Osamu Tezuka es conocido en todo el mundo como el manga no kamisama, el Dios del manga, básicamente, por ser el responsable de creaciones como Astroboy o Kimba, además de establecer un estilo dinámico, expresivo, que se acomodaba a historias de aventuras pensadas para el público lector de shonen, nombre con el que se conocen a las historietas japonesas o mangas para un público masculino joven. Su hito más importante en este tipo de historietas es, sin dudas, Black Jack, surgido en la segunda mitad de los 70 y con un tono que lograba atraer a lectores pequeños y adultos por lo denso de algunos de sus temas. Ese rango artístico de Tezuka se vería confirmado con una de sus obras más trascendentes, un gekiga (historia dramática) conocido con un nombre que hasta el día de hoy sigue causando impacto al verlo en la vidriera: Adolf. Una obra que sintetiza el complejo abanico de géneros y el rigor en la construcción de cualquier historia por parte de Tezuka, manga que por primera vez se edita localmente, en una versión de cinco tomos de bolsillo (de los cuales ya han salido tres) que recopilan los capítulos de una historia que empieza en 1936 y termina en la década del ’80. Es decir, casi en el mismo momento en que esta obra se publica en la revista de investigación periodística y de agenda progresista contestataria Shukan Bunshun, que hasta el día de hoy es uno de los medios más influyentes de Japón. Una historia que empieza con un misterio y termina como una declaración en contra de toda violencia política y racial. Para muchos, la obra cúlmine de Tezuka. Para otros, la mejor manera de entrar en el mundo de uno de los artistas más importantes del siglo XX.
Comienza en los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936, con un periodista japonés, Sohei Toge, encargado de cubrir el evento para uno de los medios de su país. Pero, en el agitado clima celebratorio del ascenso del Führer, Toge recibe un llamado telefónico de parte de su hermano, Isao, quien busca contactarlo desesperadamente. Sohei accede al encuentro, pero llega tarde a la cita: halla, sí, la habitación de su hermano, en el séptimo piso de un edificio, revuelta, desordenada, como si una o varias personas lo hubiesen revisado de una punta a la otra... y a Isao muerto, colgado de las ramas de un árbol de la calle. La trama que esta muerte da comienzo no hace más que ir complicándose para dejar de ser una historia de misterio y empezar a convertirse en un complejo relato dramático de época: por varias vías que empiezan a conectar a todos los personajes de este gekiga, el foco se traslada de Alemania a Japón, en donde dos chicos se hacen amigos apostando por ver cuál de cada una de sus madres hace las mejores piezas de pastelería.
Uno de esos niños tiene problemas para sociabilizar, parece un tanto más tímido y apocado, con un corazón mucho más sensible. El otro, un tanto más aguerrido, demuestra cierta nobleza y busca ser tratado no como un niñito blanco en la escuela que comparte con sus compañeros japoneses, sino como uno más. Lo que ambos tienen en común, aparte de provenir de familias occidentales radicadas en el mundo nipón, es el nombre: Adolf. Kaufmann, el Adolf más sensible, proviene de una familia vinculada al nazismo, con un padre que realiza tareas diplomáticas para la Alemania del Führer y que espera que su hijo se forme pronto dentro de las juventudes hitlerianas para convertirse en un alto mando del partido. El otro Adolf, Kamil, es un chico judío que verá cómo lentamente los horrores del nazismo comienzan a cercar a su familia pastelera. Este manga no sólo es la historia detrás del secreto que llevó a la muerte a Isao Toge y que, de ser descubierto, cambiaría para siempre la historia de la Segunda Guerra Mundial, sino que también es un drama que muestra cómo dos jóvenes con el mismo, resonante nombre, pasan de ser amigos a convertirse en enemigos mortales.
Adorufu ni Tsugu, tal su título original, aunque también publicado como Message to Adolf (algo que se explica por el final del manga) o también como La historia de los tres Adolf en Francia e Italia, es un complejo tejido de historias que van armando un impresionante tapiz narrativo que cubre todo el siglo XX, hasta el punto de que el conflicto entre los dos Adolf que se conocieron en Japón termina en el enfrentamiento entre Israel y Palestina de comienzos de la década del ’60, y tiene su consecuencia final a comienzos de los ’80. Osamu Tezuka arma en este minucioso rompecabezas una declaración en contra de las guerras en general. De ahí que Adolf Kamil, en un momento, víctima de la persecución, se convierta luego en victimario cuando forme parte de las fuerzas israelíes que matan sin miramientos a familias palestinas en un punto álgido de la incesante lucha entre estas dos naciones.
Kaufmann. Kamil. Hitler: los tres Adolf de este manga funcionan como puntos de atracción, provocando que todos los demás personajes y hechos orbiten a su alrededor, conectándose así con otras historias, abriendo pasajes cada vez más densos en los lápices y las plumas de un Osamu Tezuka entrando en la última década de su vida, el cual combina estrategias del dibujo narrativo que tienen tanto del shonen (por el carácter dinámico y expresivo del trazo) con el realismo ascético esperable del gekiga, llegando hasta puntos insuperables del trabajo de documentación visual por parte del manga no kamisama.
Aparecido entre 1982 y 1985 en Shukan Bunshun, su equivalente en el mismo medio, pero de otra tradición, es sin dudas Maus de Art Spiegelman, cuyo primer volumen recopilatorio apareció un año después de terminado Adolf, en 1986. Pero mientras que Maus va desde el presente en busca de darle un sentido al pasado en el complejo diálogo de un hijo artista con un padre cascarrabias, sobreviviente del Holocausto; Adolf es un relato en presente que incumbe a varios personajes y termina por desplegarse más allá de un único punto de vista, con varios protagonistas y hasta “sub-protagonistas” de pequeñas historias que se engarzan a las, por lo menos, dos tramas más grandes que hemos mencionado. Como si Tezuka, en uno de sus muchos picos creativos, explorase en un manga hasta dónde puede llegar el odio del ser humano. Y cómo, al menos, en el siglo XX, se ha hecho política con eso.