La altura sobre el mar representa para el fútbol argentino un trauma que solo ha podido superar en circunstancias excepcionales. El recordado “Equipo fantasma” protagonizó acaso la primera gran épica en la hostil geografía de La Paz el 23 de septiembre de 1973, mismo día que Perón era consagrado por tercera vez como Presidente. Un triunfo que facilitó la clasificación de Argentina al Mundial de 1974, pese a que el resultado se contradijo con la angustiante experiencia previa que el plantel debió padecer en la región andina.
El entrenador era entonces Enrique Omar Sívori, aunque el plan preparatorio fue obra de su ayudante de campo, Miguel Ignomiriello, quien como DT de la reserva de Estudiantes había promovido una década atrás la primera generación dorada del Pincha. Ignomiriello había vivido los estragos de la altura dirigiendo a San Lorenzo y Estudiantes, y convenció a Sívori sobre la necesidad de atender esa dificultad. Propuso, entonces, entrenar algunas semanas en la ciudad argentina que más se le parecía a la capital boliviana: La Quiaca.
El principal inconveniente residía en que el calendario impedía disponer del elenco con tanta anterioridad, ya que durante las tres semanas previas a ese partido Argentina debía jugar otros dos encuentros por las eliminatorias a Alemania ‘74. Ignomiriello insistió en su tesis y redobló la apuesta: el resultado en Bolivia —auguraba— definiría la clasificación.
Decidieron entonces algo inédito: armar dos planteles. El principal, a las órdenes de Sívori, jugaría contra Bolivia en la cancha de Boca y Paraguay en Asunción después de una apacible gira europea contra clubes menores. Mientras tanto, catorce jugadores del fútbol local, en su mayoría veinteañeros, se embarcaron el 19 de agosto al confinamiento en la altura jujeña de cara al partido decisivo en el estadio Hernando Siles, a 3600 metros sobre el nivel del mar. La comitiva andina liderada por Miguel Ignomiriello incluía a promesas como Ricardo Bochini, Mario Kempes y Ubaldo Fillol. La idea era convocar a jugadores capaz de tolerar la intensidad paceña.
El primer problema se presentó el mismo día que pisaron Jujuy: después del vuelo a San Salvador y largas horas por los faldeos de la Ruta 9, descubrieron recién en La Quiaca que el hotel donde preveían parar estaba cerrado por refacciones. Medio siglo antes de Booking, Whatsapp y la telefonía celular, solo encontraron solución entrando a todos los pueblos de la Puna y de la Quebrada. El plan original debió partirse en dos, pues hallaron alojamiento en Tilcara pero lugar de entrenamiento en Humahuaca, a 60 kilómetros.
Para colmo, los dos amistosos que estaban previstos en Tarija fueron cancelados a último momento porque los bolivianos objetaron que ese plantel alternativo no representaba a la Selección Argentina. La realización de esos partidos significaba un ingreso económico importante para mantener los gastos de la estadía, por lo cual la cancelación despojaba de fondos necesarios para la subsistencia.
La AFA tardó varios días en enviar indumentaria, por lo que los jugadores entrenaban con su propia ropa después de lavarla en los baños del hotel. Mostaza Merlo y Jota Jota López no aguantaron más y regresaron a Buenos Aires.
En un estado de desesperación total, los que se quedaron tuvieron que salir a organizar partidos ante quien aceptara pagar por ello. Así salieron picados en La Quiaca, Oruro, Potosí, Arequipa y Cuzco. Parecía un viaje de mochileros. “Así comprábamos las cosas en un mercado y alguno hacía la comida. Volví con siete u ocho kilos menos”, describió Kempes. “La AFA se olvidó de nosotros y la pasamos mal”.
Muchas veces era el utilero quien se encargaba de cocinar. Y para trasladarse entre Jujuy, Perú y Bolivia consiguieron una suerte de canje publicitario con una concesionaria que les prestó cinco autos.
Mientras tanto, las eliminatorias seguían su curso en otras latitudes. Después de amistosos por compromiso en Europa, el equipo “A” goleó a Bolivia en Buenos Aires y sacó un empate en Paraguay. Por eso, los buenos resultados motivaron a aquel elenco a no perderse el choque en La Paz para el que especialmente se estaba preparando otro plantel. A todo el martirio que estaba padeciendo el “Equipo Fantasma” se le sumó, sobre el final, la insólita interna en el cuerpo técnico: Ignomiriello quiso hacer valer su trabajo y exigió dirigir el partido en Bolivia con sus elegidos, mientras que Sívori sentía la presión de un vestuario que se jugaba la convocatoria para el Mundial y reclamaba viajar a la altura.
El mismo día que Juan Domingo Perón era electo presidente por tercera y última vez, Omar Sívori concedió dirigir en dupla con su ayudante Miguel Ignomiriello y juntos armaron el once inicial con siete “fantasmas” y cuatro del equipo “oficial”. Las negociaciones fueron ásperas y dejaron un herido: Sívori decidió darle el arco a Daniel Carnevali en detrimento del Pato Fillol, el único de la expedición andina que no tuvo un solo minuto en La Paz.
Las crónicas hablan del único gol del partido, el del sanjuanino Oscar Fornari, quien anotó a los 18 minutos del primer tiempo. De ahí en adelante, Argentina se dedicó a aguantar. Para el complemento, Ignomiriello convenció a Sívori de usar los dos cambios en beneficio “fantasmas”. Así debutaron Ricardo Bochini y Marcelo Trobbiani, quienes no viajaron al Mundial de Alemania del año siguiente pero si lo harían en México 86.
Tal como había augurado Miguel Ignomiriello, el resultado en La Paz consolidaría la suerte de Argentina: días después, la Selección le ganó a Paraguay y clasificó al Mundial gracias a los puntos que consiguió en la altura. La famosa foto de la delegación en un vestuario y ataviada de fantasma salió originalmente en el diario Hoy Bolivia. El preparador físico Carlos Cancela tuvo la tarea de salir a comprar por La Paz unos pasamontañas, aunque apenas consiguió unas cartulinas blancas con las que hicieron esas máscaras en forma de cono que da esa inquietante similitud con el KKK. Desde esa soledad absoluta, yendo a jugar por monedas para pagarse la cama y el plato, ese equipo alternativo buscó llamar la atención y lo consiguió con un resultado histórico, aunque a un alto costo.