Habituados a vivir en un presente rabioso y desmemoriado, puede parecer exótico recordar un remoto acontecimiento deportivo que sucedió hace exactamente 100 años. Pero un siglo exacto despues, los tres minutos y 57 segundos que duró la pelea entre Jack Dempsey y Luis Angel Firpo por el título mundial de los pesados siguen manteniendo vigente su potencia emotiva. Tanto que aún hoy está considerada una de las tres peleas más dramáticas de todos los tiempos.

Con el reglamento actual de tres caídas por round, Firpo hubiera perdido en menos de un minuto: Dempsey lo derribó nueve veces (siete en el primer round y dos en el segundo) y le ganó por nocaut en la segunda vuelta. Pero a punto estuvo Firpo de ser el primer campeón del mundo del boxeo argentino: en el infernal primer asalto, mandó a Dempsey fuera del ring con un terrible mandoble de derecha y el campeón estadounidense demoró 17 segundos en retornar al cuadrilátero levantado en el Polo Grounds de Nueva York. Si el árbitro Jack Gallagher hubiera contado los diez segundos, la historia del boxeo se habría escrito con otro trazo. Pero consideró inválida la caída y ordenó la continuidad. 

Aquella batalla del viernes 14 de septiembre de 1923 fue fundante en muchos aspectos. Y trascendió largamente el hecho pugilístico. La expectativa atravesó todas las clases sociales y acaso, fue el primer gran acontecimiento deportivo que sacudió la sociedad argentina. Provocó tal conmoción que, en muestra de reconocimiento por la bravura de Firpo, el intendente de la ciudad de Buenos Aires, Carlos Martín Noel, derogó el 3 de febrero de 1925 la ordenanza que llevaba 32 años prohibiendo el boxeo en el ámbito de la Capital y rehabilitó su práctica. O sea: Firpo cambió la historia. Transformó una actividad que desde 1892 era marginal y clandestina en un fenómeno masivo y popular. Por eso, cada 14 de septiembre, la Argentina celebra en su memoria el Día del Boxeador. 

Buenos Aires no durmió aquella noche. Tampoco los pueblos y barrios circundantes. Julio Cortázar, en su libro La Vuelta al Día en 80 mundos, recordaba a toda su familia reunida en su casa de Banfield en torno de uno de sus tíos que, con auriculares, trataba de escuchar trabajosamente una radio bonaerense, en la que un locutor leía los cables que las agencias informativas emitían desde el borde mismo del ring neoyorquino.

En Corrientes 1066, donde hoy se levanta el Obelisco, dos jóvenes soñadores, Ismael Pace y José Lectoure, a 80 centavos la entrada, recaudaron 820 pesos pasando la retransmisión que LOX Radio Cultura hizo de la pelea en un viejo Luna Park sin techo

Y en la Avenida de Mayo, Natalio Botana, el omnipotente dueño del diario Crítica, hizo instalar dos potentes reflectores en la terraza del Pasaje Barolo, por entonces el edificio más alto de la ciudad. Si se encendía la luz verde, Firpo había ganado y era el nuevo campeón del mundo. Si brillaba la luz roja, había perdido. La luz verde barrió el cielo de la ciudad sólo unos minutos cuando llegaron los cables con la noticia de que Firpo había lanzado a Dempsey fuera del ring. Pero al final de la noche, un halo escarlata tiñó de desazón a los miles de porteños que miraban al cielo: lo habían noqueado al nuestro en el 2º round.

Nacido en Junín, provincia de Buenos Aires, el 11 de octubre de 1894, a sus 28 años Firpo se subió a un buque de carga en 1922 para hacer lo que nadie antes se había atrevido: tratar de llegar a una pelea por el título mundial de la máxima categoría. Lo hizo por las suyas, a su manera. Sin estilo ni ciencia, a pura potencia y guapeza. En los Estados Unidos, noqueó a cuatro de sus primeros cinco rivales, y entre 1922 y 1923 enhebró 11 triunfos antes del límite en 13 peleas. Cuando Dempsey le dio la oportunidad por el campeonato del mundo, Firpo ya se había metido la Argentina en sus puños y era el “Toro Salvaje de las Pampas”, el apodo eterno que le endilgó Damon Runyon, un periodista estadounidense asombrado del poder de sus manos y de la fiereza de su acción.

La leyenda de la llamada “Pelea del Siglo” empezó a escribirse desde el día previo. Cuando el médico de la Comisión Atlética del estado de Nueva York, William Walker, descubrió una fractura dislocada en el codo izquierdo de Firpo e intentó cancelar el combate. "A Dempsey le gano con un brazo solo", dijo el argentino cuando le informaron la novedad. El promotor Tex Rickard fue práctico: le ordenó al médico que le redujera la fractura y así lo hizo Walker: con un tirón que le hizo ver las estrellas, le acomodó el hueso a Firpo y autorizó la pelea.

Días después del combate, los periodistas neoyorquinos entrevistaron a Jimmy De Forrest, un viejo zorro de los rings que había estado en el rincón de Firpo en sus peleas anteriores y que había sido dejado de lado por desaveniencias económicas, y le preguntaron que hubiera hecho ante la caída fuera del ring de Dempsey si él hubiera estado en la esquina. Y él respondió: "Muy sencillo. Habría retirado a Firpo de la pelea y reclamado el título ante la Comisión de Nueva York", Los periodistas entonces consultaron a William Muldoon, el mítico presidente de la Comisión. Y Muldoon le dio la razón a De Forrest. Pero como Firpo no hizo ningún reclamo porque desconocía que el reglamento contemplaba la posibilidad de la protesta, el resultado quedó como quedó.

La derrota por nocaut no manchó su nombre y su honor de bravo peleador, más bien todo lo contrario. A su regreso, le dieron a Firpo una bienvenida de héroe deportivo y se transformó en una celebridad nacional. Lo proclamaron campeón moral. Cuando se retiró por primera vez en 1926 era abrumadoramente rico y famoso y en 1936 quiso volver a boxear. Pero el chileno Arturo Godoy le dio una paliza y lo noqueó en tres rounds en el Luna Park. 

Hasta su muerte, el 7 de agosto de 1960 víctima del mal de Chagas, cada vez que caminaba las calles de Buenos Aires o ingresaba a los salones de la alta sociedad, la figura inmensa (en el más amplio sentido de la palabra) de Firpo ejercía un magnetismo extraño entre la gente. Fue el fundador del glorioso boxeo argentino, el principio de todo lo que vino después. La pelea que lo hizo leyenda cumple 100 años. Y la emoción esta ahí, sigue intacta.