Esta novela empieza con una pérdida.
Una tesis que podría desprenderse de Sierra Nevada, de Natalí Aboud, es que las pérdidas dejan espacio para que la transformación acontezca. Escribir algo es una cadena de hilos que uno va armando, señales o pistas que uno va siguiendo, flechas o corazonadas que se despiertan y arman la ruta de eso inatrapable, precioso y único que es ese proceso de creación, que finalmente con suerte o con perseverancia, terminan siendo un resultado.

La gata de la narradora se muere. Hay un gesto que define la novela, en la cual Brownie al morir pasa a ser un tatuaje. Esa pérdida se convierte en un dibujo, en una estampa, en una ficción. Muere y en ese mismo acto ya se transforma y aparece de otra manera en el cuerpo de la protagonista. Algo muere y deja espacio para que otro escenario aparezca. La liberación de una forma en la que otros escenarios u otros sueños empiezan a configurarse. 

Necesitamos espacio para que otras realidades emerjan. En esta novela, la protagonista se deja llevar, como si fuera una especie de viento que permite ser trastocado o transmutado por los acontecimientos. Marley, el tatuador, la invita a un viaje que va a hacer a Sierra Nevada, destino final y nombre de esta novela de aventuras. Pero antes de irse de viaje, la narradora visita a su mamá. 

"De mi cumpleaños de seis solo existe una foto, un plástico borroneado fuera de foco. La foto no es buena pero se distingue a simple vista el quiebre de una familia", dice la protagonista y otra vez ese campo semántico del quiebre, la pérdida, el hueco, el agujero vuelve a aparecer. Pero esa visita es el último eslabón para dejarse ir, no porque las heridas mortales de la infancia se dejen atrás (en la novela vuelven como las olas del mar de la playa).

La transformación que empieza con la gata muerta convertida en tatuaje sigue de otras formas: pistas de baile que se transforman en calles, besos que te dejan mareada hasta devolverte al cuerpo de una chica deseada, las montañas en el mar. En este trance alucinado, la protagonista hace su rito de paso a la adultez. Greta, El Marley, Patricia, el barba, sus padres son los personajes que orbitan a su alrededor para devolverle su personalidad estrellada, las células que están llamadas a reinventarse, el líquido que tiene que tomar para vivir en la fantasía. Una fantasía oscura, espesa donde las familias más reales son aquellas que suceden en un bolichel lamado Cerebro magnético.

La narradora va creando monstruos con sus palabras. Los monstruos están en un bicho, en las axilas de una chica, en una performance desaforada, en una cajita feliz que te compra tu papá. Todo sucede a una velocidad eléctrica. El cuerpo de la protagonista es el lugar donde se dibuja el veneno que la destruye y la salva. Tan rápido sucede todo que las imágenes se empiezan a mezclar como un cocktail feroz. 

Las pérdidas como promesas de nuevas vidas, las fiestas como cuevas donde no ser nadie, los besos, el cuerpo como plataforma de fantasías, los bichos y las plantas como exorcismos psíquicos, la familia como un sostén y una trampa y finalmente las palabras que permiten como trucos de magia armar este mundo de aventuras lisérgicas y desenfadadas. Sierra Nevada es un antídoto contra la realidad, un encantamiento para sumergirse en la aventura, una escritura que funciona como la picadura del escorpión: te llena de ese deseo negro, viscoso que hace que queramos ir a vivirlo todo, a ser las protagonistas de un sueño que a cada segundo se llena de pesadilla.