En septiembre de 1973 el diario chileno La Tercera publicó debajo del titular: “Mueren seis extremistas que intentaron fuga”, la foto de un grupo militar quemando América despierta, una serigrafía de Patricia Israel y Alberto Pérez frente a las Torres San Borja de Santiago.
Cascos, fusiles y algunas sonrisas diseñadas para la escena del momento cercaban la obra que se convertía en uno de los símbolos de la represión y la censura chilena mientras ardían libros arrasados en fogata y trepaban por el aire las llamas. Muchos años después, y según cuenta una nota del Diario de la Universidad de Chile (diario Uchile), en la búsqueda por rescatar alguna copia (en la pesquisa sin suerte de exhibición aparecieron dos: una la tenía un coleccionista privado en Chile y la otra estaba en el Centro de Estudios de Gráfica Política de Los Ángeles en los Estados Unidos) el Museo de la Solidaridad Salvador Allende recuperó una gracias a una donación que llegó desde Bélgica.
Quien la donó en 2020 había viajado a Chile en los años setenta para participar en una conferencia sobre comercio y desarrollo en el tercer mundo y había recibido esa copia original como un regalo de la esposa de Alberto Pérez. Después de tantos inviernos en pared belga la serigrafía de trece colores con “una iconografía bien clara donde aparece el Che Guevara, distintas figuras que representan movimientos revolucionarios de izquierda, caimanes, mariposas y firmada por Patricia y Alberto los geógrafos revolucionarios”, volvía a Chile para exhibirse restaurada en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende.
Patricia, una de las autoras de esta obra emblemática que une herencias de la tierra y fue exhibida en la Bienal de Venecia (junio,1972) en la sección Diseño gráfico experimental, nació en Temuco, estudió en la Academia de Escultura del maestro Tótila Albert y pintura y grabado en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. La imagen del saqueo y la hoguera en la tapa de La Tercera fue para ella, clandestina tras el Golpe de Estado, definitivamente una amenaza de muerte.
Vivió el exilio en la Argentina y en Venezuela. Volvió a Chile en la década del ochenta. Los rictus de su expresionismo desplegados en acuarelas, oleos, acrílicos y en diferentes técnicas del grabado perfilan memorias arqueológicas en crítica punzante (vale como ejemplo su premiada La llegada de lo blanco, obra por los quinientos años del desembarco de Colón en América) una crítica que está presente siempre, cuando delinea cuerpos neo expresionistas y cuando rompe con el formato ilustrativo.
Formó parte de los circuitos artísticos en los años sesenta, creó afiches, posters y fue motor del serigrafismo arraigado en la energía revolucionaria y del ensayo gráfico. Varias veces premiada, ganó en 1991 en la Bienal de Valparaíso (fue la primera mujer en ganar el primer premio), su obra, memoria de un trazado cromático, cruza en retrospectiva cuerpos y sentidos en movimiento. Collages y objetos tridimensionales enmarcados documentan y componen el relato de su historia personal (su mamá y su papá llegando a Temuco escapando de los nazis, el Holocausto, la dictadura chilena) y la sal de su voz: “Fue la idea hacer un memorial, porque tiene que haber una memoria activa. Quería entregar un aviso para tener ¡cuidado! frente a los acontecimientos de una barbaridad e incredibilidad tan grandes que son imposibles de representar.” (Patricia en una entrevista de M. Carolina Abell).
Una voz unida a voces en dimensión sin límite interpela a las voces negacionistas.