La política se ha servido muchas veces del fútbol, para bien y para mal. Se trata de campos muy diferentes entre los que se pueden trazar ciertas analogías. Del fútbol, sin dudas, se pueden aprender muchas cosas útiles para la política, sobre todo en estos momentos en los que la política es pateada, rebotada, pisada, reventada por los aires como si fuera una pelota.
La Selección volvió a dar este martes en Bolivia una lección sobre la importancia que tiene la estrategia y la táctica cuando en lugar de utilizarse para obstaculizar, impedir, frustrar, se diseñan y combinan para alcanzar el bien común. Cuando merman las individualidades, las mezquindades y se destacan las cuestiones colectivas, los resultados aparecen, llegan incluso más allá de las difíciles condiciones –en este caso la altura de La Paz– en las que puede tocar performar.
Así como lo negativo arrastra, horada, contamina, lo positivo empuja y tiene un enorme poder de atracción sobre los hinchas que entonces empiezan a creer, a soñar, a ilusionarse, a acompañar. Cuando esa sintonía ocurre, se suman también los sponsors que ven el negocio porque a fin de cuentas les conviene; y los medios de comunicación, que con razón o sin ella cuestionaron, criticaron, machacaron, por ahí hasta acompañan con sus narrativas tambaleantes.
El de la Selección, que arrancó de la mejor manera las Eliminatorias Sudamericanas para el Mundial de Estados Unidos, México y Canadá 2026, es un muy buen ejemplo de la senda que, en la búsqueda del bienestar general, deberían tomar también los jugadores de la política nacional: la del compromiso, los acuerdos, las metas comunes.
La Scaloneta a la que hoy todos le rendimos honores nos está enseñando cómo atravesar los desafíos por más duros y difíciles que se presenten: jugando bien, con solidaridad, con valores, con la pausa justa, inteligente, reflexiva; con la pelota al piso, la cabeza erguida y la mirada clavada, decididamente, en el futuro, en nuestro porvenir.