El 36 por ciento de la tierra productiva en la Argentina rural está en manos del 1% más rico de los propietarios de tierra. Según los censos nacionales agropecuarios del Indec -de 1988, 2002, 2008, 2018-, entre 1988 y 2018 desaparecieron más de 156 mil establecimientos agropecuarios, en su gran mayoría pequeñxs y medianxs productorxs de alimentos, y se duplicó la concentración de la tierra en cada vez menos dueños: los dueños de la tierra. Los efectos de este despojo coinciden con el arrase y cercamiento de los extractivismos sobre territorios indígenas, campesinos e incluso de productorxs chacarerxs, “que pierden sus espacios de producción y de vida, acrecentando el éxodo rural hacia las grandes ciudades y destruyendo diversas formas de vida y culturas rurales”.
El informe de Juan Wahren, investigador del Conicet y del Grupo de Estudios Rurales (GER-Gemsal) del Instituto Gino Germani, que publica la Agencia de noticias TierraViva, confirma que el período 1988-2018 coincide, “no casualmente, con el surgimiento y consolidación del modelo de agronegocios a escala nacional y global, cuyo cultivo estrella en la Argentina es la soja transgénica (al que acompañan el maíz, trigo, arroz y otros cultivos modificados genéticamente). Y también con el avance exponencial de otras actividades extractivas como los hidrocarburos, la megaminería y los emprendimientos forestales”.
Wahren subraya que al mismo tiempo, en la Argentina urbana “se incrementaron exponencialmente los procesos de gentrificación y especulación inmobiliaria en las grandes ciudades, en un proceso de tal magnitud que se lo ha caracterizado como una forma de extractivismo urbano”. Esas actividades impactan directamente sobre las zonas rurales-urbanas y humedales, bosques nativos, salares y otros ecosistemas que sufren enormes transformaciones “y que provocan, entre otras cosas, un aumento de las inundaciones, incendios y una creciente contaminación de las fuentes de agua (ríos, lagos, acuíferos, etcétera)”.
Capítulo aparte para las afecciones que generan a la salud humana, por el uso masivo de agrotóxicos para las fumigaciones de los cultivos transgénicos y químicos peligrosos, que se utilizan en la actividad de la megaminería y el “fracking” de los hidrocarburos no convencionales. Las consecuencias del extractivismo se extienden además hacia los territorios urbanos, remarca el investigador, “donde miles de personas viven hacinadas en villas y asentamientos populares como si fueran ´guetos´, sin acceso real a las ciudades, a sus infraestructuras (plazas, escuelas, hospitales, calles) o a sus servicios básicos (agua, cloacas, electricidad, gas); mientras proliferan barrios privados y ´countries´ que profundizan la segregación espacial en las grandes urbes y sus suburbios”.
Frente a estos avances territoriales, organizaciones campesinas, pueblos indígenas, asambleas de vecinos y vecinas de pueblos rurales, agrupaciones ambientalistas, artistas y académicxs del Conicet impulsan un ciclo de Asambleas Públicas performativas en la Manzana de las Luces, para debatir sobre los elementos principales de la Naturaleza, Tierra, Fuego y Agua. “Será una puesta en escena del arte de la política. De la política de los territorios. De la política de las calles. De la política de los barrios. De la política que emana de los poros de los cuerpos despojados -concluye Wahren-. De la política que no delibera en espacios obturados a la voluntad colectiva, sino que los abre e invita a pensarlo todo, a debatirlo todo, a cambiarlo todo.”
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