La violencia del agua caliente era lo único que la hacía olvidar el dolor por la pérdida de su hija, que murió atropellada por un auto. “Recordar y olvidar: no hacía otra cosa desde que murió Irene. A veces se encendía un recuerdo entre los olvidos apilados, como una alarma”, reconoce la protagonista de Las vidas de Elena (Edhasa), una excepcional novela de la escritora y editora María Fasce sobre la supervivencia de una mujer que intenta exorcizar la pena y el desconsuelo bailando en las milongas de Madrid, como si el tango le permitiera eclipsar la sensación de que está rodeada de muertos donde quiera que vaya.

La peripecia de Elena podría reflejarse en la letra del tango “Naranjo en flor”, que aparece en uno de los epígrafes de la novela: “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al fin andar sin pensamiento”. Fasce vive desde hace más de veinte años en Madrid, donde trabaja como directora literaria de Alfaguara, Lumen y Reservoir Books. Como editora ha descubierto a autores como Lucia Berlin, Pierre Lemaitre o Joël Dicker. Desde que llegó a Buenos Aires, la ciudad donde nació en 1969, fue a bailar a las milongas casi todas las noches. Como la protagonista de Las vidas de Elena, la autora de las novelas La verdad según Virginia (2003), La naturaleza del amor (2008) y La mujer de Isla Negra (2015) también baila tango desde hace muchos años. “Bailar. Bailar y no pensar -dice Elena-. Saco al chico más guapo: indígena con un toque de negro, una variante más telúrica de Samir. Su baile tiene una pizca de violencia y pienso que así debe ser en el sexo. Es chaqueño, y bailarín profesional, según me cuenta. Lo bueno de vivir en el exilio es que los demás te inventan una nueva identidad. Yo soy pija, cheta: él exótico. Avanzo con el brazo extendido sobre su espalda. En el tango siguiente, en cambio, hundo mi mano en el surco entre los omóplatos: es el mejor modo de atraerlo a mi cuerpo, como si pudiera traspasarme. Después de la tanda desaparece pero otro viene hacia mí. Hombres, pienso: avanzan y retroceden, como en un tablero de ajedrez”.

Fasce cuenta que quería explorar la evolución de alguien a quien le pasa algo terrible y debe volver a meterse en la vida. La también traductora de Patrick Modiano y Marcel Proust, entre otros autores, arma sus historias con una incógnita y una “escena pregnante” cuando en un aeropuerto Elena descubre que una mujer que tiene una valija naranja igual se lleva su valija por error. “Una persona en una situación normal entrecomillas cuando ve que una desconocida se lleva su valija, la sigue. Pero Elena ve esa equivocación como una oportunidad de desprenderse de su vida y agarrar la valija de otra, que quizás tenga una vida mejor que la de ella”, plantea la escritora. “Me ha pasado de decir estoy destruida, tengo un dolor muy grande, me voy de esta ciudad. Como si el dolor no viajara con una. Mi ida a Madrid en 2001 fue más bien por una crisis personal, una separación para mí demoledora. Dije no soporto estar en esta ciudad, todo me recuerda a esta persona, quiero irme”, recuerda la autora de los libros de cuentos La felicidad de las mujeres (1999), A nadie le gusta la soledad (2007) y Un hombre bueno (2017).

Mostrar más que decir

- “Las vidas de Elena” se la puede pensar como una novela sobre el duelo por las pérdidas, ¿no?

-Más que duelo, me gusta usar la palabra supervivencia. ¿Cómo sobrevivir? ¿A quién te pegás para sobrevivir? De hecho acá se ve claro en todo lo que se mueve en las milongas, que es otro tema del libro. Yo voy a bailar casi todas las noches y está lleno hasta las tres de la mañana. La gente al otro día va a trabajar. Otra gente meditará o no sé qué hará, pero el baile es ese momento en donde podés no pensar y anular el dolor. El baile y el sexo son uno de los pocos momentos en donde podés interrumpir el pensamiento. Trato de construir todas mis historias como si fuera una novela policial en la que hay algo que averiguar. Esta novela también está construida así. ¿Qué pasó exactamente en el pasado? ¿Qué pasó con ese hombre del pasado? ¿Elena va a salir adelante? ¿Qué pasa con Samir, que es el otro hombre en órbita en la vida de Elena? Después hay como pequeñas intrigas, un poco lo que Hitchcock llamaba el MacGuffin, es decir dentro de una gran intriga son pequeños elementos, como la valija. También es una novela donde casi están representadas todas las formas de relaciones humanas: la paternidad, la maternidad, la amistad, la pareja, los amantes. En mis novelas no hay un asesino, pero sí el querer saber qué va a pasar. Esa necesidad de tensar, de dejar los capítulos de tal manera que uno quiera seguir el siguiente, es algo que lo trabajo mucho. Y lo otro que trabajo mucho es la emoción. Los maestros que leo y releo cuando escribo son escritores que me emocionan, como (Haruki) Murakami, Lucia Berlin y Patricia Highsmith (El diario de Edith es un libro que siempre tengo presente).

--Hay en la novela una manera de aproximarse al dolor evitando las adjetivaciones. ¿Cómo trabajás la escritura para mantener a raya el peligro de desbarrancar con las emociones?

-Yo busco mostrar más que decir. Los gestos siempre son más efectivos que la descripción literal de un sentimiento. Elena no puede llorar y ese bloqueo que ella tiene es algo que va evolucionando dentro de la novela. Hasta que llora. El dolor es egoísta; cuando uno sufre parece que es la única persona en el mundo que está sufriendo. Además también está la idea de que los sentimientos, tan frágiles, son móviles. Incluso a veces llegamos a decodificar o a interpretar sentimientos después. Ella conoció a un hombre en el pasado y solo se dio cuenta más tarde de que quizás es el único hombre del que estuvo enamorada. Pero en ese momento no lo entendió. Un amigo me dijo que la gran tragedia del amor es el tiempo. El timing siempre es el incorrecto. Si hay dos terrenos donde podés derrapar son el sexo y el dolor. Para contar el dolor, que es algo tan inefable, tenés que buscar la precisión. La literatura que me interesa tiene que ver con la precisión. Yo retuerzo el dolor hasta que aparece el absurdo o el humor involuntario. Muchas veces en la vida el dolor roza lo grotesco. Cuando fui a Auschwitz, me caí literalmente en el vómito de alguien.

-Cuando va a la escuela para tratar de reconstruir el última día de la vida de su hija, ella siente que fue como expulsada del paraíso de ser madre. “Las vidas de Elena” es una novela sobre cómo la maternidad no muere a pesar de la muerte de una hija ¿no?

-Es una buena idea; no la había pensado así, pero es verdad. La maternidad es para siempre; dejás de ser novia, esposa o pareja. Pero nunca dejás de ser madre.

La sensación de verdad

-Elena dibuja y dice que para dibujar el alma de Ana Frank tuvo que viajar a Ámsterdam. ¿Cómo encontrás el alma de los personajes?

-Una se tiene que ocupar de la verosimilitud; que el lector vea lo que está leyendo. Cuando una crea una historia, esa historia pasa a formar parte del mundo; tiene que ser tan real como las personas reales. Y para crear esa sensación de verdad la tenés que llenar de detalles. Por ejemplo, fue todo un desafío escribir una novela como La mujer de Isla Negra porque me tuve que trasladar a Valparaíso y a Santiago para ver las casas de (Pablo) Neruda; leí libros sobre Neruda para saber qué comía y que bebía cada día. Aunque muchas cosas después no las usé. Una crea ese mundo con la mayor precisión posible; por eso también uso lugares en los que estuve. Me gusta que el lector vea. La literatura tiene esta cosa mágica y maravillosa de que no necesitás pagar un set para trasladar al lector a bailar. La ropa o los zapatos tienen una función importante. Hay una escena en la novela en donde ella sale descalza, se olvidó de ponerse los zapatos.

-¿El zapato es como el límite entre la cordura y la locura?

-Exacto. Cuando fui a Auschwitz, la imagen que más me impresionó fueron los zapatos. En Budapest hay un memorial frente al río de zapatos de metal. Ahí les disparaban a los judíos para que cayeran al río y no los tuvieran que enterrar.

-“Nadie lee en las editoriales, ni siquiera los editores. Debe ser por eso que tan pocos libros tienen éxito”, dice Elena. ¿Es una frase para desmitificar el trabajo en las editoriales?

-Me gustaba poner la percepción de alguien como Elena que viera la editorial desde afuera. Cuando uno va a una editorial, se puede llevar esa sensación. Hay una idealización del oficio de editor como también del oficio de escritor. El escritor no está escribiendo todo el tiempo. Yo no conocí a ningún escritor que se siente delante de una página en blanco. Si te vas a quedar con la página en blanco, no te sentás. Te sentás cuando ya sabés lo que vas a poner. En las editoriales pasa lo mismo; las editoriales no son un lugar para leer. Nunca estás leyendo en la editorial. Estás contestando mails, estás revisando contratos, estás haciendo mil cosas. De hecho el problema es encontrar el momento para leer.

-Cuanto más infantil es el arte, más cerca está de emocionar”, dice Elena. ¿Con la literatura pasa lo mismo?

-De algún modo, sí. Me gustan mucho los escritores que arriesgan, como Murakami, que es un escritor que admiro y estudio. Él está siempre en ese lugar en que a veces puede derrapar. Por ejemplo el primer libro de IQ84 yo que no siento una fascinación por lo fantástico entré en ese mundo y lloré. Después en el segundo libro decae, pero Murakami es un escritor que me interesa porque corre riesgos. Cuando vas hacia lo infantil o a lo que puede llegar a derrapar hacia el melodrama, está lo más interesante.

Ordinariamente infeliz

-¿Lo más cómico de la novela aparece en la relación que tiene Elena con Rosa, su amiga psicoanalista?

-Totalmente. Esa relación de amistad que es muy particular porque es también de competencia, de envidia. Me gustaba la idea de una psicoanalista que en realidad necesita más psicoanálisis ella misma que la amiga. El psicoanálisis puede ser un arma útil, pero hay que tener cuidado, no es que llegás a una conclusión y ya está. Hay una frase que siempre me gustó mucho y que me contaron que le dijo (Sigmund) Freud a una paciente que le pidió: “Quiero que me cure, vengo acá para que me cure”. Freud le dijo que no podía curarla, “pero quizá pueda hacerla ordinariamente infeliz, como todo el mundo”. La felicidad no existe; es un poco ridículo pensar en ese concepto, pero sí podríamos decir que somos tolerablemente infelices, incluso con ramalazos de alegría. Es muy raro que alguien se de cuenta en el momento que es feliz. La felicidad aparece siempre de modo retrospectivo.

-¿La escritura es un modo de poder vivir otras vidas?

-Si, se parece mucho a la actuación. Todos los cuentos surgen de “qué pasaría si”... Hay muchas cosas de mí en Elena y otras que no, porque se construye como un actor o una actriz trabajando con las cosas que se tienen más a mano, en mi caso con el ir a bailar a las milongas. El mundo del dibujo no es un mundo ajeno a mí porque como editora trato con dibujantes e ilustradores, pero tuve que investigar un poco. La escritura te permite vivir otras vidas porque en una novela podés matar o explorar la pulsión asesina y también lo más sórdido.

-¿Por qué en tu narrativa suele aparecer la figura del padre?

-Mi madre también aparece, pero es un personaje más difícil. Mi padre era muy misterioso en su aparente falta de misterio. Mi madre fue más decisiva en mi vida para oponerme, para enfrentarme. Yo creo que uno entiende mejor a los padres cuando uno es padre o madre porque al final todos queremos lo mejor para nuestros hijos, con todos los errores que tenemos. Mi padre era una persona contradictoria, nunca decía nada. Y eso lo volvió un personaje misterioso.

-¿Cómo se llevan la escritora y la editora?

-Mi trabajo del día a día es ser editora, pero tengo una parte del cerebro que está escribiendo con mi libreta. Siempre tengo una historia que se empieza a gestar, el momento inicial de una novela que me lleva como mínimo cuatro años de escritura. Tengo la suerte de trabajar en sellos editoriales en los que publico libros de escritores con los que aprendo mucho, como John Banville. A veces incluso aprendo mucho de las novelas que rechazo, de las novelas que están mal. Insisto con la idea de que hay que conquistar al lector con una novela inteligente y estimulante. Y mientras corrijo, rechazo o leo y descarto novelas. No le puedo pedir a un lector que siga leyendo si en las quince primeras páginas es todo un vomitar autoficción sin un trabajo de decantación.