El chileno Sebastián Silva asomó la cabeza en el mundo del cine en 2007. Estrenada en el Festival de Valdivia, La vida me mata era una comedia bastante lúgubre centrada en un joven depresivo, aquejado por el dolor de la muerte de su hermano mayor. Sin embargo, fue su segundo largometraje, La nana (2009), el que recorrió los mil y un festivales luego de ganar en Sundance el Gran Premio del Jurado y el galardón a la Mejor Actriz para su protagonista, Catalina Saavedra. En ambas películas, pero sobre todo en esta última, el particular sentido del humor de Silva mostraba su primera dentición, confirmada poco tiempo después en Gatos viejos (2010) y Crystal Fairy y el cactus mágico (2013), su despedida de Chile antes de instalarse en los Estados Unidos. A diferencia de muchos colegas latinoamericanos, que dejan atrás una primera etapa filmográfica para intentar acercarse a las producciones de Hollywood de mayor escala, el realizador nacido en Santiago de Chile hace 44 años terminó afirmándose en los márgenes más independientes del cine producido en ese país. Así lo atestiguan títulos de pura cepa indie como Magic Magic (2013), Nasty Baby (2015) y Tyrel (2018), amén de la responsabilidad como director de varios episodios de la serie Los Espookys, producida por HBO y en la cual compartió oficio con su compinche, el mexicano Fernando Frías de la Parra, el director de Ya no estoy aquí. La aventura en tierras norteñas continúa ahora con Rotting in the Sun, otra favorita en el encuentro anual creado por Robert Redford, cuyo título –literalmente “Pudriéndose al sol”– anticipa algunas de las tonalidades irónicas y situaciones literales que se presentan en pantalla sin medias tintas ni resquemores. Protagonizada por el propio Silva –al menos, en parte–, el comediante e Instagramer norteamericano Jordan Firstman y la chilena Catalina Saavedra –esta vez interpretando a una “señora que limpia” mexicana–, Rotting in the Sun llega a la plataforma MUBI este viernes 15 con una oferta de humor negrísimo, sexo explícito sobre la arena y a plena luz del día y ansiedades creativas obturadas por las indecisiones personales y esos accidentes que suelen ocurrir cuando menos se los espera.
En la ficción, Sebastián Silva es Sebastián Silva, un director de cine cada vez más interesado en su carrera como artista plástico, pero al mismo tiempo bastante deprimido. Al punto de querer suicidarse con un cóctel de fenobarbital. No es casual que la frase del filósofo rumano Emil Cioran suene con fuerza durante los primeros minutos de metraje, leída en voz alta, en una plaza céntrica del ex Distrito Federal, por la versión cinematográfica de Silva, antes de que su perro cometa la infracción de comer caca de un congénere: “Sólo se suicidan los optimistas que ya no logran serlo. Los demás, no teniendo ninguna razón para vivir, ¿por qué la tendrían para morir?”. Es entonces, como quien no quiere la cosa, que llega la oferta de pasar unos días y noches en la paradisíaca Playa Zicatela, en las entrañas de un resort gay. Hacia allí va el protagonista de la primera parte de la película, un poco tímido ante tanto pito al descubierto y sexo sin pudores alrededor suyo. Y es en la playa, sentado frente al mar, que Silva conoce a Firstman, un admirador de su obra (al menos de una de sus películas, Crystal Fairy). Un fan dispuesto a ofrecerle un proyecto de serie televisiva que, a priori, suena banal y poco interesante. Un ego trip de antología. Pero, ya de regreso en México, en videoconferencia, los agentes de una importante cadena se muestran bastante más interesados en esa idea absurda que en cualquier otra que Silva les haya estado pitcheado. Corolario: una invitación para que Jordan pase unos días en su casa de Ciudad de México, para bien y para mal.
En el origen de Rotting in the Sun hay una anécdota de la vida real. “Estaba en México y caí en una compulsión: buscar películas por todos lados”. Desde Los Ángeles, Sebastián Silva recuerda cómo una serie de hechos fortuitos terminaron dándole forma a la anécdota que dispara el relato de su último largometraje. “O bueno, tal vez no películas, pero sí historias. Y volvió a ocurrir, a pesar de que no esperaba hacer una película en México. Pero no me sorprende, porque todo sale de mirar alrededor y tomar notas. En este caso, había una señora, la Señora Vero, que trabajaba en el edificio donde yo vivía; y Mateo, que es un amigo mío en la vida real y es el dueño de ese lugar. También está mi perro Chima, que solía comer mierda en la plaza. Son cosas que me sucedieron y la película tal vez sea una manera de catalizar la experiencia. De comprenderla, incluso”.
“Me dieron ganas de hacer un thriller cómico que fuera súper misántropo y existencialista”, continúa Silva. “Fue un proceso muy entretenido, la verdad, porque hacer comedias se siente bien; es como que uno está estableciendo un diálogo sano con la audiencia”. El guion, la cámara y el montaje, entonces, transfiguran aspectos de la realidad, sucesos concretos que atravesaron la carne y la sangre del autor reconvertidos en narración cinematográfica. Eso no quiere decir, al menos en un sentido estricto, que Rotting in the Sun sea un film autobiográfico. No podría serlo: en la ficción, poco antes de que Firstman, el protagonista de la segunda mitad de la película, llegue a su nuevo destino, Silva desaparece sin que nadie sepa dónde encontrarlo. En realidad, hay alguien que lo sabe, y muy bien. Además del espectador, desde luego, que fue testigo del acto de desaparición y conoce los detalles del misterio. “El guion surge a partir de coleccionar cosas. Por ejemplo, la Señora Vero, que en la vida real es adorable y se viste muy parecida a Catalina en la ficción; las cosas que pasaban en la plaza; los personajes secundarios que aparecen en la película. El impulso inicial fue el de hacer una película en la cual todos son una mierda. Incluido yo, desde luego, ese artista que se deprime cuando hay gente que lucha por lograr que su hijo tenga un seguro médico. Fue mirarse a sí mismo y caer en la cuenta de que los dolores y quejas que uno tiene no ofrecen punto de comparación con otros dolores y quejas profundamente verdaderos. La idea en un primer momento era reírse de la clase privilegiada, pero eso devino en reírse de todos. No quería que Vero, por pertenecer a la clase trabajadora, se transformase en una víctima santa. Me parecía más complejo e interesante que ella también fuera un desastre, una mediocre mentirosa. Hay también desagradecidos, obsesos y demás. Rotting in the Sun es una oda misantrópica a todo lo que nos rodea, incluidas la gentrificación y las redes sociales. Me ayudó muchísimo Pedro Peirano, con quien escribí varias películas previamente, en particular para poder alejarme de mí mismo como personaje. Porque lo que menos me interesaba era hacer un canto egocéntrico disfrazado de parodia. ¡Qué vergüenza andar agrandándose a uno mismo! Siempre hay que mantener cierta distancia”.
Jordan llega al departamento de Sebastián y, mientras espera impaciente su regreso, se manda un par de fiestas algo ruidosas y bastante lúbricas. Pero la sospecha de que algo raro ha ocurrido justo antes de su llegada se potencia, y sus miradas recaen sobre la Señora Vero. De pronto, Rotting in the Sun abandona el ritmo frenético, y los penes de todo tamaño, color y estado de erección le dejan el espacio a la paranoia y el objetivo de dilucidar qué diablos ocurrió, por qué el inquilino del piso desapareció, dónde y en qué situación se encuentra. Jordan intuye que hay algo podrido en la coyuntura y la oscuridad comienza a apoderarse de la historia, sin abandonar nunca el humor. Silva recuerda que la escritura del guion les tomó a él y a Peirano siete meses. Unas ciento diez páginas que fueron los pilares de todo lo que luego se filmó. “Por supuesto que hubo algunas improvisaciones, pero el núcleo estaba presente en el papel: la idea de que cada persona interpretara para la película la peor versión de sí misma”. Catalina Saavedra, por caso, podría ser una pariente lejana de la nana del film de 2009 cuyas zonas erróneas fueron potenciadas varias veces. Al oído, su acento chileno es inexistente. “Increíble, ¿no? Los mexicanos que ven la película ni siquiera se dan cuenta. Cuando la llamé para invitarla fue lo primero que hablamos. Me daba pena no utilizar los servicios de una actriz mexicana, pero es que me fascina la Catalina. Lo primero que me dijo fue ‘bueno, déjame ver, voy a probar, ¿cachai?’ Estuvo practicando con un hombre que ayuda a actores a reducir su acento. Trabajó muy duro durante tres meses y lo logró”. En cuanto a Firstman, que se transforma en el protagonista de casi dos tercios del film, Silva reconoce haberse sorprendido de lo buen actor que es. “En términos de responsabilidad, de memorizar los diálogos, por ejemplo. Pero también por su carácter propositivo y lo fácil que le resultaba actuar naturalmente. Y el carisma, desde luego –la cámara lo quiere–, además de su energía. Rotting in the Sun comienza con un tono deprimente y cuando entra Jordan se enciende con esa energía maníaca que tiene. Además fue muy valiente, porque está haciendo de sí mismo, riéndose de sí mismo, exponiéndose mucho física y emocionalmente, teniendo sexo explícito en cámara. La verdad es que lo dio todo y me encantaría trabajar nuevamente con él”.
Silva está viviendo en Los Ángeles y cree que se va a quedar allí un año, un año y medio más, aproximadamente. Después no sabe si regresará a Nueva York o a México. “Estoy medio como paseándome, probando ciudades. Creo que es la forma en la que me imagino como director. Es casi terapéutico el cine que hago; una forma de exponer y organizar mis emociones y sentimientos respecto a las experiencias que he vivido. Anhelos que tengo. Mi primera película, La vida me mata, era una especie de comedia negra acerca de la muerte. La nana era sobre una empleada doméstica que trabajó en el hogar de mi familia, y filmé esa película en mi casa. También he rodado en mi departamento en Nueva York y Crystal Fairy está basada en una chica que se llamaba así. El cine es un arte que puede ser de millones de maneras distintas, y creo que he encontrado una forma para mi cine que es esta. Soy súper impaciente y creo que las producciones de Hollywood –con todas esas voces opinando y el hecho de no tener el corte final– no es algo que me tiente. No estoy en contra de eso, pero no es algo que me haya llegado ni que haya buscado. No tengo el sueño de crecer haciendo películas, sino el de explorar temas que vayan apareciendo a medida que crezco. La verdad es que las veces que le he llevado material a alguna productora grande la respuesta no ha sido muy positiva. Y está bien que así sea: hay que entender el tipo de creador que uno es y adecuarse a eso”. El futuro tal vez cambie la situación: actualmente, Silva se encuentra desarrollando un proyecto televisivo junto a Ari Aster, el director de Midsommar y Beau tiene miedo, para la productora A24, un show familiar con tono humorístico, además de una serie de animación para adultos. “Cuando me fui a México decidí dedicarme un poco más a la pintura, como se ve en la película en tono jocoso, y le estoy dedicando mucho tiempo a eso. Pero el entusiasmo por el cine no desapareció. Siempre se me ocurre algo, a veces de maneras inesperadas”.