En el marco del juicio de lesa humanidad por el Operativo Independencia, un hombre que fue enviado al Monte tucumano mientras cumplía con el Servicio Militar Obligatorio contó que la primera orden que recibió fue ordenar una pila de cuerpos de víctimas de la represión ilegal. Recibió esa orden con desconcierto y angustia. La respuesta de su superior fue que había que hacerlo, que eso era “cosa de machos”. Allí, en el “teatro de operaciones” que significó el Operativo Independencia en relación con el plan sistemático de represión y exterminio que arrasó el país durante la última dictadura, “la idea de que había que estar dispuesto a comprometerse con la represión ilegal porque eso era una cosa de hombres” fue “fundacional”, concluyó Santiago Garaño, investigador dedicado a los hechos que tuvieron como escenario el sur tucumano en los años previos a la dictadura militar y que, que fue el primer paso del genocidio.
En su libro “Deseo de combate y muerte. El terrorismo de Estado como cosa de hombres”, Garaño aborda las marcas de género que atraviesan su objeto de estudio, al que comenzó a abordar en 2008. Empezó estudiando la experiencia de soldados conscriptos durante la dictadura y acabó indagando sobre la importancia que el Ejército le había dado al Operativo Independencia, “todo el esfuerzo que habían puesto en construir la idea de que en el monte se estaba librando una batalla decisiva en la llamada lucha contra subversión”.
Así, desentrañó cómo el Ejército construyó a fuerza del convencimiento emocional y del compromiso de “un cuerpo masculinizado” de toda la cadena de mandos en el escenario de los hechos, más que la definición de tácticas y estrategias, las bases de la represión ilegal que arrasó en todo el país desde 1976. El trabajo psicológico de la fuerza en torno del “deseo de combate” así como la exacerbación de la hombría, del coraje y el heroicismo “como si las acciones guerrilleras hubiesen de algún modo puesto en duda cierta masculinidades, afectado no solo al Ejército como institución, sino también a la familia militar y en particular a los hombres del Ejército y eso requiriera una venganza grupal”, concluye en esta entrevista con Página|12.
–¿Cómo surge y en qué se basa el deseo de combate?
– En el marco de lo que fue el Operativo Independencia los militares exacerban la figura de los camaradas caídos en manos de la guerrilla. Gracias a un hábil y muy fino trabajo de acción psicológica, el Ejército va consustanciando a la propia tropa con la necesidad de comprometerse personalmente con la represión como un modo de vengarse. En esa base se construye institucionalmente ese deseo de combate, de aniquilamiento. Ahí funciona muy fuertemente la idea de dar la vida, ya no por la Patria, sino por los compañeros que habían sido víctimas de la guerrilla. En testimonios de oficiales o suboficiales, de soldados que fueron a Tucumán aparece esta idea de ‘yo quería ir a Tucumán para vengar la muerte de mi compañero caído’. Cuando encontré las directivas y órdenes secretas del ejército que regularon el Operativo Independencia, y que forman parte de la causa 13 –eje del Juicio a las Juntas de la última dictadura– empecé a leer que la razón de que todos pasaran por el Operativo Independencia no sólo era para adquirir experiencia, sino que aparecía la idea de acrecentar en la tropa el deseo de combate. En este sentido fue fundamental apelar a la idea de que las organizaciones armadas había atacado a la familia y que entonces era necesario construir una venganza grupal, colectiva e institucional frente a estos actos. Esto estuvo planificado como campaña militar, un año antes del golpe de Estado.
–¿Con los soldados funcionó de la misma manera esta acción psicológica?
–Con los soldados se hizo una tarea psicológica que buscó consustanciarlos con la lucha antisubversiva, pero también se los persiguió y maltrató. Por un lado, se los construyó desde los medios de comunicación, revistas militares, como los protagonistas de la lucha: los hijos varones del pueblo dando su vida por la Patria en el sur tucumano. Pero cuando corrí un poco el velo de esa propaganda me encontré con que muchos de ellos sufrieron en carne propia la represión ilegal. Los militares estaban totalmente obsesionados con la posibilidad de que la guerrilla los infiltrara. Muchos soldados me relataron que fueron estaqueados, estuvieron secuestrados, muchos desaparecieron. Además, sufrieron la situación de ser enviados a una situación de extrema violencia como la que se vivió en Tucumán o fueron testigos de la represión ilegal, lo cual dista mucho de esa construcción de los soldados como protagonistas.
–’Los hijos varones del Pueblo’... planteás en tu análisis que el sujeto militar fue construido como sujeto masculino…
–Efectivamente la cuestión de las emociones, los sentimientos y los afectos que narraban oficiales y suboficiales estaba unida a fuertes mandatos de género. La idea de que había que estar dispuesto a comprometerse con la represión ilegal porque eso era una cosa de hombres. Aparece muy fuerte los valores de la hombría, del coraje y también como si las acciones guerrilleras hubiesen de algún modo puesto en duda cierta masculinidades, afectado no solo al Ejército como institución, sino también a la familia militar y en particular a los hombres del Ejército y eso requiriera una venganza grupal. Permanentemente aparecen los índices y las marcas de género en torno a la represión ilegal. Un soldado que declara en el juicio por el Operativo Independencia cuenta como una de las tareas que le obligaron a hacer era ordenar una una pila de cuerpos, de muertos víctimas de la represión ilegal y que frente a su desconcierto por la tarea encomendada le respondieron que era su tarea como soldado, y que había que hacerlo porque esto es cosa de machos. Una especie de mandato institucional de masculinidad, el mandato de estar a la altura de una tarea que tenía que hacer un recluta varón. El que no podía hacerlo, no era tan macho, no se la bancaba. Desde la hombría se exhibía y circulaba en el monte tucumano ese poder soberano sobre la vida y la muerte que impregnó el Operativo Independencia.
–Equiparás el valor de la hombría a otros como la valentía, el coraje, el heroicismo como pilares de esta construcción que llevaron a cabo las fuerzas armadas…
–Un “buen soldado”, “un verdadero hombre” significaba consustanciarse con la lucha antisubersiva, estar dispuesto a dar la vida primero por la Patria y luego por los compañeros varones, por esos camaradas asesinados por la guerrilla, aún si hubieran muerto en un combate o por errores propios. Porque, la verdad, es que cuando uno empieza a despejar la propaganda, surgen relatos que aseguran que más allá esa puesta en escena de una guerra, ese teatro de operaciones que fue el Operativo Independencia, aquello fue una gran impericia, se terminaban matando entre ellos. Y muchas cosas de esa descoordinación generaban, sobre todo en soldados conscriptos, clima de terror, de peligro o conflicto. Quizá moría alguno por errores propios y lo hacían pasar como una víctima de la guerrilla, o aprovechaban para matar a algún soldado díscolo, y lo hacían pasar como víctima de la guerrilla. La figura de los caídos se convierte en una figura emblemática gracias a la acción psicológica y a la propaganda militar que los incita a “devolver” esa deuda y estar dispuesto a terminar la vida. En las las fuentes aparece la idea de ‘mancharse las manos con sangre´, de poner en compromiso el cuerpo de toda la cadena militar como un modo de involucrar a todos. Un cuerpo masculinizado dispuesto a comprometerse con la represión en el monte Tucumano es el espacio en donde se fundan fuertes lazos de lealtad y compañerismo. Sobre esa malla de relaciones personales es sobre las que opera el terrorismo de Estado como cosa de hombres.