Con motivo del 50° aniversario del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende en 1973, este lunes en el cine Gaumont se realizará una proyección especial del documental Miguel Littin Clandestino en Chile. La historia completa, del argentino Francisco Fasano. La película reconstruye en primera persona la historia detrás del rodaje de Acta general de Chile (1986), en la que el emblemático cineasta chileno Miguel Littin, exiliado y proscripto por la dictadura de Augusto Pinochet, ingresó a su país en 1985 bajo una identidad falsa, para entrevistar a diversos miembros de la resistencia y retratar de forma clandestina cómo sobrevivía la memoria en medio del terror.
Fasano fue durante años un estrecho colaborador de Littín y la única persona que lo acompañó en aquel peligroso proyecto que desafió al régimen pinochetista. Gracias a que él tenía una agencia de publicidad consiguieron los permisos que les permitieron entrar a filmar a Chile, bajo la excusa de una campaña de promoción del turismo. Fueron dos meses en los que ambos protagonistas vivieron alertas, evadiendo los controles de la dictadura. Una historia que, una vez consumada la hazaña, Gabriel García Márquez reconstruyó en su libro La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile.
"Contar esta historia era una asignatura pendiente que en la vorágine de la vida y los proyectos se fue postergando, porque exigía prestarle una determinada atención", cuenta Fasano, quien estará presente en la proyeccción de su película, este lunes a las 20 en el cine Gaumont, Rivadavia 1635. "En ese sentido le tengo que hacer un reconocimiento a Pepe Coronavirus, porque en ese parate me dije 'convirtamos en virtud esta dificultad' y me metí de lleno con el guion, a profundizar y recordar. Después, cuando todo se liberó un poco, vino la entrevista a Miguel y otros elementos para completar el relato".
-¿Cómo fue para Littin regresar a esta historia?
-El proyecto nace cuando a Miguel lo invitan al Festival de Cine de Mar del Plata en 1984, el primero en democracia. Y ahí, estando tan cerca de Chile luego de 11 años de exilio, empieza a pensar una historia de ficción sobre un exiliado que entra clandestino a Chile, no por militancia, sino a observar cómo vivía el pueblo la memoria de Allende o Neruda.
-¿Cómo hicieron para burlar los controles para poder filmar?
-Mi agencia nos dio la cobertura para entrar a filmar. No trabajamos con cámaras ocultas: ahí ponías un trípode y a los dos segundos había carabineros pidiéndote los papeles, preguntando qué hacíamos y para qué. Por eso, si podíamos evitar que Miguel estuviera en la filmación, mejor. Salvo en los casos en los que debía estar sí o sí, como las entrevistas políticas, en las cuales no participé. Con lo cual había cosas que Miguel sabía y otras que no, sino sabía lo que yo le contaba.
-Entonces, ¿qué tan preciso es el relato que urde García Márquez en su libro?
-Cuando se juntó con Gabo, Miguel todavía no había visto ni un fotograma de lo que habíamos filmado. Por eso ese libro es una alquimia. Por un lado había detalles que Miguel aún no sabía y por el otro Gabo no podía poner las cosas tal cual habían sido, porque el régimen de Pinochet podía detectar quiénes eran los que habían participado. El libro crea un relato que mantiene el clima real de lo que pasó, pero no es exacto. Por eso hice este documental, sin grandes pretensiones cinematográficas, pero donde contamos lo que realmente vivimos y cómo se logró hacer aquella película.
-Hay algo difícil de transmitir que es el miedo que sintieron, porque burlar la seguridad de una dictadura como la de Pinochet era un peligro muy concreto. ¿Cómo trabajaste desde lo cinematográfico para reconstruir esa sensación?
-Nuestro testimonio es espontáneo y los prismas personales que refractan las cosas vividas son diferentes. Lo que hicimos fue profundizar en eso y armar una estructura narrativa que permitiera comprender el proceso. Pero como dice Miguel, tampoco es que vivimos en una sensación de peligro, si bien lo corrimos, y nunca perdimos el humor.
-En la película también hay mucha emoción. Porque para Miguel volver a Chile era un acto político, pero sobre todo emocional que tiene que ver con el reencuentro.
-Imaginate lo que fue eso para él. Te diría aquello de "yo pisaré las calles nuevamente". De allá tuvo que salir rajando en el '73, no pudiendo hacer nada. Era la vida de él y de su familia y, de golpe, estar clandestino cerca de sus familiares y tener que reprimirse. Cosas muy fuertes que mostraron su temple y mucho trabajo previo. Porque antes de ir hubo un trabajo de varios meses de ir adaptándose a una nueva personalidad.
-Esta es una película que trabaja doblemente sobre la memoria: por un lado la memoria política, por otro sus propias memorias. ¿Fue difícil reconstruir lo vivido?
-Estaba absolutamente presente. Cada vez que nos encontrábamos aparecían detalles, algunos dramáticos, otros divertidos. De alguna manera lo mantuvimos vivo todos estos años. Tengo mucho escrito y cada vez que nos reunímos con Miguel aparecen cosas que no recordábamos... '¡ah, cierto, te acordás!'. Siempre mantuvimos viva la idea de que esto en algún momento teníamos que contarlo.