Permítanme comenzar con una historia, mi historia, de cómo me convertí en una feminista aguafiestas.

Estamos sentados a la mesa. Siempre nos sentábamos en los mismos lugares, como si estuviéramos asegurando algo más que un lugar. Teníamos conversaciones cordiales. Mi padre preguntaba sobre la escuela, esto y aquello. Pero luego empezaba, decía algo ofensivo, en general sexista, mirándome como si me estuviera desafiando. Yo intentaba no responder, me quedaba sentada en silencio, con la es- peranza de desaparecer. Pero algunas veces, no podía no responder. Podía hablar despacio o podía alterarme, reco- nociendo con frustración que me estaba dejando alterar. Cualquiera fuese la manera en que hablara o lo que fuera que dijera, si había una discusión, si se volvía acalora- da, yo sería vista como la causa. Escuchaba la acusación: “Sara, otra cena arruinada”.

Nos convertimos en feministas aguafiestas cuando nos entrometemos en el camino de otros hacia la felicidad, o cuando simplemente somos un estorbo, y arruinamos esa cena, o el ambiente. Nos convertimos en una feminista aguafiestas cuando no estamos dispuestas a dejarnos llevar por la corriente, o a llevarnos bien con alguien, a sentarnos calladas, aceptando cualquier cosa. Nos convertimos en feministas aguafiestas cuando reaccionamos y les contestamos a aquellos con autoridad, usando palabras como sexismo, porque eso es lo que oímos. Son muchas las cosas que tenemos que evitar decir o hacer para no arruinar un momento. Otra cena arruinada. ¡Tantas cenas arruinadas! Me convertí en una feminista aguafiestas. Y escribo este manual como tal. ¿Ustedes lo son? ¿Cómo pueden saberlo? Háganse estas preguntas: ¿Se niegan a reírse de chistes que les parecen ofensivos? ¿Las han llamado conflictivas por señalar un conflicto? ¿Basta con que abran la boca en una reunión para que los demás asistentes pongan los ojos en blanco, como queriendo decir: “Ahí empieza otra vez”? ¿Al llegar a algún lugar o al sacar algún tema les parece que la atmósfera se pone tensa? Si contestan que sí a alguna o a todas estas preguntas, es posible que también sean feministas aguafiestas. Y escribí este manual para ustedes

                               (***)

 

 

El feminismo a menudo es considerado una forma de privación. Si bien el término “aguafiestas” ha circulado desde antes que “feminista”, situar a las feministas en la historia de los aguafiestas arroja una nueva luz sobre viejas historias feministas. Un artículo del New York Times de 1972 describe a un grupo de porristas evocando a las feministas aguafiestas como su antítesis: “Ayer, en el Madison Square Garden, se hizo evidente que el mundo del hurra-hurra de las porristas no tiene lugar en su equipo para Gloria Steinem, Germaine Greer y otras feministas aguafiestas que luchan por la liberación de la mujer”. El contraste moral entre las alegres porristas y las feministas aguafiestas funciona muy bien. El artículo comienza con algunas citas, como si hablaran directamente las porristas: “‘¿Explotación sexual?’, preguntó Mary Scarborough de Western Kentucky University, mientras giraba su pompón de vinilo, ‘¿De qué están hablando?’. ‘¿Quemar nuestros sostenes?’, dijo Rooney Frailey de Notre Dame, ‘Por favor. De ninguna manera. No podrían aguantar ni un partido’”. Lo que se implica aquí es que las feministas objetarían ser porrista por considerarlo “explotación sexual” y que este lenguaje es ajeno a cómo las mujeres viven dichas prácticas. La feminista aguafiestas es utilizada para crear la impresión de que ser una feminista es estar en contra de muchas cosas, de todo, incluso, de estar en contra por estar en contra.

Las feministas aguafiestas son caracterizadas de manera similar en un artículo posterior: “Un grupo de militantes feministas quiere prohibirles a los hombres silbarles a las mujeres y llamarlas ‘mi amor’. Según este grupo de aguafiestas de dedos huesudos, esta es una forma de acoso sexual, equiparable al manoseo o al exhibicionismo”. Las aguafiestas son tratadas no solo como un colectivo constituido por un determinado tipo físico (un grupo de personas de dedos huesudos, ni más ni menos), sino también como unas exageradas. Las feministas aguafiestas convierten algo sin importancia en una cosa más grande, o tratan asuntos menores, actos de diversión inofensiva, mi amor, es un cumplido, mi amor, esas expresiones de afecto, como si fueran lo mismo que otras cosas más importantes. En el caso del movimiento Me Too, muchas acusaciones eran de este tipo: las feministas se habían convertido en una turba, una banda de aguafiestas de dedos huesudos, que ejercían su poder sobre otros. Llamar a algo acoso sexual es ser aguafiestas, impedir algo que es agradable; ¿cómo puede ser que no podamos decir cosas agradables como “mi amor” a las mujeres? La imagen de la feminista aguafiestas nos muestra cómo la minimización del daño y el agrandamiento de poder funcionan juntos. Incluso señalar algo como dañino es considerado un intento de ejercer o tener poder sobre alguien, como si algunas convirtieran las ofensas en algo más grande de lo que son para hacerse ellas más grandes. Así es como los términos y conceptos utilizados por las feministas para explicar cómo funciona el poder, como el acoso sexual, también se vuelven aguafiestas, portadores de sentimientos negativos, imposiciones por parte de unas intrusas.

 

VERDAD AGUAFIESTAS:
EXPONER UN PROBLEMA ES GENERAR UN PROBLEMA

 

Pienso que esta verdad aguafiestas es una verdad fundamental, con muchas implicaciones. Si una expone un problema, genera un problema; si una genera un problema, se convierte en el problema. Lidiar con un problema se convierte en lidiar con una persona. En otras palabras, una manera de manejar un problema es hacer que la gente deje de hablar de él o que aquellos que lo hacen se vayan. Si la gente deja de hablar sobre un problema, o si los que hablan del problema se van, puede asumirse que el problema ha desaparecido. Yo escucho una indicación aquí. Nos están diciendo que dejemos de hablar de los problemas o que nos vayamos. No siempre hacemos lo que nos dicen, pero entonces, cuanto más hablamos acerca de un problema, más nos lo encontramos. Reivindicar a la feminista aguafiestas se trata de algo más que adoptar ese nombre para nosotras mismas. También se trata de qué es lo que nos queremos seguir encontrando. Si cuestionar cierto estado de cosas hace a la gente infeliz, estamos dispuestas a hacer a la gente infeliz. Asumimos un compromiso, al que considero el compromiso aguafiestas central.

 

 

COMPROMISO AGUAFIESTAS:
ESTOY DISPUESTA A PROVOCAR INFELICIDAD

 

La feminista aguafiestas se convierte en una asignación. Una asignación puede referirse a cómo algo obtiene significado o valor, y, también, a una tarea. Si aceptar la asignación de feminista aguafiestas significa estar dispuesta a provocar infelicidad, podemos decir ahora lo que no significa. La clave de esta figura, lo que la hace tan aguda, es que pone a prueba el juicio de que ella busca aquello que causa, como si el objetivo de lo que ella hace o dice fuese entorpecer el camino de los demás hacia la felicidad o simplemente ponerse en su camino. No estamos buscando causar infelicidad; estamos dispuestas a causarla. Una distinción puede ser oscurecida por un juicio. Por lo tanto, no hablamos sobre sexismo o racismo porque queremos hacer a la gente infeliz; estamos dispuestas a hablar sobre sexismo o racismo aun cuando haga a la gente infeliz.

Aprendemos mucho al hacer de la feminista aguafiestas nuestra tarea. Si decimos que somos feministas, es más probable que escuchemos los tipos de comentarios que nos llevaron a ser feministas en un principio. Les dejo a continuación una lista de comentarios memorables que me han compartido, o me han dicho, familiares, amigos y conocidos sentados a la mesa en una cena: “Las mujeres no pueden ser iguales porque los bebés necesitan de la leche materna”, “Enoch Powell tenía razón” (N. de E: conocido parlamentario británico por su racismo y xenofobia), “Es egoísta que las personas homosexuales tengan hijos”, “Es lo que pasa cuando una se casa con un musulmán”, “Sara, no sabía que eras oriental”, “El divorcio discrimina a los hombres”. Encontrarán el contexto para cada uno de los comentarios en este manual. Algunos de estos comentarios me los hicieron a mí directamente. Otros podrían ser titulares de un periódico. Si fueran titulares, sería más fácil saber cómo responder Algunas veces nos involucramos en un debate porque, enfrentémoslo, hemos escuchado esto antes y hemos afinado, a la fuerza, nuestra destreza argumentativa. A veces nos negamos a debatir porque al hacerlo elevamos el rango de una postura a digna de ser debatida. Ahora bien, por más difícil que pueda ser responder al sexismo, la homofobia, la transfobia o el racismo en el ámbito público, es aún más difícil saber cómo responder en el ámbito privado. Convertirse en una feminista aguafiestas se trata de aprender cómo manejarse cuando amigos y familiares hacen esos comentarios. No hay una manera correcta, simplemente distintas maneras de hacerlo.

Una vez que nos convertimos en una feminista aguafiestas, sintonizamos más con otras feministas aguafiestas, dándonos cuenta de cuándo y cómo aparecen.

                                                                       (***)

Una especialista en diversidad me había dicho algo muy similar: que bastaba con que abriera la boca en algunas reuniones para presenciar cómo los ojos se ponían en blanco, como queriendo decir: “Ahí empieza otra vez”. En ambas ocasiones nos reímos, al reconocer que ambas identificábamos esa escena. Ni siquiera hace falta que comiences a hablar para que los ojos se pongan en blanco.

 

ECUACIÓN AGUAFIESTAS:
OJOS EN BLANCO = PEDAGOGÍA FEMINISTA

Cuando comparto esta ecuación, las personas suelen reírse. A veces nos reímos. Necesitamos que todas se rían para poder reír. En esa risa puede haber también un quejido. Que los ojos en blanco te sigan significa que te tienen en la mira. Cuanto más nos reímos, más nos ven. Nos reímos bajo el peso de ese escrutinio. Si bien nos reímos, no lo tomamos en broma. Sabemos que hay mucho que se supone que deberíamos tomar en broma; recuerden, la desigualdad es constantemente presentada como algo gracioso. Muchas de las historias de la feminista aguafiestas comienzan con la experiencia de no encontrar algo gracioso.

 

 

MÁXIMA AGUAFIESTAS:
SI NO ES GRACIOSO, ¡NO NOS REÍMOS!

 

Hablé con una profesora cuya jefa de departamento continuamente hacía chistes antisemitas u homofóbicos:

 

Creo que ella pensaba que era gracioso. Tengo un apellido muy obviamente judío, y mi familia es judía, y no soy religiosa en lo absoluto, pero ese es mi origen, soy judía. Hacía muchos comentarios, chistes y comentarios sobre los judíos tacaños y ese tipo de cosas… Y soy abiertamente gay y ella pensaba que era algo sobre lo que podía hacerme bromas, y siempre estaba diciendo sobre otras personas: “Te parece que él es gay, te parece que ella es gay”, de modo que había muchas cosas.

“Creo que ella pensaba” significa que tiene una idea de por qué esta persona habla de esta manera; tanto abuso verbal parece tener la intención de “ser graciosa”, lo cual nos da una idea de la utilidad de las intenciones. La idea de que “están siendo graciosos” habilita a algunos a seguir diciendo cosas que son humillantes y despectivas hacia otros. Estas formas de abuso verbal “vienen sucediendo hace años”.

Si nos encontramos continuamente con el mismo problema, es difícil no sentir que el problema somos nosotras. Ella describe: “Me han dicho que soy una resentida, que soy una resentida porque soy judía, o porque soy una extranjera que vive en este país y que aquí están molestos por el Brexit, o porque soy homosexual y me busco los problemas. Y comienzo a pensar: ‘Me estoy buscando estos problemas’; simplemente interiorizo que soy yo, que es mi culpa: permanezco acostada sin dormir a la noche pensando que realmente hay un problema con que esté aquí”. Cuando te oyen como resentida, un agravio puede ser desestimado como un rencor, como si solo estuvieras haciendo una denuncia porque estás dolida. El simple hecho de ser diferente (porque soy homosexual, porque soy judía, etc.) usado para explicar (y desestimar) lo que estás diciendo.

Convertirse en una feminista aguafiestas es oír cómo somos desestimadas. Al oírlo ella también se escucha dudando de sí misma: “Quizás estoy siendo supersensible. Puedo ver que estoy empezando a asumir la culpa, supersensible, no puedo aguantar un chiste, bla, bla, bla, el tipo de cosa que te dices a ti misma cuando estás tratando de superar algo”. Ella puede ver lo que está haciendo, asumiendo la culpa. Podemos terminar advirtiéndonos a nosotras mismas no convertirnos en feministas aguafiestas, diciéndonos que no hay necesidad de darle a algo más importancia de la que tiene. Superarlo puede ser un mandato que te impones. Ella usa dos veces la palabra supersensible. Las feministas aguafiestas a menudo son consideradas supersensibles.

VERDAD AGUAFIESTAS: TENEMOS QUE SEGUIR DICIÉNDOLO PORQUE LO SIGUEN HACIENDO

Incluso si tenemos que seguir diciéndolo por lo que siguen haciendo, se nos escucha como repetitivas. Ser una feminista aguafiestas, especialmente una negra, indígena o marrón, implica que nos vean como demasiado insistentes. Ser insistente es un reflejo de cómo las mismas cosas siguen ocurriendo. Tenemos detrás nuestras muchas cartas aguafiestas similares, enviadas y sin enviar, que nos dicen que las mismas cosas siguen ocurriendo. Estas cartas son recursos compartidos. Como feministas aguafiestas, creamos nuestros propios recursos.

 

Como feministas aguafiestas, todas podríamos escribir nuestros propios manuales. Incluso cuando señaláramos las mismas cosas, porque las mismas cosas siguen ocurriendo, nuestros manuales serían muy diferentes. No estamos simplemente contando historias aguafiestas; las contamos porque estamos en ellas. Este manual está moldeado por mi propia trayectoria queer como una persona de color de herencia mixta, con conexiones familiares en Pakistán y Australia, al igual que en el Reino Unido; una lesbiana, de clase media, una mujer cis; y como académica que trabajó en la academia durante veinte años y que ahora trabaja de manera independiente. (Dejo la historia de quiebre de por qué dejé la academia para más adelante.) Lo personal es institucional. Nuestras biografías, por más estrafalarias o idiosincráticas que sintamos que sean, son la manera en que estamos insertas dentro de historias más amplias.