El eco de una conmovedora belleza emerge con una potencia volcánica en un mundo demasiado violento. Carson McCullers (Georgia, 1917- Nueva York, 1967) puso su mirada –y su oído– al servicio de los frágiles, los desesperados, los rechazados, los deformes, los mudos, los “raros”, esas criaturas que casi nunca son observadas ni escuchadas, para aproximar el desamparo vital de sus personajes desde una escritura envolvente, como un hechizo del que no se puede ni si quiere escapar. “No me gustaría vivir si no pudiese escribir –confesó la excepcional narradora norteamericana–. La escritura no es sólo mi modo de ganarme la vida; es como me gano mi alma”. En este año de aniversario doble -centenario de su nacimiento y cincuenta años de su muerte-, la editorial Seix Barral acaba de publicar su obra completa. La balada del café triste cuenta con prólogo de la chilena Paulina Flores; las introducciones de El aliento del cielo y El mudo y otros textos están a cargo de Rodrigo Fresán; El corazón es un cazador solitario fue prologado por la española Elvira Lindo; los prólogos de Reflejos en un ojo dorado y Reloj sin manecillas son de los españoles Cristina Morales y Jesús Carrasco; finalmente el texto de Iluminación y fulgor nocturno (memorias) fue escrito por la mexicana Elena Poniatowska. La excusa perfecta para celebrar que los libros vuelvan a circular es “El amorodio en Carson McCullers”, título de la charla que ofrecerán las psicoanalistas Laura Galarza y Natalia Neo Poblet hoy a las 18.30 en Dain Usina Cultural (Thames 1905).
“La obra de McCullers perdura porque sus personajes son complejos, ambivalentes en sus sentimientos, y versan sobre la condición humana y eso no pasa de moda. Sus personajes se hacen preguntas, tienen conflictos internos. Y el modo de relacionarse entre ellos está impregnado de malos entendidos. Dicen sin decir. Y su encanto está en la visión que tiene del mundo. Un mundo que incluye lo segregado. Además su escritura tiene musicalidad. Tiene ritmo. Una vez que empezaste un cuento o una novela no se puede parar de leer hasta el final”, dice Neo Poblet a PáginaI12. Galarza recuerda que en Iluminación y fulgor nocturno, las memorias de la escritora estadounidense, McCullers sitúa “algo de su iniciación, cuando siendo una niña durante la Depresión empieza a ver a los negros revolver la basura y pedir limosna y dice: ‘Me di cuenta de que algo terrible y equivocado pasaba en el mundo’. Y de eso –de lo terrible y de los excluidos– trata su literatura –plantea Galarza–. En sus historias siempre hay, además de negros que sufren su condición, tullidos, dementes y desahuciados. Ahora bien, eso no resulta deprimente. Gracias a cómo lo cuenta, McCullers hace que miremos dentro y saquemos lo mejor de nosotros. Que emerjamos de sus libros con el deseo de ser mejores”.
El libro de cabecera de Neo Poblet es El aliento del cielo, porque reúne los cuentos y tres de las novelas cortas. “Sus cuentos no tienen desperdicio. En cada uno hay una experiencia profunda. Una de las nouvelles que disfruté mucho fue Frankie y la boda, porque ¡todos somos Frankie! Frankie habita la incomodidad en el mundo. Es una niña pre adolescente que se cuestiona quién es, qué hace en el mundo y por qué está allí, entre otras cosas. Otra que disfruté fue Reflejos en un ojo dorado por cómo entrelaza el vínculo de dos parejas en una base militar”, comenta la psicoanalista. Fresán advierte en uno de los prólogos que McCullers podría pertenecer “a la misma familia de freaks sin familia que incluye, por citar casos muy diferentes y ‘deformidades’ muy distintas, a gente como Bruno Schulz, Felisberto Hernández, J. D. Salinger, Jane Bowles, Juan Rulfo, Yukio Mishima, Philip K. Dick, Denis Johnson y Haruki Murakami, entre otros” y aclara que son “firmas que se caracterizan por abducir a sus lectores y proponerles variaciones verosímiles de otros mundos que están en este mundo”.
“La moderna escritura sureña más bien parece estar en deuda con la literatura rusa, ser más bien parte de la progenie de los realistas rusos”, escribió la narradora estadounidense en uno de los ensayos de El mudo y otros textos. “Allí compara el sur de los Estados Unidos con la Rusia zarista en tanto es la única parte del país con una clase campesina y que funciona como colonia respecto del resto del territorio. ‘Donde la vida humana tiene poco valor’, dice. Los rusos es lo primero que lee McCullers iniciada por un primo librero”, recuerda Galarza. “Una de las tantas veces que se sintió muy enferma, su madre culpó a Crimen y Castigo, que Carson leía apasionada por esos días. Y cuando un incendio destruyó su casa, ella leía a Dostoievski y no se dio cuenta de nada. Lo cierto es que hizo escuela, porque al igual que los rusos, McCullers es capaz de retratar la violencia del mundo con una naturalidad que maravilla y espanta”.
Tenía un ojo especial –o un sexto sentido– para captar la fragilidad humana con una intensidad inaudita. “El principal activo de un escritor es la intuición; un exceso de hechos dificulta la intuición. Un escritor necesita saber muchas cosas, pero hay muchísimas otras que no necesita saber”, postulaba McCullers. “Cuando escribía El corazón es un cazador solitario –su primera novela publicada a los 23 años—, cuyo protagonista principal es el mudo Singer, su madre y su marido le aconsejaron que hiciera un trabajo de campo, que fuera a conocer sordomudos. Ella respondió con esa seguridad que la caracterizaba que no era necesario. ‘Conozco a la perfección al señor Singer’”, reflexiona Galarza.
La tensión “amorodio” –agrega Neo Poblet– está reflejada en la honestidad de su escritura. “Como sus personajes son complejos, aman en tanto odian y odian en tanto aman. El odio no es opuesto al amor, sino que es indisociable al amor, coexisten, y esto McCullers, a la hora de escribir, lo sabía muy bien. Lo interesante es que los personajes sienten ese odio, pero no es un odio que expulse al otro, sino que el odio forma parte del vínculo con el otro, incluyéndolo. Los personajes de McCullers transmiten un dolor en el existir, pero a la vez, en esa fragilidad reside su fuerza.”