Amarillo, rojo, naranja, verde oscuro, verde claro, negro azabache y azul marino. Una explosión de colores en continuado con limones, bananas, tomates, frutillas, calabazas, naranjas, acelgas, zapallito, lechuga, manzanas, kiwis, berenjenas y arándanos contrasta con el cemento gris. La vida palpita por las arterias del Mercado Central, ubicado en Tapiales, Autopista Richieri y Boulogne Sur Mer. Como una ciudad gigante dentro del partido de La Matanza, el centro comercializador de frutas y hortalizas que abastece a la Región Metropolitana y al Gran Buenos Aires, donde viven más de 14 millones de personas, ocupa un predio de más de 500 hectáreas. Los techos altos de chapas de uno de los mercados más grandes de Latinoamérica, que en octubre del próximo año cumplirá 40 años, amortiguan el solazo del mediodía.
Los operadores mayoristas informaron un retroceso del 20 % en los precios de frutas y verduras, en el marco del Programa de Fortalecimiento de la Actividad Económica y del Ingreso, anunciado por el ministro de Economía y candidato presidencial de Unión por la Patria, Sergio Massa. “La medida la hemos tomado en conjunto con las cámaras y el sector productivo, es una buena noticia para que puedan consumir todos los artículos”, declaró a la prensa el presidente de la Cámara de Operadores Frutihortícolas Mayoristas del Mercado Central (Combaires), Claudio Mollo. Página/12 recorrió el gigantesco mercado para relevar en qué medida se cumple esta nueva disposición, y en cuánto ayuda al bolsillo y la organización de las familias.
La estrategia del vozarrón
A-cá te-ne-mos 3 a-cel-gas por 500”, grita un vendedor, modulando la oferta para tentar a futuros compradores. “¡Mirá que bananita, che, mirá que banana, dos kilos a mil!”, invita otro vendedor, más acelerado, en el mismo puesto. Los dos forman como un dúo que se saca chispas; apelan a la “estrategia del vozarrón”: llamar la atención y que la gente se sume a la cola. Hay 900 puestos de ventas distribuidos en 18 naves. Se calcula que se comercializan 106 mil toneladas de frutas y hortalizas por mes.
Hace bastante que Jessica Martínez, de Parque Chacabuco, no compraba en el Mercado Central. Volvió una tarde, después de salir del trabajo, acompañada por su pareja y su hija Isabela, que subraya que tiene "diez años y medio" y lleva puesta la remera suplente de Messi del Inter Miami. En las verdulerías de Parque Chacabuco paga el kilo de tomate 800 pesos. En el Mercado se va a llevar 2 kilos de tomate (perita o redondo) por 500. Otra diferencia que comparte con este diario: las manzanas las suele pagar 800 pesos el kilo; acá se va a llevar 2 kilos por 600. “Cualquiera pone el precio que quiere”, contesta Martínez, pero reconoce que los comercios de barrio pagan alquiler y luz y compran en menor cantidad. Tiene previsto gastar entre 7.000 y 8.000 pesos, una compra que le alcanzará unos 15 a 20 días.
Julieta Cortiñas, de Merlo, tiene un micro emprendimiento de licores, mermeladas y encurtidos junto con su pareja. Los dos esperan que los atiendan en uno de los puestos. Ella abre su cuaderno y repasa lo que comprará: limón (para el licor), quinotos, morrón, berenjena, banana, frutilla, manzana, pera, naranja, ajo y maní. “En este puesto los 3 kilos de berenjena están 500 pesos. Hay que ir recorriendo y viendo”, recomienda. Cortiñas revela que tiene esquizofrenia, que está “muy bien tratada” y que, como le costó mucho encontrar trabajo, se las tuvo que “rebuscar”. María Coronel, de Villa Urquiza, exuda la alegría contagiosa de quien acaba de ganarle una modesta pulseada a la inflación. “Compramos una bolsa de zanahorias (diez kilos) a 1.000 pesos”. No recuerda exactamente cuánto paga el kilo de zanahoria por el barrio, pero expresa que “muchísimo más”. Coronel está “buscando buenos precios” y estima que gastará unos 10.000 pesos, compra que espera que le dure unos 20 días. “Nos van salir zanahorias hasta por las orejas”, concluye con una carcajada.
Con el bolsillo desconfiado
"Lo que hoy es caro, mañana es barato”. Mirta, jubilada de Ciudad Evita que está haciendo la cola para comprar pollo y cerdo en uno de los puestos del Mercado Central, condensa su (mal) humor soltando frases que ilustran una línea de flotación del desánimo generalizado por el deterioro de salarios y jubilaciones. La estampida de precios después de las PASO –la inflación de agosto se ubicaría en torno al 13 por ciento-- produce una especie de resignación fatigada. Aunque escuchó que han bajado “un poco” en algunos productos, dice que en los comercios de barrio siguen igual o aumentan “por las dudas”.
“Mi bolsillo es desconfiado por naturaleza”, sentencia Mirta a regañadientes para poner en cuestión anuncios que para ella son “pura espuma”. La mirada de esta jubilada cabalga entre el enojo por la espera y la reticencia a hablar. “A buen entendedor pocas palabras bastan”, recuerda esta cronista un refrán que escuchaba mucho en su infancia. Mirta está parada justo al lado de un cartel, escrito con tiza: Pecho, 2 kilos 3.400; Carré, 2 kilos 3400; picada especial, 2 kilos 2.800.
El “subibaja” de los precios
Isabel Flores, la dueña de uno de los puestos en la feria minorista, asegura que algunos precios bajaron, pero que otros siguen subiendo, especialmente la banana de Ecuador, la piña, el mango y la uva. Bajaron, según cuenta, la berenjena, el zapallito, el zucchini. El cajón de zapallito de 22 kilos, hace dos semanas, costaba entre 6.000 y 8.000, y lo vendían entre 400 o 500 el kilo. Ahora está a 2 kilos 300 y el cajón entre 2.000 y 3.000 pesos. “Bajó muchísimo”, confirma Flores y aclara: "en el Mercado Central tratamos de vender lo más barato que se pueda”. ¿Por qué si el Mercado Central bajó los precios cuando las personas compran en las verdulerías de sus barrios, Once, Constitución, Floresta, Liniers, Mataderos, Almagro, Villa Crespo o el barrio que sea, los precios siguen estando muy caros y no bajan? “Nosotros traemos por cantidad”, responde Flores. “Cuando comprás por cantidad, es otro precio. Ahí se ve la diferencia con las verdulerías de barrio”.
El cajón de bananas de Ecuador de 20 kilos estaba 5.000 pesos tres semanas atrás; entonces se vendían 2 kilos a 800 pesos. “Ahora no se puede vender porque subió por el dólar y el cajón está entre 19.000 y 20.000 pesos. No las traemos porque no vendemos algo tan caro; la gente está acostumbrada a comprar barato. No me compra nadie el kilo de banana a 1.000 pesos”, razona Flores. En reemplazo tiene la banana de Paraguay, que es más económica: el cajón está de 5.000 a 7.000 (la variación depende la calidad), y el kilo de 300 a 400 pesos o 2 kilos 600.
“Antes por acá no veías a la gente de capital, ahora hay mucha por la situación económica -describe esta puestera cómo fue cambiando el perfil de sus compradores-. Si en capital te cobran más de 1.000 pesos el kilo de banana y acá está 2 kilos 600 pesos, la mayoría viene porque la diferencia es mucha”, analiza. “El dinero no alcanza; es una situación muy fea y ojalá que pase rápido porque a veces me da pena cobrarle a un pobre viejo que viene a comprar con poca plata”, admite Flores con el dulce acento de Bolivia entre los labios. “A veces te piden dos o tres cositas y como no les alcanza te dicen: ‘esto no lo voy a llevar’. Eso da lástima, me angustia... Antes te decían: ‘dame 4 o 5 kilos’, y a la gente le alcanzaba. Hoy se llevan, como mucho, un kilo o medio kilo”, explica los cambios en el consumo esta puestera, boliviana nacionalizada argentina, que hace 25 años que trabaja en el Mercado Central.
“No se puede soportar más aumentos”
Christian Chávez, gorra negra y remera amarilla, sonríe y pregunta: “¿quién sigue?”. La cola en el puesto donde trabaja comienza a extenderse; hay más de quince personas esperando. Mientras atiende a una mujer que le pide dos kilos de berenjena (a 400 pesos) confirma a Página/12 que el tomate bajó “un poco”. Antes estaba 2 kilos a 800 pesos, ahora la misma cantidad la tiene a 600 pesos. En otro puesto, tanto los tomates peritas como los redondos están 2 kilos a 500.
Graciela Romero, la dueña del puesto de enfrente, también revela que algunas cosas bajaron. La bolsa de papa de 20 kilos pasó de costar 10.000 a 3.000 pesos. “Yo creo que la gente dejó de comprar y por eso bajaron un poco los precios; no se puede soportar más aumentos”, confirma Romero. Liliana Giovannetti –que vive en Ituzaingó y cada veinte días se acerca a Tapiales para comprar-- le da la razón a la dueña del puesto en el que está comprando y sostiene que el Mercado Central es “mucho más barato”, mientras su marido controla que estén en las bolsas la papa, batata, zanahoria, cebolla, lechuga y banana que ya pidió.
Viviana, de Parque Chas, decidió comprar por primera vez en el Mercado Central. Vino con una amiga, Sara, de Chacarita. Las dos coinciden que comprar verdura en el barrio está “muy caro”. Ya compraron dos kilos de papas y dos kilos de batata. “Lo ideal es juntarse tres o cuatro familias para comprar”, sugiere Sara y destaca que 2 kilos de berenjena a 500 pesos es “muy barato”. Le pregunta a una de las vendedoras por el arándano: “tres cajas por 1.000 pesos”, le informa. En la fila una mujer escucha la “promo”, mueve la cabeza y le comenta al marido: “en el Día vi el arándano a 350, ¡está casi igual!”. Sara, que viene seguido a comprar a diferencia de Viviana, precisa que hay mucha diferencia entre la zona mayorista y la feria minorista dentro del propio Mercado. Una bolsa de calabazas, que trae entre 10 a 12 calabazas, la pagaron 1.800 pesos el kilo en el sector mayorista.
En otro puesto, una de las jóvenes que atiende, Candela Juárez, de 19 años, enumera que no bajaron los precios del choclo, el morrón y las uvas, en cambio están más baratas la papa, la cebolla y la zanahoria. Candela trabaja de lunes a lunes de 7 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Le pagan por día 5.000 pesos, es decir 150 mil pesos en un mes de 30 días o 155 mil, en caso de que tenga 31. “La plata no alcanza”, resume lo que vive esta joven trabajadora.