Febrero de 2019 fue el año de la catástrofe para Ryan Adams. No estaba en uno de los mejores momentos de su carrera tampoco, es cierto: en 2000, después de desarmar la excelente banda Whiskeytwon, lanzó Heartbreaker, un debut fabuloso de country y rock sureño, y al año siguiente hizo el crossover a lo masivo con Gold, un disco enorme y ambicioso, con una tapa muy al estilo de Born In The U.S.A de Bruce Springsteen y canciones fabulosas como la eufórica “New York, New York”, la tristísima “La Cienega Just Smiled” y la favorita de Stephen King “When the Stars Go Blue”, una de las inspiraciones para su novela La historia de Lisey.
Nacido en Carolina del Norte, abandonado por su padre de niño, desde chico fue arisco con los medios,con los músicos, con todo el mundo. En Heartbreaker aunque estaba claramente influenciado por Gram Parsons (no es casual que haya dúos con Emmylou Harris, la compañera de Gram) se negó a aceptar que hacía country –cierto, no es lo único que hace en absoluto-- y después con Gold también se negó a hacer prensa por medios tradicionales como entrevistas en radio y shows pequeños y prefirió tocar y grabar más. Como al disco le fue muy bien, la discográfica no lo dejó elegir su siguiente lanzamiento: había grabado The Suicide Handbook, que fue considerado “demasiado triste” (quiere decir “manual para el suicidio”) y reuniendo varias grabaciones se editó Demolition en 2002, que igual es super melancólico y tiene clásicos como “Dear Chicago”, “Desire” o “She Wants to Play Hearts”.
A partir de este momento seguir en detalle la carrera de Ryan Adams no tenía mayor sentido salvo para fans intensos porque entró en modo ultra prolífico, con grabaciones encontradas, cambios de estilo en lanzamientos dobles como Rock’n’Roll (rockero) y Love is Hell (indie-folk): en estos discos su estatus como rey del indie y la música americana alternativa estaba clarísimo: su novia era Parker Posey –participa en grabaciones -- y colaboraron en ambos Melissa Auf der Maur (ex Smashing Pumpkins y Hole), Billie Joe Armstrong de Green Day, Marianne Faithfull y Fabrizio Moretti de The Strokes (romance que duró poco porque los neoyorquinos detestan a Ryan --el abuso de sustancias tiene mucho que ver--). Love is Hell traía su gran versión de “Wonderwall” de Oasis y tantos extended play y temas extra para diferentes países que se empieza a perder el hilo. Retomado, sin embargo, por la formación de una nueva banda, Ryan Adams & The Cardinals. En el 2005 sacó dos discos con ellos: Cold Roses y Jacksonville City Nights. Más hermosas canciones en ambos, geniales canciones de hecho: “Now That You’re Gone”, “Hard Way To Fall” o “Dear John” con Norah Jones. Mientras tanto él seguía intratable, arrogante, posando de genio: era simpático hasta que dejaba de serlo y siempre las canciones lo arropaban, en las canciones era otra persona, menos fatua, delicada, incluso como rockero petulante cuando su música se acercaba al punk o en las grandezas calurosas del rock sureño de The Cardinals. Ese mismo año también sacó un disco solista con una tapa ilustrada por él mismo, el muy triste 29, un poco Neil Young, un poco The Replacements y canciones perfectas como “Blue Sky Blues”.
A esta altura tenía una colección de anécdotas malhumoradas. En 2002, en un show en Nashville con Gillian Welch estaba tocando “Summer of ‘69” de Bryan Adams, el músico canadiense hiper famoso con quien se lo suele confundir, y un tipo del público gritaba y gritaba. Conclusión: se bajó del escenario y le dio 20 dólares para que se tomara un taxi y a casa. También se peleó con Jack White, menos sulfúrico que él, y mucho más semidiós. En 2004 se cayó del escenario y se rompió una muñeca. Salió con Winona Ryder y lo hizo demasiado público, como si quisiera entrar en la larga lista de celebridades cool que compartieron besos con la reina indie. Se peleó con el crítico Jim De Rogatis por una mala reseña de uno de sus shows y el contenido se hizo público: las quejas ante un periodista siempre suenan vergonzosas. También llamó por teléfono a Amanda Petrusich, otra periodista, pero ella fue menos cruel y no lo grabó, hasta dijo entender que leer malas críticas puede ser tomado como personal.
A esta altura, ya la prensa no hablaba de él como una estrella o siquiera como alguien prometedor. La prensa o se fascina con las pataletas o las arroja al estereotipo. Y Adams, quizá también porque muchas de sus fans eran mujeres, rápidamente descendió al infierno de los densos e intensos. Hubo discos muy lindos: Easy Tiger de 2007 y la gran “Two”, un largo descanso debido a la enfermedad de Ménière's, que causa tinnitus y vértigo (y puede causar pérdida de audición), la separación de The Cardinals en 2009, el casamiento con la estrella pop y actriz Mandy Moore (famosa por la serie This Is Us) y un regreso tibio en 2011 con Ashes & Fire (Norah Jones en piano).
Quizá el principio del verdadero descenso a los infiernos fue un disco malentendido: su versión de 1989 de Taylor Swift. Como casi todo terrícola sabe, el disco de la imparable e inescrutable super estrella es pop eléctrico impecable. Adams lo llevó al piano, a lo acústico, al folk, al rock. Y fue tomado como un mansplaining, como si tuviese que venir el varón a demostrar lo bien escrito que está ese disco (que, por supuesto, es un gran disco). El gesto se consideró snob y también una manera de tratar de robar un poquito de la luz de Taylor. Incluso hizo una nota con ella, que parece halagada (pero con Taylor nunca se sabe, al menos en ese entonces aún era muy difícil de leer).
Y poco después, la catástrofe.
Menos de dos años después del caso Harvey Weinstein y el movimiento #MeToo, los periodistas del New York Times Joe Coscarelli y Melena Ryzik investigaron acusaciones contra Ryan Adams de una docena de fuentes que incluían a su ex esposa Mandy Moore y a su ex novia Phoebe Bridgers. Eran siete mujeres en total. Todas decían que era inestable, obsesivo, tiránico, manipulador. Que las halagaba y les conseguía shows o exposición para que luego les pagara con sexo. Que las amenazaba con el suicidio si lo dejaban. Mandy Moore dijo que no sólo la maltrataba, sino que trató de bloquear su carrera cuando se separaron (esto es raro porque ella logró estar en una serie super exitosa, pero se refería más a lo musical). Phoebe Bridgers denunció su continuo abuso de poder, contó una escena desagradable en la que él se le apareció desnudo en la habitación de hotel cuando ya habían roto y como después le canceló el contrato como artista soporte cuando dejó de ser su pareja (su pareja mucho menor de edad que él, hay que apuntar). Sobre todo por la acusación más grave: una chica menor de edad dijo que tenía más de tres mil mensajes entre videos, textos y llamadas en las que él se exponía sexualmente y le ponía apodos a partes del cuerpo de ella. Karen Elson, música, modelo y ex esposa de Jack White también dijo que había tenido un mal momento con Adams. Uno de sus mejores amigos le pidió que buscara ayuda. Los periodistas dijeron que el artículo iba en la dirección a dirigir la mirada hacia el mundo de la música, que era igual de brutal con las mujeres que Hollywood.
Adams negó de plano la relación con la menor de edad, pero respecto a las otras acusaciones no fue tajante. Escribió una carta abierta al Daily Mail reconociendo sus problemas, el abuso de sus sustancias por ejemplo. Afirmaba que había tratado mal a mucha gente, que estaba buscando ayuda profesional. “Sé que una disculpa mía no será aceptada por los que lastimé. Lo entiendo y también entiendo que no hay vuelta atrás”. El caso de abuso a una menor fue investigado por el escuadrón dedicado a minoridad del FBI. No encontraron evidencia y cerraron el caso sin cargos hacia Ryan. La chica que habló con el Times reconoció, cuando se la llamó a declarar, que había mentido sobre su edad a la prensa. Mandy Moore dijo que la disculpa le parecía curiosa porque nunca le pidió perdón durante su relación tóxica. Phoebe dijo que “es necesaria una conversación sobre el privilegio”. La falta de pruebas y el reconocimiento de la acusadora sobre su mayoría de edad no fueron reportados con los mismos decibeles y mientras Ryan daba notas que los involucrados consideraban “insuficientes”. Él cerró sus redes sociales –que siempre había usado mucho y en diferentes estados mentales-- y cuando la abrió, después de que se retiró la acusación penal, apareció diciendo que estaba en bancarrota, que vivía con su hermana, que no podía conseguir trabajo. Parecía acabado. Pero no lo estaba.
Su comportamiento, no sólo con las mujeres, le costó un contrato discográfico, la salida de varios discos y merma en ingresos. Estuvo cancelado de verdad. Pero no duró mucho. Entre 2020 y 2022 sacó ocho discos, incluyendo atrevidas versiones de Nebraska de Bruce Springsteen y Blood on the Tracks de Bob Dylan –regrabaciones más que versiones--. Y empezó tímidamente a salir de gira. La reacción fue inmediata. Todos los shows se agotaban. También salió de gira por Europa. En Manchester, por ejemplo, donde tocó una versión devastadora de “Don’t Look Back in Anger” de Oasis, tuvo recibimiento de héroe. Si había que elegir entre la obra y el artista, de pronto estaba claro. Y muchas de las mujeres en los shows sencillamente recordaban sus canciones de los 2000 con nostalgia. Y también se agregaban fans nuevos. Este regreso casi no contó con el periodismo, que no solo lo reseñó poco, sino que ni siquiera era invitado. Ahora esos vivos quedan registrados en Return to Carnegie Hall, un disco en vivo en principio doble, aunque también hay un boxset de cuatro vinilos producidos por Don Was. Salió hace tres semanas y en su neurótico Instagram (sube y borra cosas todo el tiempo) Adams escribe: "En vivo en Nueva York, mi hogar espiritual, mi amor perdido y mi más amado lugar para tocar, el Carnegie Hall. Estoy orgulloso de este disco. Gracias a Don Was por estar ahí y por llevarme adonde pertenecía. A Mike Hayes que agarró a una persona rota y me sacó el polvo y me arregló las alas y me mandó a este viaje. Y más importante a ustedes, toda la gente que se quedó conmigo, que me dio la mano en la oscuridad y a los que viajaron a verme regresar a esta tarea para la que nací”.
El disco, que está en Spotify y otras plataformas, es una delicada belleza. Solo Adams, su guitarra, la tristeza de esas canciones escritas por una persona que no es perfecta y quizá por eso suenan tan reales. La más obvia es la primera: “Oh My Sweet Carolina”, quizá la mejor canción de su disco debut solista, aquí sin Emmylou. Pero hay pequeños descubrimientos como “Dirty Rain”, un diamante de Ashes & Fire que merecía más atención. “Chris”, para su hermano del disco Chris, 2022): se la dedica además diciendo que es ahí (no sabemos si Carnegie Hall o Nueva York) donde lo vio la última vez. “Donde sea que estés, Chris, seguimos cantando juntos, no llores. No te perdiste mucho, todos nuestros amigos están hechos unos tontos y se pusieron gordos”. También “Romeo & Juliet”, del disco del mismo nombre de 2022, tan bien escrita: “Encendió un cigarrillo y pareció que su pelo estaba lleno de fuego”. Hay chistes, claro. Hay canciones amadas como “New York, New York”, “Come Pick Me Up” y “Desire” y un cover increíble de “The Wizard” de Black Sabbath.
En octubre sigue de gira con los reformados The Cardinals por Estados Unidos y en enero va con su show solista a Australia y Nueva Zelanda. Al mismo tiempo, regrabó Morning Glory?, de Oasis. La versión de “Some Might Say” es maravillosa. Estos días no habla mucho, salvo sobre el escenario donde intercala reírse de si mismo con rezongos, pero a principios de septiembre hizo un post en Instagram que decía: “Quiero dar las gracias por mi sobriedad hoy. Si esto no les interesa, pasen de largo. Perdí muchos amigos por la adicción, el alcoholismo y la depresión. Mi trabajo es poner esa depresión en palabras y hacer algo hermoso. Y lo intento, por ustedes y por mi. Perdí a mi hermano por estas cosas y casi pierdo mi vida, pero estoy contento de estar acá, aunque extraño a mucha gente”.
Y el post sigue y se va por las ramas porque nunca supo callarse, y por eso puede sacar cinco discos en un año. También por eso, quizá, porque las canciones son mejores que él y más potentes y más interesantes que él, es tan enorme la felicidad de escuchar Return to Carnegie Hall.