La violencia es una manifestación más de la cultura, y representa como tal, una expresión, en última instancia, de la pulsión de muerte. Esta constituye una descarga que reemplaza la intención de dañar dirigida en principio al padre. No me estoy refiriendo al papá, que cuida y protege a su familia, sino a aquel que aterroriza y ocupa el lugar de una imagen inconsciente, brutal y primitiva, también podría ser la madre en este rol ya que no hablo de genitor, quien le ha dado la vida, sino de quien cumple la función paterna.

Desde el comienzo mismo de la historia de la humanidad la violencia es una expresión más de nuestra cultura. Pero... ¿cuándo se manifiesta este tipo de violencia? La violencia surge cuando se abandona la pulsión de vida en pos del cuerpo y se forcluyen las necesidades del espíritu, es violenta la irrupción de la pulsión sin posibilidad de reflexión.

La violencia nutre al ser humano como una víctima, que lo deja confuso, incapaz de controlar su realidad o sus pensamientos. Sin embargo, y he aquí la paradoja, ser violento es tener un yo. “Soy aunque sea mi violencia, mientras pueda seguir teniéndola no moriré”. La violencia no es sólo lo que enceguece sino un modo de encontrar dignidad. “Por fin puedo expresarme”, piensa el violento. Para los seres encerrados en sí mismos y en regímenes muy opresivos, la violencia es, a veces, el único modo de expresarse. En un pueblo dominado por el miedo y corrompido por la opresión política y religiosa, con gente que insiste en afirmar que todo está tranquilo, que los problemas no existen, la vida íntima se repliega en sí misma y transcurre en silencio la violencia. Dentro de las casas, en la vida cotidiana, siempre contra los más débiles, muchas veces contra mujeres, niños, discapacitados, seres vulnerables... o en movimientos masivos. Siempre en la penumbra y el anonimato. La descomposición hace su trabajo de adentro hacia afuera, lenta pero sin descanso hasta que se hace pública.

Este abuso es un intento de mostrar superioridad y dominio. Cuando no se tolera la frustración, y no se puede reducir el enojo, se proyectan los impulsos hostiles hacia afuera y se intenta dominar la vida de los otros. Así los impulsos amorosos ceden el lugar a los hostiles en una acción repudiable.

Esta pulsión como descarga física bien encausada encontraría su satisfacción en el sexo, en la práctica deportiva, en la gimnasia, en el baile. Todas actividades que implican al cuerpo en movimiento. Detrás de la violencia vemos pedazos de vida destrozados, anonadados, aplastados, abandonados. Se enfatiza en estos casos la pasividad, la acumulación de sufrimiento y la falta de control sobre la vida misma.

La descripción del violento la hace excelentemente bien el escritor y psicoanalista argentino Marcos Aguinis, cuando nos cuenta en “La Matriz del Infierno” la vida y el entrenamiento que recibe un soldado nazi. Él nos relata en su libro cómo se fabrica sin errores un ser violento, educado para destruir toda posibilidad de expresión erótica. El violento se nutrió de violencia.

En el año 1932, Freud le escribió una carta a Einstein donde trataba de dar una respuesta al porqué de la guerra. Su explicación era que los hombres intentan solucionar por la fuerza los conflictos de intereses, imponiéndose las ideas de los más fuertes y obligando a los otros a abandonar sus pretensiones. En algunos casos, se decide terminar de forma definitiva con la oposición dando muerte al enemigo. Por el contrario, cuando un grupo quiere vivir en forma pacífica debe renunciar a ejercer violentamente su fuerza para que sea posible la vida en comunidad. Parecería que, lo contrario a la violencia es un sistema ético basado en la empatía, esto es ponerse en el lugar del otro y el amor. Allí dice también que una comunidad humana se mantiene unida por dos factores; el imperio de la violencia y los lazos afectivos, pues ambos ligan a sus miembros".

El ejercicio, como el deporte, cuando no es excesivo, potencia a la sexualidad. En cambio, una intensa actividad física puede llegar a inhibirla.

Los psicoanalistas pensamos que el movimiento físico genera placer por la descarga de la pulsión tanática que cede así su lugar a Eros. Liberado de la pulsión de muerte, sin necesidad de dañar a su oponente puede el hombre entregarse a desarrollar sus aspectos más sublimes donde se dé una relación que constituya un encuentro amoroso profundo y no un simple choque de cuerpos.

En un artículo publicado hace unos años en un diario, el periodista dice: “El fútbol, fuente de pasiones compartidas, se ve transformado en excusa para el despliegue, cada vez más frecuente, de una violencia irracional y descontrolada. Basta recordar que el número de muertos en ocasión de los partidos se viene duplicando de década en década. El mayor número se registra en la presente década que contabiliza 40 muertos. La violencia en el fútbol pareciera no tener oposición. No se enfrenta ni se termina de aunar los esfuerzos de las autoridades gubernamentales, policiales, gremiales y deportivas. Pareciera que a nadie le interesa enfrentar a la violencia”.

La falla en la función paterna da lugar a la violencia.

Detrás de un guerrero vemos un pobre niño abandonado.

Una intensa actividad física, como los entrenamientos para el deporte de alta competencia genera mucha adrenalina, la cual produce una adicción a la misma que, lejos de servir como descarga de la pulsión tanática incrementa la ansiedad y se transforman en fuente de angustia permanente.

En la novela “En busca del tiempo perdido” nos cuenta Proust de la siguiente manera cómo trataba su abuelo de separarlo de su madre con quién el vivía fascinado. “Pero he aquí, antes de que llamaran a cenar, mi abuelo tuvo la ferocidad inconsciente de decir: 'Parece que el niño está cansado, debería subir a acostarse'. Y mi padre dijo: 'Sí, anda, ve a acostarte'. Fui a buscar a mi mamá y en aquel momento sonó la campana para la cena. 'No, deja a tu madre; bastante os habéis dicho adiós ya, esas manifestaciones ridículas. Anda, sube'. Y tuve que marcharme ir subiendo en contra de mi corazón, que quería volverse con mi madre”. En el caso del joven Proust, la violencia que le generaba el padre con sus toscos intentos de separarlo de su madre, hicieron de él un muchacho enfermizo y débil, que terminó sus días asmático y a muy temprana edad.

El Dr. Ferenczi cuenta el caso de una paciente que había sufrido abusos en su infancia y no podía dormirse sin golpear su cabeza contra el colchón cientos de veces. Con esta acción, ella se transformaba en castigador y castigado, modo inútil que tenía de imaginar que era ella la que controlaba la situación violenta.

El filicidio, en estos casos, no es más que otra cara de la discriminación. Siempre la violencia es ejercida por alguien que quiere someter a otro, demostrarle su poder, su dominio y, hacerlo a su imagen y semejanza. En otras palabras, demuestran la imposibilidad humana puesta en el discurso de Dios en la Biblia, “soy el que soy” soy diferente y por ende único.

Mirta Noemí Cohen es miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina.