Con el interés deliberado por acelerar los tiempos y contribuir a la ofensiva contra Rusia, el gobierno de EE.UU. proclamó pocos días atrás que enviará un nuevo contingente de armas a Ucrania como parte de su plan de más de mil millones de dólares destinado a ayuda militar.
El anuncio se produjo durante la reciente visita a Kiev del secretario de Estado norteamericano Antony Blinken. Y si bien provocó de inmediato un amplio eco político, la mayor repercusión fue por el pronto arribo a Ucrania de proyectiles con uranio empobrecido, cuya utilización cosecha críticas y rechazos por parte de entidades científicas y humanitarias.
Si bien el Reino Unido ya había enviado el mismo tipo de munición a Ucrania para armar a sus tanques Challenger 2, ésta es la primera vez que EE.UU. destina este tipo municiones en el conflicto contra Rusia.
Como antecedente a esta controversial iniciativa, debe tomarse en cuenta la reciente decisión de la Casa Blanca de mandar a Ucrania municiones de racimo, que están prohibidas en más de 100 países debido al peligro que suponen para los civiles los proyectiles sin detonar.
El nuevo paquete incluye un número no especificado de proyectiles de uranio empobrecido de 120 mm para los 31 tanques M1 Abrams que Washington había comprometido para Ucrania y que deberían ser entregados este año. También incluye equipo adicional de defensa aérea, municiones de artillería y armas antitanque.
Frente a las críticas iniciales, el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Kirby, describió a estas balas como “un tipo de munición común y corriente”. Sin embargo, esta afirmación dista de ser verdadera.
El uranio empobrecido es un subproducto del proceso de creación del uranio enriquecido y suele ser utilizado en la producción de combustibles y armas nucleares. Aunque es incapaz de generar una reacción nuclear, es extremadamente denso --mucho más que el plomo-- lo que lo hace muy atractivo para ser utilizado como proyectil.
Tal como lo explicaba un científico de la corporación Rand, muy vinculada a las Fuerzas Armadas estadounidenses, “cuando se dispara, una munición de uranio empobrecido se convierte, esencialmente, en un dardo de metal exótico capaz de viajar a una velocidad extraordinariamente alta”. Esto significa que cuando golpea el blindaje de un tanque, “lo atraviesa en un abrir y cerrar de ojos antes de explotar en una nube ardiente de polvo y metal, mientras las altas temperaturas hacen estallar el combustible y las municiones”.
Con toda la peligrosidad que implica su manipulación, esta no sería la primera vez que se utilizan municiones de estas características en una guerra: los tanques estadounidenses dispararon proyectiles de uranio empobrecido en Irak durante la guerra del Golfo de 1991 y en territorio iraquí en 2003.
Por otra parte, las ventajas del material radiactivo fueron aprovechadas en los conflictos de Serbia y Kosovo a fines del siglo pasado.
Aunque el Comité Científico de las Naciones Unidas sobre los Efectos de la Radiación Atómica (UNSCEAR) no detectó ningún envenenamiento significativo por la exposición al uranio empobrecido, otro organismo, la Agencia Internacional de Energía Atómica perteneciente a la ONU, afirmó en cambio que podría haber un riesgo de radiación para las personas que manipulan fragmentos de este material.
Otras entidades también han tenido pronunciamientos similares, como la Coalición Internacional para la Prohibición de las Armas de Uranio (ICBUW). Esta red global compuesta por 160 grupos de 33 países con sede en Berlín, resaltó la existencia de riesgos peligrosos para la salud incluido el cáncer, al tocar o ingerir polvo de uranio empobrecido.
En términos similares se expresó la Organización Mundial de la Salud y concluyó que “en algunos casos, los niveles de contaminación de los alimentos y las aguas subterráneas podrían aumentar después de algunos años”, por lo que éstos debían ser monitoreados continuamente. La OMS también recomendó que se tomaran acciones de limpieza específicas cuando “los niveles de contaminación por uranio empobrecido se consideren inaceptables por parte de la población”.
La revista científica BMJ Global Health publicó un estudio de caso sobre el conflicto en Irak y destacó “posibles asociaciones” de problemas de salud a largo plazo en la población iraquí, relacionados con el uso de uranio empobrecido en el campo de batalla, teniendo en cuenta el millón de proyectiles con uranio disparados por las tropas estadounidenses estacionadas en ese país desde 2003.
Las balas radiactivas y extremadamente tóxicas habrían causado en la población adulta y recién nacidos, una variedad de malformaciones y enfermedades, incluidas variantes de cáncer a raíz de la amplia capacidad del uranio para adherirse a biomoléculas como el ADN.
Los efectos de estos proyectiles también quedan en el medio ambiente. Las partículas de uranio permanecen incrustadas en la tierra donde impactaron las balas, presentando un posible daño ambiental años más tarde.
De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la “toxicidad química” del metal es el mayor peligro y “puede causar irritación de la piel, insuficiencia renal y aumentar el riesgo de padecimiento de cáncer”.
Seguramente, los graves efectos generados por este tipo de municiones, sumado a las críticas efectuadas por organismos especializados, influyó para que en los últimos años comenzara a desaparecer del mercado de armas estadounidense. En principio, sólo dos empresas armamentistas en los Estados Unidos se dedicaban a la fabricación de balas con uranio empobrecido.
En diciembre de 2021 el Ejército adjudicó al conglomerado canadiense-estadounidense General Dynamics un contrato para la desmilitarización y eliminación de uranio empobrecido, con fecha límite al 20 de noviembre de 2026. Y ya en 2022, el fabricante de armas estadounidense Northrop Grumman hizo saber que dejaría de producir armas con uranio empobrecido.
Frente al escenario que se está delineando en el conflicto contra Rusia, no resulta extraño que Estados Unidos esté proyectando una intervención decisiva para favorecer Ucrania. Aún a riesgo de incentivar una tragedia humanitaria y de características nucleares que, incluso, podría golpear a sus propios aliados.