Es de madrugada o ya comienza el día y es posible estar sola, sentir ese desasosiego propio de la noche o de un despertar que no se diferencia de la vigilia porque posiblemente la protagonista de esta historia no ha dormido. Entre las incomodidades de la cama cucheta y una voz interna que no se calla, Reina prefiere la insolencia de esa cocina compartida, espacio de un hotel donde conviven sin evitar el conflicto pero con la certeza de una cercanía que las ampara.
Reina se empieza a alejar de la noche pero dormir tampoco es una alternativa, se queda entonces observando la llama de las hornallas como una invocación al suicidio. En el texto de Natalia Villamil el drama cotidiano se convierte en una pequeña filosofía que se mide entre las flores de un mantel o la descripción descarnada y voluptuosa de los cuerpos de las otras chicas que Reina reconoce como diferentes al suyo.
En esta nueva historia del ciclo "El hotel es un cuerpo", donde se narran situaciones relacionadas con el hotel Gondolin, refugio y casa de feminidades variadas, el uso del detalle tanto en el texto como en la manera en que la actriz lo dice permiten una secuencia de imágenes, un montaje de situaciones que revive un vértigo pasado, una ciudad donde la protagonista se construyó a sí misma en un vínculo siempre complicado y gozoso con una calle poblada de aventuras y peligros.
Ahora Reina tiene que soportar ese tiempo que no pasa, ese cuerpo que ya no le responde y se cae y gatea sin ninguna intención de pedir ayuda. Lo que prevalece es esa cercanía con la vejez que para una mujer trans puede encerrar y contener la idea misma del sinsentido. El texto de Villamil (también a cargo de la dirección) es existencial y se conjuga como contraste y potencia en una actuación que, en Maiamar Abrodos es tan profunda como alocada. Ella rompe el dolor, se expone pero a la vez, sabe trazar con astucia y con cierta risa irónica un recorrido alternativo que es como una fragancia.
Todo es sutil en Reina aunque parezca barroca la manera de encarnar la actuación porque nunca se deja habitar por un sentimentalismo exagerado. El recuerdo tiene la impronta de presente porque Villamil supo capitalizar esa forma de actuación de Maiamar Abrodos que parece heredera del varieté, donde la intérprete siempre toma en cuenta al espectador. Aún en las escenas de mayor implicancia, especialmente aquella donde relata su pasaje de varón a mujer y la conversación con su padre entraña una comprensión sensible cuando el padre le confiesa que ese muchachito que fue va a quedar para él contenido eternamente en ese vínculo de afecto inquebrantable.
Abrodos sabe jugar con el impacto y la conexión con la platea, encontrar allí a sus interlocutorxs y comprender que, después de todo, se trata de una ficción y ella está radiante, dispuesta a enfrentar otro día, contenida en un drama que parece manifestarse en el tiempo real de la escena pero que se dispara, como una copa que se rompe hacia un fluir de la conciencia capaz de capturar el brillo de la luz y lastimar la carne que lo ha vivido todo.
Reina se presenta de jueves a domingos a las 18 en el teatro Cervantes.