A Tomas le encanta representar el personaje del director tirano, del artista obsesivo capaz de repetir una escena porque no le termina de convencer el modo en que un actor llega al bar, baja las escaleras y se desplaza hasta pedir un trago. Tal vez todo el desempeño de Tomas en su vida está guiado por una voluntad de armar y deshacer situaciones donde él siempre es el protagonista.
El deseo es el que justifica esa arbitrariedad. El amor un tanto indolente hacia su esposo y la pasión repentina por Agathe, una joven pasante que trabaja como maestra. El cuadro es una imagen desconcertante de la nueva época. Martin es el esposo que acepta las infidelidades del genio, el amor heterosexual entre Tomas y Agathe que deviene en la forma clandestina de una sexualidad ambigua, sin definiciones determinantes, solo prendada de la fascinación por una u otra persona que despierta el deseo. Pero lo que ocurre en Pasajes, el film de Ira Sachs que puede verse en los cines y pronto tendrá su estreno en la plataforma Mubi, es que el lugar del poder no encuentra una instrumentalización diferente en la elección sexual del protagonista.
Por el contrario, la masculinidad de Tomas (Franz Rogowski), sus caprichos como única motivación al tomar decisiones, su falta de comprensión al momento de medir el daño que causa a su marido y a su amante (roles que van a cambiar porque Agathe se convertirá en su pareja mientras disfruta de encuentros a escondidas con Martin) no se atenúan. La ambigüedad sexual no es aquí un rasgo de humanización, ni portadora de una sensibilidad que transforme las maneras de vincularse. Podríamos decir que Tomas se comporta como un varón heterosexual tradicional.
En este sentido el film de Sachs dialoga con Tar, la película de Todd Field que se estrenó el año pasado. Allí la directora de orquesta interpretada por Cate Blanchett hacía uso de su poder como podría haberlo hecho cualquier hombre. Le asigna a una joven chelista recién incorporada a su orquesta un solo, simplemente porque le gusta y quiere que se convierta en su amante y toma esta decisión frente a todos sus músicos sin importarle que su esposa, una de las violinistas de la orquesta, esté allí observando con tristeza una escena que, seguramente, ya ha transitado en otras ocasiones.
Pasajes está estructurada a partir de esa ansiedad que guía a Tomas y que lo lleva a querer vivir varias vidas a la vez. No puede dejar de estar con Martin (Ben Whishaw) ni con Agathe (Adéle Exarchopoulos) no porque los ame sino porque no soporta que algunos de los dos pueda construir su existencia prescindiendo de él. El modo que que va de uno a la otra describe el control que intenta mantener, como si ellos fueran los personajes de una trama y él, como autor, no quisiera que se escapen. Pero ellos son meros episodios mientras que él es una figura fija en la vida de ambos. Tomas realiza intervenciones, como si su conducta se guiará por una impronta performática. Descoloca a los padres de Agathe cuando llega a un almuerzo con un top y un pantalón de animal print, actúa unos celos destemplados frente al nuevo amante de Martin. Aquí es importante señalar que este nuevo amor es un escritor que empieza a destacarse en el panorama literario parisino y ese dato, la lectura de su novela, los comentarios que escucha sobre su escritura, lo inquietan mucho más que la posibilidad que Martin se enamore de él.
Lo que Tomas no puede hacer jamás es permanecer, asumir alguna idea de amor. Como en esa secuencia donde la cámara lo acompaña por la ciudad mientras él deambula en su bicicleta vestido de frac, supuestamente con destino a un estreno pero, si nos dejamos impregnar por la línea narrativa diríamos que en realidad huye o va detrás de su próxima aventura, de otros seres que se ofrezcan como sus criaturas para volver a herirlos.
La puesta que plantea Sachs está alejada de toda estridencia. Hay un uso acertado de la actuación, una sensibilidad en Adéle Exarchopoulos y en Ben Whishaw que parece trabajada en la misma sintonía. En las escenas cruciales, donde otro autor hubiera sobrecargado de reproches y discursos, los diálogos (en un guión que Sachs escribió junto a Mauricio Zacharias) dicen una parte de todo aquello que le está sucediendo a los personajes. A veces solo abandonan el cuadro o se miran y son los cuerpos los que terminan contando las contradicciones, las confusiones que los personajes experimentan. Tomas tiene, en el desempeño de Franz Rogowski una seducción medida, sutil. Su manipulación también está pensada desde lo emocional, incluso hasta llegar a mostrarse frente a Agathe y Martin como un ser sufriente que no logra manejar ese amor y ese deseo.
En la pareja de tres que forman y que Tomas imagina anudar a partir de la posibilidad de tener un hijo y criarlo entre los tres, de compartir una casa donde siempre él tenga a alguno de ellos en su cama mientras el otro o la otra no pueda evitar escuchar lo que ocurre en el cuarto de al lado y esperar su turno, serán Martin y Agathe los que consigan ponerse de acuerdo sin saberlo y reconocerse en el mismo dolor.
Como Tar, este film de Sachs parece necesitar de los finales aleccionadores. Aunque en Pasajes la resolución queda mucho más abierta y se diferencian la instancia personal de la profesional, resuena un poco el castigo que tenía lugar en el desenlace de Tar y que nos lleva a pensar que dos film que se mostraban alejados de todo moralismo necesitan recurrir a una trama donde los artistas geniales y manipuladores encuentren algún límite o sanción que podría llevarlos a recapacitar sobre lo que hicieron.
El sexo está ligado a la impronta realista del film. La manera de exhibir su práctica es explícita pero sin perder su carácter narrativo. Está guiado por la necesidad, por algo que va más allá de la razón, de la conveniencia y del propio cuidado emocional, especialmente en los personajes de Martin y Agathe. Ellos saben que dejarse llevar por el ímpetu de Tomas es demasiado peligroso. Ese deseo puede destruirlos pero van hacia él porque no encuentran otra manera de involucrarse, de ocupar un lugar en su vida. Dejarlo implicaría asumir todo el dolor, separarse de ese impulso, disociar ese sentimiento como la única salida.
En Cine Arte Cacodelphia (Roque Saenz Peña 1150)