Portada del primer tomo de Don Pascual, de Roberto Battaglia

En el siglo pasado la vida del dibujante Roberto César Battaglia era un enigma.

Ahora no ha perdido el misterio, pero es un enigma diferente. En ese entonces la pregunta era qué había pasado con Battaglia. Ni siquiera se sabía si seguía vivo. Ahora sí sabemos que entonces estaba vivo y que tenía muchos años por delante y también conocemos parcialmente su itinerario: primero la ciudad de Nueva York, luego algún sitio del estado de Nueva Jersey. Murió en 2005, como afirman la mayoría de las versiones, o el 21 de junio de 2006, como dice su epitafio, en el Saint Elizabeth Ann Seton Columbarium –un cementerio católico– en Whiting, en el condado de Ocean, Nueva Jersey. Su segunda esposa, Elba (que en la lápida aparece como Elva, con “v” corta), murió en 2012. El cuerpo de Battaglia descansa en un “columbarium”, es decir, en un cementerio que no tiene sus tumbas en la tierra, sino en nichos. Los antiguos romanos llamaron “columbarium” a este tipo de cementerios porque les recordaban la forma de un palomar.

Con los años, decíamos, el misterio cambió. La pregunta ¿qué pasó con Battaglia? se transformó en ¿por qué? ¿Por qué abandonó el dibujo? ¿Por qué perdió contacto con sus hermanas, sus sobrinos y todos sus conocidos? En 2007, cuando Osvaldo Laino –ilustrador y director de la revista Dibujantes– hizo una referencia en su blog al creador de Don Pascual, Ana Battaglia, su hermana, le escribió para ver si tenía alguna noticia de su paradero. Para la familia misma la vida del dibujante era una incógnita.

La pregunta por el “qué” pretende cierta objetividad y la respuesta es un hecho. En cambio, la pregunta por el “por qué” de una acción siempre es discutible, subjetiva, ambigua. Si preguntamos por el motivo de una decisión, no vamos a obtener un hecho, sino una interpretación o una conjetura.

Los mozos de Mangucho y Meneca

No hay ningún misterio en el viaje de Battaglia. Otros dibujantes se mudaron en la misma época a Estados Unidos, como Osvaldo Laino, Narciso Bayón, Alfredo Olivera y Mordillo. En Nueva York se encontraron con Vic Martin, que había partido unos años antes. Al igual que Battaglia, habían vivido el esplendor de la historieta argentina y habían visto también como las luces empezaban a apagarse. A comienzos de los años sesenta, la historieta cedía su popularidad a la televisión. Las enormes cifras de venta de los años cuarenta y cincuenta ya menguaban. La editorial Abril, que en 1949 había atraído a Buenos Aires a Hugo Pratt, a Alberto Ongaro y a Mario Faustinelli, abandonó la historieta por las revistas para mujeres, como Idilio, Nocturno y Claudia, y las de actualidad, como Panorama y más tarde Siete Días. En 1963 Patoruzito dejó de ser semanal y comenzó a ser mensual. Ese mismo año cerraron los títulos de la editorial Frontera (que Héctor Germán Oesterheld había cedido a la editorial Emilio Ramírez). La década del sesenta también acabó con la enorme influencia de Rico Tipo. Aunque dejó de salir recién en 1972 (tres años después de la muerte de su creador, Guillermo Divito), en la década del sesenta ya era una revista del pasado. Conservaba la fidelidad de algunos de sus viejos lectores, pero no conseguía seducir a los nuevos. Quizá fue la única revista cuyo espacio físico se convirtió en metáfora de su caída: el gran piso que ocupaba en el tercer piso del edificio Gloria, en el centro de Buenos Aires, se redujo con los años a un par de oficinas.

Quizás otro motivo de la partida de Battaglia haya sido la muerte de su primera esposa, pero nadie parece saber mucho de este matrimonio. Si bien al principio Battaglia siguió colaborando con las revistas de Quinterno y también con publicaciones estadounidenses, finalmente abandonó el dibujo, probó otras ocupaciones, y se encaminó, aún joven, rumbo al olvido.

Alberto Breccia, Juan Ángel Sagrera y Roberto Battaglia, en 1955

RETRATOS Y AUTORRETRATOS

La imagen de Battaglia que nos dan quienes lo conocieron es borrosa. Ningún testimonio muestra una amistad profunda o una cierta intimidad. En un artículo aparecido en la revista Súper Skorpio, el guionista Leonardo Wadel lo recordaba “tímido, jovencito, flaquito, morochito”. Y bromista: solía seguir a desconocidos de apariencia grotesca para luego retratarlos. Pero esas bromas no eran compartidas, parecían destinadas solo a sí mismo. La pasión de Wadel por la obra de Battaglia no está acompañada por una verdadera simpatía hacia el dibujante.

También Guillermo Roux, que luego dejaría la historieta para convertirse en uno de nuestros grandes pintores, lo conoció en la editorial Quinterno. Cuando Juan Sasturain lo entrevistó para su programa Continuará, Roux lo definió así: “Battaglia era introvertido... era un morocho introvertido, callado, que empezó de abajo en la editorial. Empezó haciendo monitos, llamábamos monitos a las viñetitas con dibujitos salteados dentro del texto, hasta que creó a sus personajes, como el terrible Agustín que se aparecía de pronto haciéndole cosas espantosas a Mangucho y a Meneca y a Don Pascual. Battaglia era un poco surrealista, tenía toques de un humor surrealista rarísimo. Un buen día, nunca supe por qué, yo ya estaba en Europa, decidió irse a Estados Unidos y se le perdió el rastro”.

Osvaldo Laino y Francho, entrevistados por Miguel Dao, también dan de Battaglia una impresión poco clara. Francho ilumina el itinerario de Battaglia en Nueva York, pero el único detalle personal que da es la amistad que mantuvieron el dibujante y su esposa Elba con un matrimonio de italianos que tenían parientes en Córdoba. Laino lo recuerda haciendo un curso de fotomecánica: alguien que había sido una estrella de la historieta argentina estaba empezando de nuevo, como un aprendiz, en un oficio ajeno. “Al poco tiempo de llegar dejó de dibujar. Cuando nos encontrábamos (en ese grupo de dibujantes argentinos) hablábamos de lo que pasaba en nuestro país, y de nuestro trabajo en Estados Unidos y esperábamos que él tuviera la misma posibilidad”. Buscamos en los testimonios un detalle personal, una costumbre, una broma compartida, pero Battaglia parece habitar, como el Frondizi de sus historietas, un aparato que lo esconde y lo aparta del mundo.

Un original de Battaglia

¿Cómo se veía Battaglia a sí mismo? 

En el segundo número de la revista Dibujantes, Battaglia habla de su arte con una cierta solemnidad y poco y nada dice de sí. “Todavía no han comprendido los poetas que de la poesía no se puede hablar en tono poético”, escribió Witold Gombrowicz, y tal vez tampoco se pueda hablar humorísticamente del humor, pero de todos modos notamos en las palabras de Battaglia un cierto carácter abstracto, una distancia y una frialdad que poco tienen que ver con sus historietas. Rechaza la frialdad de un humor sin humanidad, pero lo hace en un tono frío; reclama cercanía con una voz que es pura distancia. En algún momento de Don Pascual aparece otro avatar: Battaglia se dibujó como el creador que visita a sus criaturas. Ahí lo vemos con traje –todo el mundo iba a trabajar de saco y corbata en ese tiempo– y bufanda. Muy distinto se retrató en la revista Dibujantes, donde hizo una historieta de una página para contar la génesis de María Luz y se dibujó con un aire de gran señor, con moñito y fumando pipa. Además, tiene un estudio propio. ¿Tendría un estudio para él o dibujaría en su casa y en la editorial? En ese autorretrato parece más un Divito que un Battaglia (Divito fue el dibujante argentino que cultivó su imagen con mayor esmero: la pipa, el vaso de whisky, la ropa de moda, ocasionalmente la gorra de capitán de barco y alguna cambiante compañía femenina: la imagen del playboy). Aquí Battaglia no se dibuja morocho, como lo recuerdan Wadel y Roux: las pecas en la cara y el modo en que traza el pelo, dejando espacio entre las líneas, dan la impresión de un hombre rubio. Luego están los autorretratos sin nombre, los personajes que aspiran a ser una sombra o un otro yo. Como Borra-Borra, ese niño dibujante, especie de Buster Keaton que logra hacer reír a los demás, pero que no se ríe. Es tan tremendo el efecto que producen sus historietas que, para evitar la catástrofe, condenan al niño artista a una isla, sin papel ni lápiz. Hay también un autorretrato secreto: Taraleti, el mensajero con problemas de dicción. El mismo Battaglia –recuerda Miguel Dao– sufría de tartamudez. Los dos personajes resultan oscuramente proféticos: en Estados Unidos Battaglia dejó de dibujar, como Borra-Borra en su isla sin lápices. Pero también se acentuaron sus problemas de comunicación: a su dicción complicada se le sumó el idioma ajeno. Era su esposa quien visitaba redacciones y agencias para conseguirle encargos, de cuyo éxito o fracaso no sabemos nada. El primer viaje a Nueva York lo alejó de su país; el segundo, a algún lugar del estado de Nueva Jersey, lo alejó de todo lo demás. Battaglia era un diestro dibujante, capaz de crear esos cuerpos rotundos donde todo es expresivo. Pero también era un guionista imaginativo y desenfadado hasta la crueldad. Podemos pensar que el dibujo puede adaptarse a una cultura distinta: pero el relato de humor es difícil, el humor está demasiado arraigado a la propia circunstancia para que pueda ser exportable, sobre todo un humor de la originalidad de Don Pascual, con esa combinación explosiva entre el barrio y el universo. En Estados Unidos, Battaglia dejó de dibujar, pero además dejó de escribir, excepto esas cartas que menguaron con los años y que nadie parece haber guardado. Es difícil imaginar que esa correspondencia abundara en confidencias.

Mangucho, Felipe y Taraleti, personajes de Don Pascual

UN DESTINO

Nos atrae el enigma Battaglia porque su obra también es enigmática. Si su obra hubiera sido más “normal”, los hechos inexplicables de su vida parecerían un margen y una circunstancia; como su obra también es extraña, resultan un destino. En Don Pascual, el punto de partida es el barrio, pero de allí se llega a la China o a Marte. Hay invasiones de hormigas, hay planes para conquistar el mundo, hay rarísimas visiones de la política, con un almirante Rojas perseguido por un encapuchado y un Frondizi escondido en un aparato. Todos los géneros se mezclan: el costumbrismo, la aventura, la comedia, la ciencia ficción, la sátira. Muchas cosas suceden a la vez, como si la página fuera un campo de batalla de distintos niveles narrativos: el de Don Pascual, el de los mozos gallegos, con su diálogo inmutable, el de los animales, el de la política. Hay un argumento, pero cada personaje tiene su propio guion y elige su camino, y hasta cada cuerpo parece en tensión, como si un pie, una panza o una cabeza estuvieran ansiosos por pasar al cuadrito siguiente. El guionista inventa y lucha con sus invenciones. También hay, detrás de las risas, cierto pesimismo. De las tres grandes creaciones de Battaglia, la más luminosa, y por eso su nombre, es María Luz y la más tenebrosa, Motín a bordo, donde la sociedad es una pesadilla. En Don Pascual hay lugar para la luz y las tinieblas.

Roberto Battaglia

Pensamiento, personaje concebido en Estados Unidos –como nos recuerda en un lúcido texto el dibujante Antolín Olgiatti–, expresa su desencanto ante el viaje que emprendió y el contraste entre las ilusiones de los que se marchan y la realidad. Todas sus criaturas, aun el malvado Agustín, se proponen metas que cumplir y así miran, a su manera, hacia el futuro. En cambio, su personaje Pensamiento, aunque es un niño, mira hacia el pasado. Porque lo que entra en el “globo de pensamiento” no es exactamente una idea, sino un recuerdo que corrige y desenmascara las idealizaciones que hacen los demás. Pensamiento no piensa: recuerda. Si la historieta hasta ese entonces había sido el reino de todo lo posible, aquí marca un límite: por un lado, las ilusiones y por otro, la realidad. Palpitiño, que había nacido años antes, vuelve a aparecer en el tramo final de Don Pascual para completar este dúo de la desesperanza. Es un profeta, pero un profeta del desastre. Si Pensamiento niega las ilusiones de los argentinos que viajan a Estados Unidos (y que colorean como pueden sus desdichas), el otro muestra en el suelo natal un porvenir amargo. Son heraldos de las oportunidades perdidas, mensajeros del remordimiento.

La última página de Don Pascual presenta un final abrupto y amargo. En la esquina inferior derecha, un cartelito anuncia, con brusquedad y descuido: “Fin de Don Pascual”. El coleccionista Miguel R. Estévez tiene la bien fundada teoría de que no fue Battaglia quien escribió y dibujó este final apresurado, sino algún otro colaborador de la editorial de Quinterno. Esa cancelación es un pequeño misterio, una nota al pie de página del gran enigma que es el destino de Battaglia. Que la peripecia de sus personajes termine bajo una pluma ajena es algo más que una despedida: es la perfección de la ausencia. Pero más triste aún sería que ese final haya sido escrito y dibujado por Battaglia y que él mismo haya decidido encarcelar a sus personajes en vez de dejarlos libres o librados a la imaginación de sus lectores. Para sus criaturas, 114 años de prisión. Para nosotros, 114 años de especular con el misterio de Battaglia.

Portada del segundo tomo de Don Pascual, de Roberto Battaglia

EL GRAN ROMPECABEZAS

Por Antolín Olgiatti

No tuve la suerte de vivir los años de oro de la historieta argentina, ya que mi infancia transcurrió hacia finales de la década del ochenta y principios del noventa, pero desde muy chico consumí todas las reediciones que encontré en las revisterías de la época. En general ese material consistía en colecciones recicladas de las obras de Dante Quinterno, Adolfo Mazzone y Héctor L. Torino, entre otros. Por desgracia, entre esos “tocos” surtidos de publicaciones no aparecía el nombre de Roberto Battaglia. De su existencia me enteré mucho después, en el año 2018, gracias a la marea incesante que nos devuelve lo que el viento se lleva, internet. Lo primero que supe de Battaglia fue esa especie de mito que se tejió alrededor de su vida. Recuerdo una nota periodística que hablaba sobre el interrogante de su final y su supuesta fama de “maldito”, con testimonios de Oscar Grillo, Osvaldo Laino y Diego Parés. De ahí en más comencé a buscar material, pero me sorprendió saber que no existía ninguna reedición impresa de su obra, solo las reediciones parciales aparecidas en Fierro, primera y segunda época. Tuve que conformarme con eso y descargar algunas páginas sueltas de Don Pascual en blogs de coleccionistas como Sonrisas Argentinas o Amigos de Patoruzú. Aun así, ese puñado de viñetas me produjeron una sacudida visual difícil de olvidar. Battaglia es adictivo.

Con la única intención personal de disfrutar de la lectura de su obra intenté mejorar la calidad gráfica del material que fui recopilando en internet, tratando de acercarme en lo posible a su estado original. Nunca pensé que sería un trabajo tan arduo, casi interminable, aunque muy gratificante. Con los conocimientos que tenía y los que pude aprender en el camino en el manejo de programas de diseño y tratamiento de imágenes, trabajé algunos meses en aquellas páginas y después las unifiqué en varios PDF, clasificados por su época de publicación en el semanario Patoruzito. También les hice unas carátulas y les agregué los pocos datos de su biografía que se conocían hasta el momento.

Poco tiempo después de hacer circular mis PDF, me invitaron a escribir en la revista Kamandi sobre la vida y obra de Battaglia. Allí dejé mi dirección de mail para que los interesados me enviaran comentarios, material o solicitaran los cuadernillos digitales. Para mi sorpresa recibí cientos de correos y pedidos de descarga. Comenzó así un intercambio con muchos de los fans de Battaglia de la vieja época y con otros nuevos lectores, dando lugar a una pequeña red de circulación.

Portada del primer número de Patoruzito, de octubre de 1945

A principios de 2020 recibí el mejor mensaje: Carlos A. Altgelt, otro estudioso de la revista Patoruzito, me ofreció generosamente todos los escaneos de su colección completa de Don Pascual. Eran más de ochocientas páginas. Por fin tenía a mi disposición toda esa vasta obra, para disfrutarla y poder continuar con lo que ya había empezado. Mientras tanto, los PDF seguían circulando y en 2021 llegaron a Lautaro Ortiz y a Juan Sasturain, quienes hacía tiempo buscaban rescatar la obra de Battaglia. Conocerlos y ayudarlos en esa tarea fue terminar de darle forma a un sueño en donde todo encajó mágicamente y se materializó en este libro tan importante que viene a ser, creo yo, una pieza faltante de un rompecabezas aún mayor que es la historia de la historieta de nuestro país.

El proceso de restauración fue algo que me acompañó en un momento difícil de mi vida. En ese entonces mi única actividad era levantarme y ponerme a restaurar una página por día, durante horas y horas, sentado frente a la computadora en un departamento del Abasto. En mi soledad comprendí la soledad, las obsesiones y las frustraciones de Battaglia viviendo en un país que se hundía cada vez más y lo obligó al autoexilio, en todos los sentidos. Esa tarea la hice periódicamente entre 2019 y 2021, sin objetivo a largo plazo, sin perspectiva de edición, sin una razón concreta más que el hecho de apreciar la obra en su plenitud original. Recuerdo meses de cuarentena e incertidumbre mundial en donde lo único certero para mí era el brillo que iban surgiendo de esas páginas. Los mayores obstáculos fueron, obviamente, el envejecimiento y desvanecimiento de los colores, las manchas de humedad, las roturas e incluso faltantes de pedazos que hubo que enmendar. También es cierto que los colores varían de revista a revista, ya sea porque se habían usado diferentes tintas o porque las planchas de colores se habían desfasado. Cabe aclarar que Patoruzito, donde durante diecisiete años se editó Don Pascual de manera continua, tuvo muchos cambios de formato, de colores y de materiales. Por eso fue difícil también igualar el conjunto y darles una forma unificada a tantas variables. Más tarde se realizó un trabajo conjunto con la Biblioteca Nacional donde se pudieron cubrir los vacíos del archivo digital, reemplazar páginas por otras de mejor calidad y darle forma al compilado final.

Dedicándome minuciosamente a los detalles, viñeta por viñeta, aprendí también a admirar la magnificencia gráfica de Battaglia, plena de detalles, dibujos dentro de dibujos, como un complejo rompecabezas que espero que todos puedan tomarse el tiempo para descubrir y disfrutar.

Durante mi etapa de restauración me maravillaba darme cuenta de que la obra de Battaglia no envejece sino que resplandece, no clausura sino que abre la puerta a la aventura y a la poesía más extravagante, alocada e insólita. ¡Ahora solo queda disfrutar!