En las salas de la Manzana de las Luces, se está llevando a cabo una invocación cuya esperanza es producir un milagro colectivo. La muestra Gauchito, pétalos y terciopelo (GPT para les amigues) reúne obras que proponen diversas representaciones del Gauchito Gil. Javi Samaniego García, curadora de la muestra, pone el foco en “cómo la comunidad LGTBT+ encarna la devoción actual al Gauchito Gil, un santo que solo pide que creas en él y cumplas con cualquier promesa que le hagas, nada más”. “Podés ser la persona más gede del planeta y ‘el Gauchi’ te acepta igual”, remarca Javi.
Como sabemos, el santo popular correntino fue originalmente un peón que huyó de la Guerra de la Triple Alianza; en su calidad de desertor, experimentó la violencia estatal pero también la protección y el apañe de su comunidad. El Gauchito no quería participar de la lucha fratricida que aquella guerra estaba librando; su deserción es, en realidad, una demostración de valentía y lealtad a sus valores personales.
Finalmente, tras encontrarlo en una fiesta a la que él acudió pese al peligro, los agentes estatales lo capturaron y procedieron a su ejecución. La muestra GPT repiensa el acto de la huida en el Gauchito, a la vez que vuelve a mirar a la complicidad clandestina que prolongó su vida tras la deserción y a la fiesta como expresión de resistencia de les acorralades. A la postre, se pregunta: “¿Dónde están les gauchites del presente?”.
Javi hace hincapié en la relación que la disidencia sexual ha construido con el Gauchito, “desde siempre y en paralelo a la historia de su mito”. De hecho, el pretexto de GPT es poner de manifiesto el lugar que “el Gauchi” ocupa en nuestra constelación devocional. “Para la muestra, se recuperaron algunas ideas o nociones del mito del Gauchito en clave marica para encontrar confluencias con la historia de la comunidad LGTB+”, explica Javi.
¿Hay más fe depositada en el Gauchito o en el arte?
J: No cabe dudas de que tanto el Arte como el Gauchito están sostenidos por la fe, pero siento que en el Gauchito hay más fuerza, ¡con el Gauchito no se jode! Desde luego, como artista y curadora puedo ver cómo el arte es un depositario de diferentes tipos de fe: desde la fe de “vivir del arte” en plena crisis hasta la fe en el marco de expectativas y esperanzas que se depositan en las obras y en quienes las hacen. A su vez, el arte puede ser al mismo tiempo un instrumento, un portal, una interfase o un acto trascendental. Con el Gauchito, la situación se simplifica en un sentido y cobra un poder muy fuerte.
El Gauchito creció entre otras cosas porque cumplió, su enorme poder está respaldado y sostenido por la fe. Para algunes, el Gauchito es un intermediario, un interlocutor de creencias superiores (Dios o San La muerte, por ejemplo). Para otres, el Gauchito es el fin último y la máxima trascendencia. En este sentido, la muestra aborda zonas híbridas en donde ya no es tan fácil hacer la distinción entre Arte y Gauchito. Una obra puede ser una devolución de un favor, o una fusión arte-vida desde el fervor. Puede haber devoción sin estas obras pero no hay arte sin “el Gauchi”.
¿El Gauchito Gil puede ser también considerado un “Gauchito Gay”?
—El mito del Gauchito propone unas puntas interesantes. Lo primero es que “el Gauchi” no quiso pelear, su huida lo convierte en víctima del poder. Me interesa pensar en la potencia política de esa “cobardía” como estrategia de supervivencia ante la persecución; sobrevivió gracias a la complicidad y al escondite. Siento que el Gauchito matchea con nosotres: no hay nada más marica que no querer implicarse en una lucha entre hermanes. Bueno, sí: ir al baile aunque sea peligroso, aunque la policía te pueda llevar de una fiesta. Insisto: no hay nada más marica que andar de casa en casa y recibir ayuda de tu comunidad mientras la policía te busca. Es más, no hay nada más parecido a un yire que la vida prófuga del Gauchito. Como dicen les chiques de la Escuelita “La Shirley Bombón”, en La Plata, “creemos en un Gauchito Gil que está hecho de la misma sangre travesti que nosotres”.
En ese sentido, la muestra recupera identidades revitalizadas por los mismos alimentos del Gauchi: el baile, el fervor, el quilombo, el color rojo. No solo por la sangre y la pasión sino por el rouge y los brillos. Podríamos decir que, antes que rojo, fue multicolor. Y además, el rojo con el sol deviene un hermoso rosado: se puede ver cómo los trapos rojos en las rutas, anudados a los altares, con el tiempo pasan a ser de unos hermosos rosas viejos, rosas chicle y otros lindos rosados en degradé.
Detrás de todo, se está también discutiendo cuál es la imagen identitaria del gaucho y su hegemonía hipermasculinizada surgida de un ideal de cuerpo nacional en un estado naciente. Al Gauchito lo mató el Estado. Podemos trazar una línea en la historia hasta preguntarnos: ¿dónde están y quienes son les gauchites del presente? ¿Qué identidades siguen siendo acorraladas por las fuerzas represivas?
En tiempos en los que se imponen neofascismos que amedrentan nuestras conquistas en términos de derechos y reivindicaciones, debemos recuperar nuestras estrategias de cuidado, organizarnos y, por qué no, pedirle al Gauchito un milagro colectivo.
Gauchito, pétalos y terciopelo podrá recorrerse hasta el 10 octubre en las salas Araña, Columnas y Rosas de la Manzana de las Luces, con entrada libre y gratuita.