Forma parte de tantos proyectos y su genealogía como actriz es tan diversa que es difícil anclarla a un solo personaje. Lorena Vega fue chongo y princesa, actriz de cine y directora de teatro, polícia en la tele y figura histórica con linaje de oro, conoce todos los roles adelante y atrás del escenario y supo narrar la historia de su familia como quien narra la de todas las familias trabajadoras de un país que se construyó apoyado en sus oficios y en su capacidad de autogestión.
Vega, actriz de toda la cancha, en todas las posiciones parece encontrar su juego, con naturalidad, con elegancia, sin estridencias pero con una pisada fatal, como cuando mira al público de Las cautivas y algo se derrite para reinventarse en su voz que habla del origen atravesado y mestizo de nuestro territorio.
Hizo televisión, cine y proyectos culturales (como el que está haciendo ahora, el Club de Artes Escénicas Paraíso) que la trenzan íntimamente con el arte visual argentino de las últimas décadas pero además con la docencia (llegó a dar clases de lunes a sábado) y sobre todo, como motor principal de tantos espacios donde el teatro es una respiración, una cadencia, un latido, y ella una morocha poderosa que eclipsa a las plateas con su tono quirúrgico y sus intervenciones siempre atinadas para pensar en nuestro tiempo.
Este año que el biodrama de su creación (Imprenteros) cumple cinco años, vuelve sobre sus pasos para pensar en la maquinaria que se puso en movimiento para gestar un proyecto enorme que es un éxito de público.
¿Qué balance hacés del arco narrativo de Imprenteros en estos cinco años?
–Pienso en aspectos como en vértebras. Lo que vertebra el trabajo a través de estos cinco años. Es una experiencia que no tenía ninguna expectativa a largo plazo, como de esas relaciones que empezás diciendo bueno, es esta noche y mañana, si no va más, no importa. Para reponer un poco el origen fáctico, este es un trabajo que empieza en el 2018, cuando Maruja Bustamante me invita a participar en el ciclo Familia, del que ella fue curadora en el Centro Cultural Rojas, que depende de la UBA, un ciclo experimental para trabajar sobre el concepto familia. Ella me dijo no tenés que hacer una obra de teatro si no querés, podés hacer cualquier cosa. Y eso a mí me liberó un montón. Yo sentí que ella elastizó un poco la red de la cancha, que me movió el arco y entonces yo dije ah, bueno, no estoy obligada a hacer una obra, porque era algo a lo que me resistía.
Pero finalemente hiciste una obra sobre la familia, como quería Maruja...
--Me parece muy curiosa la resistencia a algo que después se desplegó, y esta es otra para mí de las cosas que vertebran el trabajo, se desplegó una creación que es un punto de inflexión para mí en todo sentido, o sea, en mi vida, que incluye lo personal y lo profesional. Es un punto de inflexión porque yo, a partir de la obra, tomo el riesgo de hablar en primera persona, de hablar de mi vida privada y de hacer el ejercicio de cómo eso se puede convertir en ficción, porque me entero de cosas de mi familia que yo no sabía. O sea, descubro en escena cosas de mi historia que no sabía o puedo escuchar otras versiones de mi propia historia. Es una obra que, yo propongo, conduzco el equipo, digamos, genero la impronta de la obra, pero no tiene una sola voz, tiene varias voces, varias versiones de los mismos hechos. Y eso es lo que incluye a mis hermanos, incluso a mi mamá. Pero además es una obra que a mí me permite asumirme como dramaturga. Y a partir de eso aparece la posibilidad de imprimir un libro. Y ese libro es mi primer libro. Siento que la escritura me dio una herramienta. Cuando el libro ya estaba entrando a imprenta, cuando se estaba concretando dije ah tengo una herramienta para toda la vida. Si me pasa algo voy a poder escribir y siento que eso ya me salvó.
A diferencia de la actuación que depende del cuerpo.
--Fundamentalmente depende de mi salud. Entonces es un punto de inflexión en ese sentido. Es un punto de inflexión porque la obra hace que cambie la relación con el conflicto, o sea, la obra como material documental, como material performático, funciona recomponiendo cada vez que sucede aquello que en la vida real no se puede modificar, que pareciera que no se puede modificar. Otra de las cosas que vertebra el trabajo a través de estos años: el tema de ir escuchando el material e ir escuchando qué cosas van surgiendo y cuáles eran las resonancias alrededor. Entonces nada de lo que se hizo fue planificado. Pareciera que todo fuese parte de un plan, y nada que ver. Por eso digo, me gusta hablar del origen, donde no había ninguna expectativa en ese ciclo. Podíamos diagramar una cantidad de funciones y sin embargo yo fui al achique. Dije bueno, lo hago, pero lo hago cuatro veces y lo hago martes, a las ocho y gratis porque yo sentía que estaba haciendo un trabajo muy de laboratorio, que no iba a tener mucho más sentido que desafiarme a mí misma en el expertise escénico. Al mismo tiempo estaba haciendo en el Cervantes La vida extraordinaria, de Mariano Tenconi Blanco, muy enfocada en hacer bien ese trabajo, que era muy complejo, y también ahora, muchos años después, que ya conocemos cómo tramitarlo, cómo transitarlo, pero antes de estrenarlo era una especie de subida al Fitz Roy. No quise cobrar entrada porque en un punto sentía que no ameritaba, además la escenografía estaba hecha con cosas que encontrábamos: un locker en la Estación Chacarita, unos pallets tirados en la calle. Todo lo que fue sucediendo es porque iba apareciendo un deseo y una resonancia y una escucha.
¿Y qué pasó una vez que la obra se hizo esos cuatro martes?
--Estaba lleno, se quedaba gente afuera, entonces me ofrecieron agregar dos funciones más y Alejandro Cruz, un periodista especializado en teatro la vino a ver, como otros que vinieron porque alguien les había contado y no porque los hubiera invitado, me llamó y me dijo estuve ayer. ¿Por qué no cobrás la entrada? y el me animó a ponerle un precio. Ahí lo vi de otra manera y empezamos a cobrar. Trabajé con mucha intuición, con un equipo increíble, con Damiana Poggi en la puesta en escena.
El trabajo con el movimiento es muy potente en la obra. Hay toda una primera parte de quietud y una segunda parte de música y coreografía que la rompe.
--Esa escena que vos decís yo la entiendo en términos de ritmo. Precoz, la otra obra que está en cartel que dirigo, está articulada como obra de danza, de movimiento: es ese el cuerpo de la obra. En Imprenteros hay mucho de eso también, y eso es lo atractivo. A los 18 años yo hice un magazine cultural por tele con un novio que tenía, totalmente autogestionado, en vhs, y lo producimos y conducimos nosotros: hacíamos notas de bandas indie, cantantes desconocidos, fanzines, de todo. La impronta de conducir la tengo de ahí.
¿Y la actuación? ¿Cómo nace esa pasión en tu vida?
--Es un terreno que conozco un montón. Eso no quiere decir que lo tenga dominado, sí me siento muy desenvuelta, estoy muy apropiada de las obras que hago. Y me da mucho alivio a veces ir a las obras que no estoy dirigiendo, necesito estar ahí. Por acumulación, por deseo, siento mucho placer en el espacio teatral, aún cuando hay conflictos. Es un espacio de investigación y de búsqueda.
Y de poner el cuerpo. ¿Cómo hacés con las dobles funciones de dos obras distintas y complejas como La vida extraordinaria y Las Cautivas?
--La actuación es un lugar de buceo, un trabajo de búsqueda en una misma, y como no estamos siempre en el mismo lugar, siempre hay algo nuevo por conocer, un desafío diferente. Hago las funciones de todas las maneras que te puedas imaginar: cansada, por momentos pensando en otra cosa, etc, pero siempre algo sucede. Son obras muy estimulantes, y me gusta ver cómo las hago entrando a la función de diferentes maneras. Cada obra está haciendo su perforación emocional muy fuerte en el público. Imprenteros es un retrato de la clase trabajadora argentina, y no tan presente en el escenario por sus propios protagonistas. Están mis hermanos que son testimonio directo de esa clase trabajadora y yo también porque soy una obrera de las artes escénicas. No vengo de una familia que hacía arte ni que me pagó los estudios: yo empecé a estudiar en un centro cultural barrial, y también hice canjes para tomar clases. Cuando pude pagarme mis estudios fue porque empecé a trabajar, de promotora, en un kiosco, o lo que sea. Está lleno de trabajadoras escénicas pero de repente en nuestro mapa teatral, no son conocidas.
¿Sentís que liderar un biodrama como Imprenteros, ser la que cuenta esa historia y lleva sus hermanos a escena, es algo que te habilitó el movimiento feminista después de Ni Una Menos?
--Sin duda yo hago la obra enmarcada en un movimiento feminista, pero no lo sabía en ese momento. Me gusta destacar los espacios, las instituciones que dan lugar a la investigación cuando no hay nada, porque yo no tenía nada. Maruja tiene una visión muy interesante del espacio cultural y me conocía, pero ella también apostó. Ella me insistió mucho. Pero también el Centro Cultural Rojas apostó, y es un lugar fundamental, en este momento que algo de lo público está en riesgo, es un lugar que apuesta a artistas emergentes, que apuesta a cosas nuevas, de vanguardia. Imprenteros trenza los vínculos y los oficios, el problema afectivo que trae el dinero, los oficios artesanales en desaparición por el derrotero socio económico, y relaciones hijo-padre, hijo-madre, hermana con hermano, y así muchos cruces, más temas como el abandono, la ausencia, las enfermedades. Eso me parece que tiene que ver con el éxito de la obra y sin duda con una habilitación militante.
¿Por qué Imprenteros se convirtió también en un libro?
--La historia arranca con un final, que es la muerte de un padre y el cierre de un taller, pero ese final abre un montón de cosas. Como el cierre del taller nos impide acceder a sus máquinas, pareciera que imprimir era el objetivo obvio, pero yo pensaba mi hermano no es actor, yo no sé si el va a querer hacer cien funciones. Por ahí venía un día y me decía ya está. Finalmente cada uno encontró su lugar, es un equipazo, se trabaja muy bien y fuimos afinando cómo trabajar. Ya no más todos cargando pallets a las tres de la mañana: se fueron afinando esas cosas, y a todos y a todas nos devolvió algo muy fuerte. Me parecía bueno que quedara impreso. El libro tiene mucho trabajo, sobre todo fotográfico pero también de texto y de los tres. Hacer una buena reedición de calidad era pertinente. Cuando nos encontramos con Gabriela Halac de Documenta Escénica y ella nos propone trabajar sobre la fotografía de otro modo, sobre los textos de otro modo, y ella también tiene dos hermanos y se dedican a imprimir, en este caso libros, me cerró todo. Y terminó siendo un libro que se imprime en la imprenta donde trabaja Sergio, donde él es el jefe de impresión de su propio libro, y volvemos a imprimir nuestra propia historia. Como una especie de mamushka estallada, o papushka.
¿Y tu otro hermano, Federico, el que no está en escena?
--El empezó a trabajar en el grupo, así que también tiene una función en el equipo y encontró un lugar. Se dio naturalmente. Una vez me dijo mi resistencia te vino bien, y es verdad porque en el momento de su aparición, que está filmada, hay algo que se renueva en la obra. Lo que aprendí con el teatro es a abrir la percepción. Una de las cosas que me maravilló de las primeras clases que tomé es la sensación de poder estar en otro plano, en otra frecuencia, en este mismo mundo estar en otro mundo. Poder decir las cosas de otro modo, percibir de otro modo. Entender que lo incorrecto, lo incómodo, el error, la pavada, la torpeza, en la escena es riqueza y nutrición. Alguien que trastabilla, alguien que furcea, alguien que dice una palabras diferente, está habilitado en el teatro, tiene lugar en la escena, y eso siempre me maravilló.
El teatro está convocando mucha gente post pandemia, ¿por qué? ¿Hay algo de habitar estos otros mundos mágicos?
--El teatro hace esa operación, y hay una acumulación y un rebote de expansión de nuestro mapa escénico acá en Argentina. Este es un pais que tiene esta cosa inesperada de que a pesar de todos los problemas que tenemos hay una militancia, una dedicación por el teatro, por las artes escénicas, por el hecho vivo, que es impresionante. Tenemos un acervo de obras muy increíbles.
¿Cómo surgió Precoz, la adaptación de la novela de Ariana Harwicz que dirigís en Dumont4040 con Valeria Lois y Tomás Wicz?
--Nos llegó la propuesta a Valeria y a mí, primero lo vi difícil, casi como un síntoma me cuestan los principios. Me parecía una novela difícil de adaptar pero también me parecía una oportunidad. Lo difícil me atrae. Honestamente estuve muchas veces muy cerca del no. No sabía si yo era la persona que podía trabajar ese material. Nos pusimos a probar con algunas escenas, y apenas probamos algo se encendió. Me entusiasmé, y fue un viaje, como cada obra. Precoz tuvo que transitar la espera de la pandemia, entonces se establecieron relaciones muy profundas en el equipo. Es una obra que tiene dos etapas grandes, con una primera actriz que fue Julieta Díaz y después volvió Valeria, que era la actriz del primer momento del proyecto. La prosa de Ariana es muy poética y necesitábamos actrices que tuvieran algo con la oralidad, que tuvieran una belleza perturbadora. Eso lo cumplía Julieta y ahora también Vale. Y después Tomás Wicz, que siempre fue el actor que encarnó al hijo, ese hijo disruptivo y a la vez el hijo ideal. Es un proyecto que a mí me enseñó un montón. Juan Ignacio Fernández adaptó el texto en el espacio de ensayo, con mucha intervención desde el cuerpo actoral y mía también. La obra se cuenta con sus cuerpos así que es una obra de mucha exposición y eso para mí fue una presión en un principio y después una felicidad.
¿Dónde están esa madre y ese hijo?
–Para mí están en un no lugar, un lugar ficcional. Son márgenes, son lugares no habitados, lugares de paso. Y la obra es un espacio emocional también, no es mi interés que eso se lea explícitamente. Armamos un espacio que todo el tiempo habla de estos laterales urbanos, lugares de tránsito, debajo de puentes, autopistas, descampados. Y cuando hay un interior es frío. Por eso se hace donde se hace, en un galpón donde se pueden ver vigas, paredes de cemento, pisos trasheados. Ellos están en un limbo emocional e intentan salvarse. Ambos son materiales que hablan de lo filial, de otro modo, pero ambos hablan del amor filial.
¿Qué es Club Paraíso, otro proyecto en el que estás involucrada?
--Nos juntábamos en pandemia a pensar qué cosas podíamos hacer para cambiar nuestra situación con un grupo de dramaturgas/os, en un zoom todos los martes, y después fuimos agregando gente. Al principio éramos 12 y por mucho tiempo no sabíamos bien qué forma iba a tomar ese encuentro. Por mucho tiempo pensábamos que eran solo conversaciones, y después siempre había algo que volvía a reflotar la situación. Nos inspiramos en los clubes de literatura, que generan una comunidad interesada en una disciplina y decidimos hacer eso: que la gente se sume pagando una cuota posible a través de la cual tener acceso a experiencias, charlas, cursos, obras, etc. Y ya tenemos 500 personas asociadas, pasaron cosas alucinantes en ese espacio.
¿Cuál es tu inspiración cuando actuás?
--Mi mamá, por sus modos, su origen. Ella es formoseña, vivía en un pueblo del centro de la provincia y vivió mucho tiempo en una chacra que tenía una laguna. Jugaba con yacarés, otra vida. Ella vino a los 18, estuvo un tiempo, se fue y después volvió. Conoció a mi papá a los 33. Era modista y eso también aparece en Imprenteros.
¿Qué sentís ante el crecimiento de las derechas que planifican achicar la cultura?
--La confianza en estos lugares de trabajo como espacios de resistencia. La gente que hace teatro va a seguir haciendo teatro, como se ha hecho en las peores circunstancias, con bombas, con prohibiciones, con todos los obstáculos. Las personas que amamos el teatro no podemos dejar de hacerlo así que más allá de la preocupación obvia, sabemos que vamos a seguir ahí.
Funciones de Imprenteros
Viernes 15, 20 horas y sábado 16, doble función, 20 y 22 horas, Centro Cultural Rojas.
Viernes 22, 20 horas, Fundación Gutenberg.
Sábado 30, 21 horas, Teatro Municipal Roma, Avellaneda, Pcia de Bs As. Diciembre 15, 16 y 17 en el Teatro Picadero.
Precoz se presenta los jueves y viernes a las 20 horas en Dumont4040.