A fines de agosto, Silvina Moreno puso a circular en las plataformas digitales de música su nuevo trabajo discográfico, el EP Selva acústica, compuesto por versiones despojadas de la impronta rítmica de su último álbum de estudio, Selva. Pero lo que presentará este martes, a las 21 hs, en el Teatro Broadway (Avenida Corrientes 1155), será el repertorio del disco que lanzó en noviembre de 2022. “Soy bastante inquieta”, advierte la cantante, música y compositora. “Tengo cinco discos, y no logré que ninguno tenga esta cosa homogénea. ¿Viste cuando tienen esa línea en la que más o menos se mueven en un mismo universo? Bueno, en mi caso han sido bastante variados en cuanto a estilos y búsqueda. Aun así, me gustan los discos que crean un clima y lo mantienen. Confío en que ya lograré el disco más homogéneo”.
-Dentro de ese caleidoscopio, ¿qué lugar ocupa Selva?
-Selva, por ahora, es mi disco más bailable y rítmico. De todas formas, el eje de mis cinco discos son las canciones. Suenan a mí. A partir del género canción, que es muy versátil y generoso, te podés animar a jugar o coquetear con todos los estilos musicales.
-Otro rasgo que aúna a tus discos es la frecuencia con la que salen. No pasaron más de tres años entre uno y otro. Sin embargo, ¿de qué depende hacerlos?
-Las canciones de Selva nacieron en el encierro. Añorando la vuelta a la naturaleza, así como recorrer Latinoamérica. Incluso, en uno de los temas hago referencia a la astronomía. En cuarentena, me fasciné con eso. Me preguntaba cómo sería ser astronauta y estar en otro planeta. Ahora que volvimos a la vida normal, es loco cómo hay una necesidad de introspección. De desacelerar y bajar el ritmo.
-Selva aparece a diez años de tu disco debut. Se insiste en ubicarte en el pop, cuando en realidad estás más cerca de la música popular de raíz.
-Me siento identificada con el mundo de la canción. Yo agarro la guitarra, y defiendo mi proyecto desde ahí. Tengo una bachata que salió de esa guitarra, al igual que un tema que terminó siendo electrónica. Me sirve para contar historias. Ahí es donde vivo. El pop está dentro de eso, obviamente. Los Beatles hacían canciones y Gardel también. Lo que varía son los vestidos que le ponen a esas canciones.
-¿Qué entendés por canción en una época tan ansiosa?
-Siento que ando en un camino paralelo, ahora que se mezclaron ansiedad e inmediatez. Cuando empecé a hacer música, eso no existía. En ese momento lo que importaba era hacer la mejor música que se podía. Apenas terminé la secundaría, estudié música porque quería hacerla bien. Para entenderme como artista, pasaron años. Creo que hoy se corrió el foco, y se puso en otro lado.
-¿Dónde está puesto?
-En ser influencer o alguien famoso. A veces, lo que vende no va de la mano con la calidad musical. Nunca dejé de desear hacer música de calidad. Siempre me interpeló, desde que fui a Estados Unidos para estudiar en Berkeley, y vi a gente como Jacob Collier, John Mayer o Paul Simon. Con esto no quiero decir que el otro carril no sea válido. Pero no lo siento propio. Yo soy de la primera tanda de millenials. Así que no soy muy joven, ni muy vieja. Estoy en ese limbo extraño, enmarcado en ese cambio drástico que generó la era digital.
-¿Entra la música urbana en tu definición de canción?
-En la música urbana también se hacen canciones. Así como cuando escuchaba cumbia villera en mi adolescencia, la canción se impregna en las emociones de las personas en ese momento de su vida. Más allá de la calidad sonora.
-¿Cómo manejás el equilibrio entre gustar al público y hacer lo que a vos te gusta?
-La única manera de acortar esa brecha es con volumen de trabajo, y terminando obras. Si no existe ese compromiso, no podés pasar al siguiente nivel. Fue la manera que me resultó para encontrar canciones que me representan, que sean sinceras y que me gusten, porque al principio tenés el síndrome del impostor muy presente. En este caso, a diferencia de mis otros discos, lo que manejé fue volumen de ideas. Más que de canciones. Llegué a tener más de 100 ideas. Y de ahí se eligieron las 10 canciones que están en este disco. No tengo un atajo más rápido, la vara cada vez está más alta.
-Si antes la canción tenía una veta concientizadora a partir de la metáfora, como recurso estético o para sortear la censura política, ese espacio hoy lo ocupa un nihilismo que sobrepasa al del punk. Mientras más morbosa es la canción, más arraigo tiene entre el público.
-Coincido con eso. Me parece que eso que decís tiene que ver con la inmediatez. A través de mi community mánager entendí que los primeros cinco segundos del video que suba a mis redes son fundamentales. Si tenemos un nivel de atención tan corto, ¿a dónde estamos yendo como sociedad? Ya no hay paciencia para escuchar un disco completo, para mirar una película o para leer un libro. Es tremendo lo que está pasando. Hace poco escuché a Adele diciendo que ella no hacía música para tiktokers, sino para mamás. De todas formas, dentro de ese ecosistema hay un espacio para gente que tiene otra paciencia, otra templanza y otra búsqueda.
-Los temas de Selva están atravesados por el latinoamericanismo. ¿Pero qué sentido tiene ese sentimiento si el candidato de ultra derecha en las próximas elecciones presidenciales argentinas propone salir del Mercosur y cortar lazos con países a los que llama comunistas?
-Habría que ver lo que va a pasar, a nivel político. A mí, en lo personal, ese intercambio me parece rico. Tengo muchos amigos latinoamericanos a los que les tengo que agradecer por enriquecer mi camino. Como sociedad, los argentinos podríamos abrirnos a pertenecer más a Latinoamérica. No digo que no lo hacemos, pero falta un trecho. Por eso está buenísimo seguir defendiendo esas conexiones. Y la música es una herramienta para fomentarla.