¿Y nuestras marchas?

En el arte siempre hubo expresiones de lucha. Mucho del arte tiene que ver con el desacuerdo. Muchas canciones nacieron al ritmo de la disconformidad, quizás porque probablemente no exista un arte de la satisfacción plena, pero ese es otro asunto.

Antes de la canción de protesta existían las marchas o las canciones populares que embanderaban, que aglutinaban, que reunían a los luchadores y a las luchadoras bajo esa especie de pancarta sonora.

Muchas de esas marchas de lucha y reivindicación después se volvieron himnos. De hecho, si prestamos atención, casi todos los himnos hablan de algún acontecimiento histórico o militar en donde hay siempre alguna lucha épica.

Esos himnos eran composiciones que coexistían con otras canciones populares casi siempre patrióticas o reivindicatorias. La Marsellesa, por ejemplo, era una canción más en tiempos de la Revolución francesa; pero tuvo suerte, tuvo pregnancia y se consolidó como himno nacional.

El himno argentino, antes de ser tal, era conocido como Marcha patriótica y luego Canción patriótica nacional.

A partir de los años 60 y 70 del siglo pasado aparecieron otros himnos. Fue el auge de la canción de protesta. Eran canciones que nacían para denunciar y concientizar acerca de la situación política y social. Fueron mil nombres, con América latina en ebullición y una trama de cantoras, cantores y canciones impresionante. Y el folclore, las trovas, los traperos, el rap, el freestyle y el rock con sus variantes más corrosivas. 

En determinadas luchas o reivindicaciones escuchamos y cantamos canciones que pensamos íntimamente como nuestros himnos.

Pero… ¿y ahora? ¿No tenemos nada para cantar?

La ausencia de canciones me hizo pensar en la ausencia de multitudes, de marchas, de la necesidad indispensable de juntarnos y decir y cantar que con Estela no se metan, que con los 30 mil no se metan, que el Fondo Monetario no nos gusta un carajo, que los precios de la comida los ponen los dueños de todo y los privilegiados, que la justicia está poblada por sujetos que defienden sin biombos a esos dueños y a esos privilegiados y que el pueblo unido jamás será vencido.

La alegría de la política se construye con multitudes que cantan lo que les duele"

Este programa, #LaGarcía en la AM750 está cumpliendo dos años. Y hace dos años hablábamos de la necesidad de recuperar la proximidad y la movilización. Quedamos de algún modo supeditados al distanciamiento social del que se hablaba en tiempos de pandemia. 

El filósofo Giorgio Agamben nos decía que no entendía por qué lo llamaban distanciamiento social. Pudo haber sido “distanciamiento físico”, que era lo necesario para no contagiarse. La medida médica debió llamarse “distanciamiento físico”. Pero se lo llamó “distanciamiento social”. Resultado: nos distanciamos. Quedamos lejos.

Y de pronto, la paradoja: ese distanciamiento social operó sobre la progresía, sobre el peronismo y la derecha antiperonista construyó comunidad: actos odiantes, rugientes, con canciones que no autorizan ni sus creadores pero que las usan igual y las vuelven himnos con perfume a cosa punk, rockera, potente y revolucionaria.

De pronto el agite está en otra parte y nos quedamos mirando con los bolsillos dados vuelta por la poca guita y el afano de la mística.

La alegría de la política se construye con multitudes que cantan lo que les duele y lo que quieren. Y juega la dirigencia, que en otros tiempos habilitó y dispuso patios, avenidas, diagonales, parques y estadios para erguirnos. Gobernar es movilizar, inscribió –que es más que escribir- alguna vez Horacio González.

Cuando se está entre miles en las calles hay una especie de rayo dignificante que te hace bien, que te encuentra, que te hermana, que te agranda y te explica que somos unos cuantos los que no queremos, a 40 años de democracia, que gobierne una derecha punitiva con núcleo de partido militar.

Cerremos esta reflexión conceptual con un pensamiento del extrañado José Pablo Feinmann, que como un himno, repetimos:

“La vida, el amor, la política, la historia son una ligazón profunda con algo que nos trasciende. Desde muy pibe, cuando estaba metido a fondo con las cuestiones religiosas de la tragedia, aprendí que religión viene de re-ligare. Y que re-ligare es ligarse hondamente con la totalidad de lo real, con la vida. El que ama la vida no la desperdicia. La tiene para él y también para los demás. Somos el Otro. Nos vemos y nos descubrimos en el Otro y él en nosotros. Podemos descubrir todos los matices de la experiencia humana: desde el odio hasta el amor. Pero si descubrimos el compartir, el estar juntos, el creer en algo que nos envuelve, una meta, un proyecto, entonces nos lanzaremos hacia el futuro y el presente se volverá imprescindible. El presente se construye porque lo vemos desde el futuro. Si no tuviéramos una percepción de un futuro posible y mejor estaríamos condenados a la inacción”.

Acá, desde ese rato de futuro que nos permite imaginar José Pablo, le y nos suplico que nos llenemos de marchas, abrazos, cantos, consignas, pancartas y, como principal argumento, ser en un nosotros patriótico, una multitud.