La cosa está en el swing. La marca prestigiosa de una época que no termina, tal vez. O, más concretamente, el perdurable toque de distinción que se edifica en el instante sutil que sabe gambetear su lugar en el tiempo; para que salte la chispa afectuosa de la fricción entre música y palabra y encienda el guiño que necesita la voz para hacer de la canción un artefacto emotivo. Entre esa idea de swing y un repertorio a medida del recuerdo camina entre aplausos un show de Elizabeth Karayekov, cantante y frontwoman efusiva y divertida.
Elizabeth se presentó en La Trastienda al frente de su poderosa big band , con un show de esos que colocan a la música en el centro sensible de un escenario nutrido de virtuosismos y sorpresas. Con puesta en espacio de Claudio Gotbeter, el show de Elizabeth actualizó las performances de las viejas y gloriosas orquestas del swing, con mucho movimiento, luces que escuchan a la música, cambios de vestuarios, oportunas coreografías y comentarios entre románticos e irónicos –o viceversa–. Lo hizo con la prudencia y el buen gusto necesarios para no disipar el enlace emocional de las canciones y la natural gracia de la cantante. Y en ellos la singular capacidad de comunicar.
“Quince músicos y mucho swing”, se anunciaba el recital que puso la sala de Balcarce al 460 a tope. Al punto que ya está arreglado el regreso de toda la troupe para el 6 de octubre, después de pasar por el Teatro Argentino de La Plata el 22 de setiembre, y antes de Santa Fe, el 27 de octubre, y Rosario, el 28.
“For once in my live”, de Stevie Wonder, “Addicted to love”, la canción de Robert Palmer que Tina Turner supo hacer propia, y “I can’t dance”, de Genesis, marcaron el brioso inicio del programa, que enseguida puso al frente la estrategia sentimental de la cantante: traducir cosas queridas del pop y del rock a su idioma, reorganizar sonidos y recuerdos a través del swing de una maquinaria jazzera y su presencia de dama sofisticada. Cantar con una manera que atraviesa el tiempo de esas canciones que sabemos todos. Ese es el valor de los shows de Elizabeth y su gran banda: interpelar a un público que sin ser tanto del palo del jazz se deja envolver gustoso por el entorno sonoro de una big band, para descubrir una nueva señal en sus canciones. Esos temas en los que ese público, cuya clasificación se podría sintetizar en “over 40”, se escucha a sí mismo y acaso desentraña un pasado que, por pasado, se le antoja feliz.
Gente con swing
Las filas de cuatro saxos, tres trompetas y tres trombones, además de piano, bajo y batería, con la impecable dirección musical de Ernesto Salgueiro desde la guitarra, articulaban la máquina sonora imponente, para que la voz y el cuerpo de Elizabeth dialoguen. Cuando llegó el momento de “Don’ stop me now”, de Queen, la cantante invitó a participar al público, que brazos en alto y telefonitos brillando como luciérnagas curiosas, invierte el convite y devuelve con creces.
Con cortes precisos, solos cortos y contundentes y un sonido compacto, la banda que ya había entrado en plena ebullición atacó una intensa versión de “Like a prayer”. El despliegue de energía escénica y una voz que sin alterar su ADN puso a la canción de Madonna en otro lugar y alternó enseguida un matiz diferente para “Faith”, la balada de George Michael, con Elizabeth acompañada con sólo la fila de saxos, cantando entre el público y sus telefonitos atentos a todo.
Después, el momento en castellano –“Para recordar a nuestros grandes artistas”, como dijo la cantante–, llegó con “Mary Poppins y el deshollinador”, de Fabiana Cantilo. El swing en lengua nativa iba tomando cariz de fiesta, cuando después de “Wadu-Wadu” de Virus, mientras sonada “Bailando en las veredas”, apareció el dueño: espléndido, Raúl Porchetto irrumpió en la escena en plena sintonía con Elizabeth, para ser el partner ideal en los pasitos de baile y la alternancia de voces que se multiplicaban entre el escenario y el público.
Con la gran sorpresa y en su punto más alto, de ahí en más el show fue perfilando su final en estado de fiesta. Primero con energía Beatle y el traslado swinguero de “Can’t buy me love” y “I got my mind set on you”, con Santiago Grassi sacando la mejor bailarina posible de la cantante, y enseguida una sensual y bluseada “Sweet Child o’Mine”, de Guns N'Roses. “Virtual insanity”, de Jamiroquai, y “Should I stay or should I go, de The Clash, marcaron el rumbo hacia un final de fiesta que llegó con “Footloose”, para coronar dos horas de show y vigorizar el aplauso de un público a esa altura más que feliz de estar donde estaba.