Desde comienzos de mes, la noticia viene circulando en blogs y redes sociales: Jorge Isaías fue uno de los dos escritores argentinos distinguidos con el premio Dámaso Alonso "por los méritos de sus obras literarias". En ese mismo rubro de este nuevo e importantísimo reconocimiento internacional, los otros ganadores son el nicoleño Piero de Vicari, el poeta cubano José Kozer, el chileno Omar Lara, la ecuatoriana Marialuz Albuja y el colombiano Hernando Guerra Tovar.
Instituido por la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras y la Fundación Andrés Bello, de Madrid, el Dámaso Alonso premia a partir de este año a personalidades literarias hispanoamericanas. Sus otros dos rubros galardonan la difusión de la literatura en lengua española y la labor filológica, teórica y crítica. En ambos se distinguió a académicos argentinos y españoles, a uno griego y a una mexicana.
Colaborador asiduo de la sección Contratapa de Rosario/12 y entrevistado para este medio, Jorge Isaías sonaba muy contento a pesar de que, como él dice, "la poesía nunca tiene honores". Figura clave en los años '60 y '70 de las revistas La Cachimba y El Lagrimal Trifurca, recibe el premio "en nombre de mi generación y mis amigos".
"No estaba ni enterado, no sabía ni que existía. Es bastante misterioso cómo se elige. Me propusieron Elda Munch, que es docente y traductora, y la filóloga Mabel Martínez. Me dijeron que me iban a proponer. Dio vueltas todo el año. Me había olvidado, tengo Facebook pero nunca lo abro, ahora las redes explotan pero en los medios no había salido", comenta Isaías, quien conoce a los otros premiados: al "joven, para mí" Piero de Vicari (nacido en 1963 en San Nicolás), al chileno Omar Lara ("director de la revista Trilce") y al cubano Kozer.
De todos habla muy bien. Si hubiera que decirlo en un estado de Facebook, Jorge Isaías se siente agradecido. "En momentos así, uno se acuerda de todos los que lo ayudaron", dice. "A mí Rosario/12 me ayudó muchísimo. Ustedes tienen la culpa de que yo haya escrito el doble de lo que hubiera escrito. Tengo 42 libros publicados, un desastre", ríe.
Nacido en 1946 en Los Quirquinchos, Isaías es hijo de un padre estibador rural, arrendatario y militante sindical que no terminó la escuela primaria. De niño leyó todo lo que encontró en la biblioteca del club Huracán; era el club popular, rival del Federación. "Fui un gran lector de muy chico. No leía poesía. Leía historia, narrativa, una novela por día. Me sabía el Martín Fierro de memoria, pero creía que la poesía era eso, el Martín Fierro. Pensaba que los poetas no existían más, ¡cosas de ignorante!".
La historia de su primer encuentro con la lírica es novelesca. Incluye un drama familiar con ribetes de realismo mágico: "En mi casa había un libro de Amado Nervo. Mi mamá lo tenía guardado en un cajón. Era un regalo que mi tío le hubiera hecho a una novia, de quien le habían dicho que lo engañaba. Un tío muy querido, hermano de mi papá. Era un hijo preferido de mi abuela. El vivía en Buenos Aires, ella en Chabás. El un día vino, pasó de largo por Chabás, llegó a mi pueblo y le pidió un revólver a mi viejo, que tenía muchas armas. Mi tío volvió a Chabás, fue a un parque y se escondió tras un árbol. Ella andaba con otro. Cuando los vio pasar, él salió y le apuntó a ella. Cuando iba a apretar el gatillo, se le apareció la figura de la madre, pidiéndole que no lo haga". Y le hizo caso. "Dejó el libro con una dedicatoria y todo. Yo lo encontré a los 16 años. Lo leí y fue un relámpago, una conmoción. Fui a la biblioteca y empecé a escribir ahí. Era la biblioteca del club; años después logré que fuera biblioteca popular".
Las búsquedas de un primer lector y de más lecturas lo guiaron hacia dos mentores muy singulares. "Doña Julia me amadrinaba. Había sido abandonada por un poeta. Era una mujer extemporánea en el pueblo, no se parecía a nadie más de Los Quirquinchos. Ella me protegía mucho. Le mostré los versos, o eso que había escrito. Los leyó y me dijo: '¿Vos sabés que sos un poeta?' 'No, señora, no me diga eso...'".
"Me empezó a dar libros de poesía. Empecé a leer a Rubén Darío, a los modernistas. Llegó un director nuevo a la escuela, tenía un montón de libros. Alfredo Ghiselli, una maravilla de tipo. Me prestó todos los libros de Neruda y yo me volví loco. Me seguí escribiendo con él cinco años. Un día me dijo: 'No te puedo enseñar más nada'".
Ya estudiante de Letras en Rosario, conoció a Saer y a Juanele. Isaías explica así por qué el pueblo donde pasó su niñez es uno de sus principales temas literarios: "Dice Cesare Pavese que las primeras experiencias se transforman en mito y que el escritor tiene que escribir sobre ese mito, aunque sea 'espléndidamente monótono'".