con una mentira. Para producir un chiste se necesitan tres personas: el que cuenta, el que se ríe y el tercero que es objeto del chiste. En la primera persona se produce placer por la suspensión de la inhibición y la disminución del gasto psíquico. Esto solamente puede ocurrir si hay otro que puede producir un alivio general a través de la descarga. En este sentido, el trabajo del chiste es semejante al del sueño en tanto una idea preconsciente es sometida al inconsciente a través de los mecanismos de condensación y desplazamiento. Es un procesamiento del preconsciente por lo inconsciente a través de un retorno de lo reprimido que es vivido como placentero por lo consciente. Es el triunfo de la pulsión de vida, Eros sobre la pulsión de muerte.
La pregunta que se nos impone es ¿qué es una mentira desde el punto de vista psicoanalítico? Podemos mencionar diferentes momentos de la obra de Freud. En ellos la búsqueda de la sobredeterminación de lo inconsciente es lo que intenta develar detrás de la mentira. En el Proyecto de Psicología (1895) habla de “protonpseudos” para sostener una falsa conexión consciente dentro del cuadro de la histeria. Aquí el síntoma es una conclusión falsa que se desprende de una falsa premisa. De esta manera arrastra en la palabra “mentira” las concepciones teóricas previas sobre la histeria. En las reuniones del Grupo de los Miércoles se dedica una reunión a la “Psicología de la mentira”. En el texto Dos mentiras infantiles (1913) analiza dos mentiras de la infancia recordadas por pacientes adultos. La negación que implica la mentira, es decir lo que sería una desmentida se relaciona con la motivación inconsciente que la sustenta. Como veíamos al inicio en la definición de la mentira, el decir y la intención de engañar es fundamental. De allí que la ubicaríamos en el registro preconsciente-consciente. Pero no todas las mentiras se realizan en este modelo de allí la importancia de conceptualizar la cuestión de la “verdad”. Por ello la mentira y la verdad son aprendizajes que se realizan en el interior de la cultura por medio de las identificaciones estructurando el aparato psíquico. En definitiva para el psicoanálisis si el síntoma se sostiene en el engaño es para mostrar una verdad que el sujeto no puede hacer consciente.
Cuando nos prometen
que podemos tocar
el sol con las manos
Si avanzamos en otro registro epistemológico encontramos en Spinoza una perspectiva interesante para pensar estas cuestiones. Spinoza sostiene que la falsedad en sentido absoluto no existe, puesto que la razón es incapaz de producir ideas falsas por sí mismo. Lo que llamamos ideas falsas son producto de la finitud de nuestra capacidad cognitiva, por los tanto, más que falsas, son “inadecuadas” al objeto que se refieren. Por ello Spinoza plantea tres géneros de conocimiento. El primero es el de la imaginación. Pero debemos preguntarnos, ¿la idea imaginativa es falsa? No, dice Spinoza, ya que supone exigirle a la imaginación una tarea que esta más allá de sus posibilidades. El ejemplo que da es el del sol. No es un error percibir que el sol está a una distancia muy corta; el error consiste en creer que efectivamente se halla a esa distancia ya que aún sabiendo que la distancia es mayor vamos a seguir percibiendo como si el sol estuviera cerca. En este sentido, el error consiste en tomar la imaginación como si fuera un conocimiento cierto, ya sea porque se tomen como ideas adecuadas o impulsado por los prejuicios. En definitiva, la imaginación induce al error y debe ser puesta al margen mediante una reforma del entendimiento. Luego viene el segundo género de conocimiento: la razón. Si la falsedad del conocimiento imaginativo proviene de su objeto, hay que buscar la verdad en el objeto del conocimiento racional. La imaginación conoce, de manera inadecuada, pero conoce las cosas singulares. La razón conoce las propiedades comunes a la propiedad de la cosa y a la totalidad de las cosas. El conocimiento reflexivo no es la pura reflexión sobre la forma de la verdad que se encontraría en la idea adecuada, sino la reflexión sobre el orden que se debe establecer entre las ideas, de manera que queden concatenadas de un modo que pueda expresar no ya la fortuita incidencia de los cuerpos exteriores en el nuestro, sino el orden y conexión de las cosas; por ejemplo en la ciencia. El tercer género de conocimiento lo llama de la intuición. Si en el segundo grado de conocimiento dejamos las cosas singulares para dar cuenta de las propiedades comunes, en este tercer grado de conocimiento valoramos las cosas comunes para conocer las esencias de las cosas singulares. Aclaremos: esto implica conocer las esencias de las cosas singulares, no las esencias singulares de las cosas. No es un conocimiento esencialista de las cosas singulares, sino un conocimiento profundo de la relación entre las cosas singulares. Podríamos decir que es un conocimiento ideológico de las relaciones que se dan en el universo. De esta manera, de la imaginación pasamos a las nociones comunes y de estas a las esencias comunes de las cosas singulares. No solo podemos conocer mejor sino también más cosas. Vamos ganado perspectiva y comprendiendo el funcionamiento del universo.
En esta perspectiva, la cultura hegemónica a través de los medios de comunicación y las redes sociales nos instalan en el conocimiento imaginativo, donde nos prometen que podemos tocar el sol con las manos. De allí la importancia de generar formas colectivas que permitan encontrar ideas adecuadas que amplíen nuestro conocimiento. Es decir, una razón apasionada desde donde se pueda construir espacios de transformación.
* Psicoanalista. Editorial de la edición de agosto de la revista Topía.