La contemplación analítica de las cosas -sostiene Manuel- supone conocimientos previos. Sé de antemano qué es un cubo, qué un círculo, y así; de lo contrario, al verlos no podría clasificarlos cubo o círculo. Y es precisamente ese conocimiento previo el que me permite reconocer el mundo entero, si acaso; pero a la vez me limita a nombres y etiquetas tales como "cubos" y "círculos", cuando no también "línea recta" o "dodecaedro".
Cuánto mejor sería contemplar un círculo olvidándome que se llama círculo y deducir, entonces, que estoy frente a una forma que se llama unicornio, con lo cual me convertiría en el primer ser viviente en ver uno. Aunque sería el primero porque hay otros. Y de esos otros nadie me creería, porque yo describiría al unicornio de tal manera que todo el mundo diría: "Eso que viste es un círculo y, como todo el mundo sabe, los unicornios no son circulares, aunque posiblemente sean de color azul". Y yo terminaría por aceptar la determinación mayoritaria, resignándome a los círculos de cualquier color.
¿Sería posible concebir, pensar, escribir el mundo desde la nada? –me pregunta, aunque no espera mi respuesta-. Quiero decir: pensar y escribir despojándose de la propia subjetividad, de los conocimientos y prejuicios que atan al discernimiento. Habría que blanquear de información la mente y cargarle nueva data; ¿pero esa data nueva, al buscar un punto de apoyo, no estaría permitiendo la influencia de otra subjetividad contaminada?
Lo mejor, entonces, sería pergeñar formas nuevas con lo que ya se tiene como base.
¿Pero qué se puede decir que no hayan dicho ya otros?
Nada.
Busquemos, entonces, como para no tirar la toalla existencial, las palabras justas para una frase perfecta que nos permita describir y a la vez reinventar el mundo, aunque esa frase nueva repita los fundamentos de una idea vieja.
¿Cómo sería? –se pregunta a sí mismo, porque a esta altura de su discurso ni siquiera me registra-. Me inclino por una voz activa y directa, de construcción simple. ¿Quién o qué sería el sujeto? ¿Cuál la acción? Y qué sé yo. Podría decirse que no pueden existir las frases perfectas porque no existen las vidas perfectas en las que puedan representarse. Pero eso significaría negar la imaginación.
¿La frase perfecta hablará de amor? Hoy creo que no, mañana quién sabe. Hoy pienso que no; los amores que por lo general impulsan a escribir son los no correspondidos, los lejanos, los ausentes, los latentes; el amor efectivo y presente es más propio de la acción: nadie que ame y sea amado perfectamente podría dedicarse a escribir (no, al menos, frases perfectas). Y un amor imperfecto, la verdad, no merece una frase perfecta.
La frase perfecta debería resumir en su simple construcción un mensaje capaz de despertar todos los sentidos a la vez, aún los desconocidos. Quien la leyera debería experimentar encuentros y desencuentros; premios y castigos; justicia e iniquidad; vida y muerte. La frase perfecta debería incluir la posibilidad del error; incluso someterse al error; y ese sometimiento debería ser al mismo tiempo voluntario e indeseado; azaroso, o negligente, y disfrutado, etc. Debería aspirar a la abstracción del todo y a la realidad individual (una idea semejante a: debo preservar la especie - amo a esa mujer).
Quizá nazca del esfuerzo colectivo, aunque sólo uno (o ninguno) se alce con la gloria temporal.
De algo estoy seguro: la frase perfecta no saldrá de mi mano (quisiera decir de mi mente, pero sería una injusticia para con mi mano, que es la que siempre trabaja y no siempre acompañada); sin embargo, insisto en la tarea; leo y escribo atento al posible hallazgo. Sufro cuando sospecho que quizá la leí y no supe reconocerla.
Debería ser el reflejo de una idea, de una revelación. Una frase que no sea reveladora jamás podría aspirar a la perfección.
¿Puede una idea resumirse en una frase de, por ejemplo, siete palabras? ¿Puede, a su vez, esa frase ser una determinación irreversible y una contradicción? Si fuera posible, ¿puedo imaginar que la idea era pequeña o bien que una frase pequeña es capaz de encerrar al universo?
Una frase perfecta es de espíritu universal y ha de venir de una idea en común. Una idea en común es religión.
Me refiero a los principios de la religión. Religión como arquetipo de la espiritualidad; las políticas que la forman me son indiferentes.
Pienso en Moisés, en Eneas, también en Ulises, y en Jesús y en Mahoma; sus vidas errantes son el reflejo de cada una de nuestras vidas: la Tierra prometida (o el reino) llega siempre después de mucho andar, viejo, de la pura acción, de la voluntad.
Está bien, acepto que tal vez nunca conozca la frase perfecta.
La perfección es la cima y las cimas son el último puerto; y yo no me siento particularmente apocalíptico.
Y vos, menos que menos la vas a ver. No, no es esa que soñaste.
La voluntad pura es acción consciente liberada de razón.
Despertaste con esa frase en la cabeza y corriste a anotarla. ¿Pero qué quiere decir, mamerto? ¿Representa algo lógico y absoluto a la vez? No, ni a palos. Veamos, si no:
La razón (lógica) implica una especulación; es decir, se toma una determinada decisión con la certeza de que a ella sobrevendrá un efecto, sea o no el esperado desde que se generó la acción.
Se trata, entonces, de una acción movilizada por un deseo. Este deseo puede satisfacerse por la concreción de un hecho en sí o por una abstención. (Debería hablar sólo de concreciones y no de abstenciones: se efectiviza un hecho o se efectiviza su negación, su contrapuesto).
Para que exista una Voluntad Pura, libre de todo deseo y de toda especulación, debe darse una acción consciente pero no planificada ni razonada. Esa sinrazón se experimenta en un instante; luego se comprende el acto y se amolda con movimientos razonados: y allí comienza la voluntad discernida.
La Voluntad Pura no especula ni espera resultados; no la generan los deseos. La Voluntad Pura es ahora; puede y debe coexistir con la voluntad personal; la Voluntad Pura es siempre e insiste. Que no contenga razón, no significa que sea inmotivada, ni que ese motivo provenga de la persona (y para un beneficio personal).
Entonces, la Voluntad Pura, ¿es voluntad de Dios o es mi voluntad?
Existe un "qué", un fin preconcebido, que es Voluntad de Dios y al que se llega tanto por la Voluntad Pura como por la discernida.
Yo decido cómo actuar.
Existe un destino final preestablecido para cada uno de nosotros; nos tocará cumplirlo indefectiblemente, más allá del "cómo" que decidamos; la mayor o menor predisposición a "desear" condicionará la paz con la cual nos lancemos al destino. De todas maneras, la existencia terrestre, en tanto terrestre, merece una cierta dosis de deseo que alimente la voluntad personal e incentive la esperanza, porque la esperanza es el camino necesario hacia la fe…
El rugido de un colectivo acelerando partió en dos el silencio oscuro. Manuel se esfumó como el fantasma que es apenas abrí los ojos, ahora sí, completamente desvelado. Obviamente, y con semejante enredo argumental que me dejó reverberando en la duermevela de la madrugada, no pude volver a pegar un ojo.