Un siglo largo tardó en afirmarse Il turco in Italia, después del fiasco de su estreno. Entre tantos fracasos rehabilitados a través del tiempo, este tiene algo de excepcional: se trata de una partitura de Gioachino Rossini, hombre por naturaleza exitoso. Famoso en su época al punto de ser comparado con Napoleón, el tiempo, con sus modas y distracciones, redujo el nombre de Rossini a un par de títulos. Hasta que en 1950, Luchino Visconti puso en escena Il turco in Italia en el Teatro Eliseo de Roma, protagonizada por una joven María Callas, la misma que cinco años después llevó a La Scala de Milán –el escenario donde en 1814 había tenido lugar el tibio estreno– en una producción de Franco Zeffirelli, con dirección musical de Gianandrea Gavazzeni. Con esos nombres, Il turco se rehabilitó enseguida también en los engranajes globales de la industria cultural moderna, a través de la edición discográfica.

Desde este martes a las 20, después de 23 años Il turco in Italia regresará con seis funciones al escenario del Teatro Colón, donde se representó por primera vez en 1979. Pablo Maritano, que además es asesor artístico principal del Teatro, tendrá a su cargo la puesta en escena, que contará con escenografías de Gonzalo Córdoba Estévez, vestuarios de Renata Schussheim e iluminación de Caetano Vilela. Al frente de la Orquesta Estable, junto al Coro Estable que prepara Miguel Martínez, Jordi Bernàcer será el director musical. La nueva producción es parte del ciclo Divina Italia, con el apoyo de la Embajada de Italia y el Istituto Italiano de Cultura de Buenos Aires.

La historia del mercader turco que desembarca en Nápoles y lubrica el imaginario de una dama local, además de reavivar la esperanza de una gitana cuya patria "es el mundo entero", le sirve como ejercicio pirandelliano ante litteram al poeta, que traza su relato sobre el relato. Con personajes en busca de un autor, entre exotismo, ingenuidad y la perezosa malicia que alimenta la sensiblería burguesa, Il turco es una comedia de enredos, oportunidades perdidas, condena, reconciliación y otro montón de cosas, que entre los prejuicios de la civilización y las costumbres de la barbarie, encuentra su gracia en no mover las cosas de su lugar.

El barítono uruguayo Erwin Schrott y la soprano moldava Irina Lungu encabezan el primer elenco, que tendrá a su cargo cuatro de las seis funciones programadas (además del estreno, el jueves 7 y martes 12 a las 20, y el domingo 10 a las 17). Schrott encarnará a Selim, el turco encantador, mientras Lungu será Doña Fiorilla, la napolitana encantada. Fabio Capitanucci será el neurótico Geronio, marido de Fiorilla; Santiago Ballerini hará de Don Narciso, histórico amante de Fiorilla; Germán Alcántara abordará el papel de Prodoscimo, el poeta en busca de personajes e historias; Francesca Di Sauro será la fascinante Zaida, gitana y antiguo amor de Selim, y Santiago Martínez hará de Albazar, confidente de Zaida y viejo amigo del turco. El segundo elenco, encabezado por Marko Mimica y Constanza Díaz Falú, actuará el miércoles 6 y el sábado 9, a las 20.

Gioachino y el otro

Rossini tenía 22 años cuando compuso Il turco in Italia. Era su decimotercer título y su tercer trabajo para la Scala, donde acababa de triunfar con La pietra del paragone. “Soy un ídolo en Milán”, le escribía el compositor a sus padres en octubre de 1813. Ahí nomás se dio el inicio de la colaboración entre Rossini y Felice Romani, que se convertiría en el libretista más importante de su tiempo. Una promesa de éxito para La Scala que sin embargo tardó en cumplirse: Aureliano en Palmira, el drama serio estrenado a fines de ese año, fue recibido con frialdad y, al año siguiente, Il Turco in Italia estuvo más cerca del fracaso que de la aceptación, acaso por cuestiones moralistas. ¿Cómo podía ser que la protagonista, una señora casada e italiana, coqueteara con semejante ligereza en busca de historias galantes, y nada menos que con un turco? se preguntaban los señorotes de la platea. Para explicar el fracaso, durante mucho tiempo influyó entre los críticos el juicio de Stendhal, que sostenía que Rossini había cometido el error de repetirse en temática, presentando al poco tiempo una especie de copia en espejo de L’italiana in Algeri, obras en realidad de registros muy distintos.

El tema no era nuevo. Turcos y tiendas turcas abundan en la historia del entretenimiento europeo, desde El caballero burgués de Molière-Lully, de 1670, hasta el Mozart de El rapto del serrallo, a fines del siglo XVIII. De hecho, Romani recicló un libreto de esa época, del que no solo conservó el título, sino además casi todos los nombres de los personajes y parte de los versos originales. Il turco in Italia, con libreto de Caterino Mazzolà, se había presentado en Dresde en 1788 con música de Franz Seydelmann, mestro de capilla en la corte sajona, y en 1794 en Praga, con una partitura de Franz Xaver Süssmayr, recordado por haber completado el Réquiem que dejó inacabado su amigo y maestro Mozart.

Lo que sí retocó Romani del libreto de Mazzolà, de acuerdo con Rossini, fueron los espacios de las arias solistas, sobre los que elaboró momentos de conjunto. De este modo agilizó la escena e hizo del dramma buffo una instancia dramáticamente superior, sin dejar de ser terrestre. Efectivamente, Il turco in Italia de Rossini y Romani es una “maquinaria de ensambles”, que da cuenta de la transición de un drama basado casi exclusivamente en arias hacia una ópera que, sin excluir el recurso de expresión individual de los personajes, hace de las escenas de conjunto un dispositivo eficiente para exponer las tensiones y correspondencias entre los protagonistas.

Otro rasgo que hace de Il turco in Italia una ópera particular, es que Rossini, compositor que habitualmente trabajaba con notable velocidad, no llegó a completar su trabajo en el tiempo estipulado –cinco meses, entre abril y agosto–, por lo que, según un hábito muy extendido en la época, recurrió a colaboradores para los recitativos secos. Se dice incluso que también, por el apuro, acudió a un “compositor fantasma” para al menos tres puntos bastante importantes de la partitura. Las piezas de otra mano serían el “aria del sorbete” de Albazar, y la Cavatina de Don Geronio, en el primer acto, además del vertiginoso Final. Cosas que se dicen, peripecias que también el tiempo absolvió y que hacen de la historia de Il turco in Italia un drama buffo dentro del drama bufo.

Versión para niños

El sábado y el domingo, a las 11, como parte del Ciclo Colón para Chicos, se pondrá en escena una versión para niños de todas las edades de Il turco in Italia. En la adaptación de Gonzalo Demaría, un CEO con aires de poeta busca componer un libreto de ópera, y los particulares visitantes que llegan al lugar serán su fuente de inspiración. Al frente de la Orquesta Académica del Teatro Colón estará Juan Miceli, con la participación de alumnos de las carreras de Canto y Artes Escenotécnicas del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón.