Mimeografías, papeles carbónicos, fotocopiadoras, fotoduplicadoras. Es curioso cómo los mecanismos más célebres de reproducción oficinesca y capitalista fueron también las herramientas más útiles para la producción contracultural. Al menos, de la escrita y dibujada. Se podría hacer una historia de la evolución estética de las publicaciones under (o fanzines, o “subtes”) a partir de los cambios tecnológicos que impuso cada década de desarrollo librero, pero lo cierto es que -poniendo las publicaciones en secuencia- termina siendo mucho más interesante ver cuánto reflejan de la política, la sociedad y la cultura de su tiempo cada una de esas publicaciones. Y un destello de ese reflejo todavía se puede ver en la exposición Fragmentos de una historia de la microedición, curada por Alejandro Bidegaray y Alejandro Schmied en el Centro Cultural Ricardo Rojas (Av. Corrientes 2038). La muestra puede visitarse hasta el lunes y aunque sus curadores prometen una reposición hacia fin de año, aclaran que esa no sería tan abarcativa como esta.

Fragmentos de... reproduce las portadas de más de un centenar de publicaciones seleccionadas de entre los archivos del propio Smied y los coleccionistas Julián Oubiña Castro, Max Vadalá y la Fanzinoteca La Rata. La gran mayoría de las portadas reproducidas responden a los fanzines punks de las décadas del 70 y 80, por un lado, y a los de historieta de mediados de los 90 hasta avanzada la primera década del nuevo siglo. Y aunque hay una pequeña sección de tapas dedicadas a la cultura rockera, son las menos, quizás porque ya está estudiado su lugar en la conformación de la cultura actual y los curadores decidieron hacer hincapié en otras publicaciones.

El eje de las publicaciones punks no sólo permite ver el momento de auge de un género, también da cuenta de las inquietudes que mostraba el movimiento durante los primeros años de democracia recuperada, algo que también se puede ver en las otras publicaciones de carácter político o social, que van desde fanzines feministas hasta comunicados de la Correpi y publicaciones de pueblos originarios. 

La sección dedicada a las historietas se para en otro eje y exige algo de conocimiento de la evolución de esa industria cultural para comprender que su auge underground coincide con el desplome neoliberal de la década del 90. Y los títulos elegidos por los curadores son significativos, pues en ellos se advierten las raíces de gran parte de lo que hoy podría llamarse el “establishment” comiquero. No sólo eso, mientras que en otros ejes temáticos las facilidades de comunicación hacen que decline la producción fanzinera, esta es la única parte de la muestra que se extiende hasta bien cerca en el tiempo, quizás porque buena parte del ambiente historietístico hizo de la autoedición una bandera de libertad creativa y autogestión.

El ojo informado advertirá que en cada sección faltan títulos. Sin embargo, la selección que proponen Bidegaray y Schmied es una muestra valiosa del desarrollo cultural en los márgenes (y su diálogo con los centros, también) y una excelente excusa para ahondar en el tema.