“Todos alguna vez nos sentimos parte de un mundo idiota. En mi caso, tal vez, esa sensación de estupidez me atrapa casi a diario”. El que habla no es otro que Mex Urtizberea, el reconocido actor y músico. Fiel a sus formas, la afirmación combina dosis de verdad y de broma. Diferenciar cuándo habla seriamente y cuándo le da rienda suelta al humor que siempre lo agita desde algún lugar de su alma no es tarea sencilla. En él, la frontera entre lo ilusorio y lo tangible, entre la fantasía y la realidad, nunca está claramente delimitada. Al menos para el resto de los mortales. Es que Mex (así, a secas, como se lo conoce popularmente) parece transitar por este mundo sin las solemnidades de cotillón que otros compran con afán de vaya a saber qué. Tal vez por todo eso el actor no dudó en reírse de sí mismo en Qué mundo idiota, la obra que acaba de estrenar en el Teatro El Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1857), con funciones los jueves y viernes a las 22.30, bajo la dirección de Daniel Casablanca.
“La gente no sabe lo difícil que es la vida de los artistas. Todo el glamour que suponemos hay en la vida de una estrella de la música se viene abajo cuando de su mano recorremos las dificultades que vive un hombre en busca de su sueño”. Así se presenta la obra escrita a cuatro manos y varias copas de vino por Urtizberea y su amigo Pedro Saborido. Una pieza que tuvo que esperar un tiempo en gateras, cuando el lanzamiento de Mua, el último disco de Mex publicado el año pasado, interrumpió el proceso creativo. “En medio de la escritura tuve que lanzar el disco, por lo que tuvimos que posponer todo. Pero en ese entonces Pedro me propuso vestir los shows del disco intercalando monólogos y algunos pasos de comedia. Cuando presenté Mua, nos dimos cuenta que casi que estaba mejor lo actoral que el disco, y nos empezamos a copar con la obra que finalmente estrenamos ahora”, rememora el actor. El diálogo entre el disco y la obra se mantiene en la flamante pieza, ya que las canciones de Mua forman parte de la puesta.
Qué mundo idiota cuenta la historia de un músico que viene a la gran ciudad a presentar su disco, pero cuya banda tiene una pequeña particularidad: todos los músicos que lo acompañan son gerentes de la compañía discográfica que lo representa. “En realidad – cuenta Mex a PáginaI12– los ejecutivos quieren ver de cerca cómo hace su trabajo porque sus discos no se venden por nada del mundo. No le quedó otra que aceptar esa propuesta de control cercano. Le pasan cosas siniestras. Cada vez que intenta tocar, sus canciones son modificadas, interrumpidas por gerentes generales de otras partes del mundo que están pendientes de lo que hace, siendo rehén de una serie de presiones tremendas que convierten el asunto en un gran absurdo.”
–Qué mundo idiota es un título potente y, también, una declaración de principios.
–Vivimos en un mundo absurdo, donde se nos plantean cosas como si fuéramos estúpidos. Cuando con Pedro (Saborido) nos preguntamos qué era todo esto que estábamos viviendo, la síntesis más lograda que encontramos a nuestro parecer es que formamos parte de un mundo idiota. Nos damos cuenta de eso cuando uno quiere llevar adelante algo, sea un proyecto o un sueño, y se encuentra en el camino haciendo cosas increíbles, que muchas veces nos desvían de nuestro objetivo. En la vida uno hace cosas que no desea. Por ejemplo, uno sueña con tener un horno de barro y todo el mundo te dice que es muy fácil hacerlo, que sólo se mezcla barro y ladrillos. El problema es que cuando llega el momento todo lo que era sencillo resultó mucho más complicado, y de repente te encontrás googleando cómo hacerlo, haciendo contorsionismo porque se derrumba... Vivimos enredados en batallas inútiles, o por lo menos absurdas. La búsqueda de nuestros sueños nos sumergen constantemente en mundos idiotas, en los que uno se siente un estúpido.
–¿Cree que es un momento de la historia en el que el sueño está valorado o en pleno retroceso?
–Los seres humanos somos, sobre todo, soñadores. Desde la existencia del hombre que existe el sueño. Todos soñamos poder estar mejor, a poder ser más felices, a lograr plasmar proyectos que en principio pueden llegar a verse imposibles. Incluso, en algún momento de nuestra vida todos soñamos con cambiar el mundo. El problema es que los sueños suelen chocar con la hija de puta de la realidad. La realidad transforma los sueños en otra cosa. En la obra hablo un poco de eso, de las dificultades con las que nos tropezamos los humanos para poder concretar nuestros sueños. De soñar con triunfar como clarinetista en Nueva York a terminar tocando en Tapalqué en un bar, a cambio de un rico vino. Y ser feliz, pese a todo. Todo el tiempo uno está persiguiendo un sueño, si no estás muerto.
–Kevin Johansen, en Anoche soñé contigo, afirma que soñar no solo es lindo sino que, además, “no cuesta nada...”
–Vivimos de los sueños, aún sabiendo que su concreción dista mucho de la idealizada oportunamente. ¡Pero no dejemos de soñar que por ahora es gratis! La realidad es demasiada dura como para no permitirse dejarse llevar por algún deseo.
–¿Hay en Qué mundo idiota una mirada sobre el corset que impone el sistema a la creatividad, a ser uno mismo?
–La obra es una burla al sistema, con el que tenemos que negociar todo el tiempo para poder realizar nuestros sueños. En ese camino, es tan fuerte el deseo que uno se encuentra atrapado en concesiones que nunca creyó tener que hacer. Las producciones independientes y las dependientes de las corporaciones, que con el tiempo uno se da cuenta que no son más que sellos que uno se impone, o medios para alcanzar un fin. Uno quiere que su obra alcance la mayor cantidad de gente. Siempre. ¿Te mantenés independiente para plasmar el cine que deseás con libertad creativa o aceptás la propuesta de hacerlo con el financiamiento de un productor? Son esos planteos éticos de este mundo idiota que uno tiene que resolver todo el tiempo.
–¿Cómo se lleva usted con el sistema? De ser un outsider pasó en los últimos años a protagonizar ficciones, conducir ciclos, a publicar un disco con Sony Music.
–Bien. Pasé por todos los estados de ánimo. Uno atraviesa todos los prejuicios. Yo empecé con la agrupación MIA (Músicos Independientes Asociados), donde levantábamos la bandera de la independencia. Me acuerdo que una vez, en 1978, organizamos un partido de fútbol en al cancha de Excursionistas entre los “independientes” y los “dependientes”. En los MIA jugaron Rodolfo García, Lito Vitale, Alberto Muñoz y estaba yo con mis hermanos Gonzalo y Alvaro; en los que habían “transado”, que no eran otros que los que tenían contrato con (Daniel) Grinbank y (Alberto) Ohanian, estaban León Gieco, Gustavo Bazterrica, Reinaldo Rafanelli, Miguel Zavaleta. Empatamos 6 a 6, pero nosotros lo vivimos como una victoria. El Flaco Spinetta decidió jugar para nosotros. Me acuerdo que para el segundo tiempo llegó Pappo a jugar para ellos, con dos plomos, pero como nadie quería salir se metió igual, a la fuerza. Terminamos jugando 14 contra 11. Zavaleta se enojó tanto que se fue a las puteadas antes de que terminara el partido.
–¿Por entonces vivió aquél partido como si enfrentara al “sistema”?
–Sí, sí. Estaban los milicos, uno era joven y había mucho romanticismo. La agrupación MIA era fuerte, estaba con Expresso imaginario, mientras que del “otro lado” estaba la Pelo... Uno no podía bajar la guardia por aquellos tiempos. Después empecé a actuar en el Parakultural, lo conocí a (Alfredo) Casero, que me llevó a De la cabeza y después a Cha Cha Cha, que era lo mismo. Eramos todos anárquicos. Nunca nos interesó el rating ni nada. Era un delirio hermoso. Ahí me di cuenta de que podía seguir haciendo lo que quería y ser parte del sistema.
–¿Hoy siente que negoció mucho con “el sistema”?
–Negociar es parte de la vida. Por eso en la obra nos burlamos de nuestras caracterizaciones, de nuestros prejuicios, de levantar banderas como si en ese acto se nos fuera la vida... Nos reímos de eso. Es una obra que tiene diferentes climas. Tiene la música de mi último disco, Mua, pero no están todos los temas enteros. Es una obra muy teatral. Los temas casi no importan, sino que la trama de todo lo que lo rodea es lo que atrae. Es un espectáculo para reírse de lo que somos. Si algo aprendió uno en todo este tiempo es que no hay banderas, no hay ideologías en el entretenimiento, sino que hay negocios, que hay gente que hace o no algo en función de si le sirve o no. El pensamiento romántico es divino pero la realidad siempre es otra. Internamente, todos nos vemos atraídos por el romanticismo de ser 100 por ciento genuinos con nuestra manera de pensar y sentir. Eso no va a cambiar nunca. Nos burlamos de la gente que levanta esa bandera como si fuera la única manera de transitar con dignidad por este mundo idiota en el que vivimos.
–¿Cómo analiza la actualidad política y social argentina?
–Siento que la Argentina está atada con piolines. Es un momento muy angustiante, donde la gente no la está pasando nada bien. Se sufre la sensación de orfandad, donde parece que los ciudadanos volvimos a estar solos frente a un poder que tiene intereses que no son los nuestros. Esas contradicciones, esas idas y vueltas de políticas que suceden a diario, esas cosas que pasan pero que se tapan, tienen que ver con que es una fuerza nueva que no tiene experiencia. Su experiencia es con las empresas, en el sector privado, pero no entienden lo que significa manejar un país, que tiene pueblo y al que le pasan cosas. Esas idas y venidas producen angustia a todos los que queremos un país más igualitario e inclusivo. Deseo que le vaya bien al gobierno porque la gente la está pasando muy mal.
–¿Confía en que las elecciones puedan mejorar esa realidad que describe?
–Es un momento en el que parece que la única propuesta que existe es que Cristina Fernández de Kirchner no gane las elecciones. Y hay mucha gente que sí ve en la ex presidenta una alternativa válida. El problema es que hoy todos son opositores a Cristina, a una sola persona, sin pretender desarrollar cuáles son sus propuestas. Es un disparate. Es un momento de mucha angustia. Si no hay un nosotros, no hay nada. No parece haber un proyecto. Se está más pendiente de si Cristina lo insulta a (Oscar) Parrilli en una conversación privada, si se saca un moco, viendo qué error comete, para juzgarla en vez de pensar qué país queremos. Hay un montón de 678 en el que todo el mundo quiere convencer a los argentinos de que no voten a una persona, que no se vote a Cristina.