El liberalismo argentino, tanto en sus variantes más conservadoras o progresistas, recurren una y otra vez al empleo de muletillas para explicar la realidad económica argentina. Una de ellas, tal vez la preferida, es afirmar que la causa principal de la decadencia de la sociedad argentina fue haber abandonado el “sendero virtuoso” de desarrollo y prosperidad que marcaron las elites dirigentes de fines del siglo XIX para tomar, en cambio, el errado camino del intervencionismo estatal y, sobre todo, de esa opaca idea que denominan “populismo económico”.
La evidencia que sostienen los liberales pretende ser irrefutable: en la década de 1890 y hasta 1914 se consideraba a Argentina uno de los países más ricos del mundo en términos de Producto Bruto Interno per cápita (PBI per cápita). También sostienen que en algunos de esos años, el PBI per cápita fue superior al de los EEUU, Francia o Alemania mientras que, en la actualidad, el país ocupa el puesto 62 en el ranking elaborado anualmente por el Banco Mundial.
La duda principal que surge ante esta afirmación es acerca de la metodología empleada para calcular el PBI per cápita de distintos países hacia fines del siglo XIX. ¿De dónde provienen los datos empleados? ¿ Quién los clasificó y procesó? ¿Cuáles son los márgenes de error que podrían contemplar? ¿ Cómo se compatibilizaron procedimientos estadísticos tan heterogéneos? Los liberales vernáculos repiten la muletilla como si se tratara de un dogma, aunque ignoran las respuestas a todas estas preguntas, comenzando por desconocer quién fue Angus Maddison.
El índice Maddison
Maddison fue un economista británico formado en Cambridge que se especializó en medir procesos históricos de crecimiento y desarrollo económico. Entre 1953 y 1971, trabajó en estos temas para la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Algunos años más tarde, siendo ya un reconocido experto en cuentas nacionales, lo contrató la Universidad de Groninga (Países Bajos) y allí pudo llevar a cabo su principal proyecto: el cálculo de PBI per cápita a nivel mundial y en series históricas largas.
En 2004, la OCDE publicó su obra más importante, “The World Economy: Historical Statistics”, que compila todas sus investigaciones y los resultados obtenidos. Maddison falleció en 2010 pero el Centro de Crecimiento y Desarrollo de la Universidad de Groninga (GGDC) continúa hasta hoy con su labor econométrica.
Las estimaciones de Maddison señalan que durante el período 1895-1914, la Argentina ocupó entre el séptimo y décimo lugar de los países con mayor PBI per cápita, aventajando a Francia y Alemania. En valores constantes de 2011, el PBI per cápitaargentino varió de 5384 dólares en el año 1895 a 5263 dólares en 1914. Sin poner en duda la precisión de los cálculos de Maddison, como sí lo han hecho algunos economistas argentinos con argumentos atendibles, surgen de todos modos algunas observaciones interesantes.
Según estos cálculos, Argentina nunca ocupó el primer lugar de los países con el PBI per cápita más alto. Esa posición, al menos entre 1895 y 1955, le correspondió a Estados Unidos que, a partir de este año, fue desplazado del podio por otras economías emergentes de la época como Kuwait, Qatar y algunos de los actuales emiratos árabes.
Del mismo modo, las series de Maddison muestran que durante la primera mitad del siglo pasado, las ex-colonias británicas más importantes -Australia, Nueva Zelanda y Canadá- ocuparon mejores posiciones que la Argentina e, incluso, que Alemania y Francia. Por supuesto, hay más una explicación para esta curiosa evidencia.
En los cálculos econométricos y de cuentas nacionales, el producto per cápita es un indicador que relaciona dos variables distintas, el PBI y la población, de modo que cualquier variación registrada en una de ellas altera el resultado final del indicador.
Así, por ejemplo, si el PBI de un país permanece constante pero la población decrece, el PBI per cápita aumentará de todos modos. Si el incremento acumulado de la población resulta mayor que el aumento del producto, el PBI per cápita presentará una disminución.
Tomando de punta a punta el período 1900-1950 se observa, por ejemplo, que en Australia el PBI creció más de un 300 por ciento mientras que su población aumentó solo el 121 por ciento. En el caso de Alemania y Francia sucedió algo similar en cuanto a la población, pero por causas bien diferentes: las dos guerras mundiales en que se vieron involucrados destruyeron sus economías y sus poblaciones, circunstancias que no afectaron a países que se mantuvieron neutrales.
Las estadísticas elaboradas por Maddison muestran, además, curiosos fenómenos de la economía, algunos de expansión y otros de estancamiento. Entre 1900 y 1950 el PBI estadounidense creció en términos netos un 366 por ciento mientras que su población sólo aumentó 99 por ciento. La economía británica, en cambio, creció durante ese medio siglo un 88 por ciento -a un promedio de 1,4 por ciento anual- mientras que su población aumentó apenas el 22 por ciento. En este caso, pese a que el producto per cápita se incrementó, la dinámica de crecimiento británica se desaceleró respecto de la de otras potencias de la época.
En cuanto a la Argentina, la tasa promedio de crecimiento económico durante la primera mitad del siglo XX fue del 2 por ciento anual mientras que su población aumentó a un ritmo de 5 por ciento anual. Por la explicación anterior, esta asimetría entre crecimiento económico y demográfico dio como resultado una caída del indicador analizado.
Una época no tan dorada
A simple vista, el ranking de Maddison muestra que Argentina fue efectivamente desplazado por otros países en el ranking. Sin embargo la evidencia que los liberales ignoran -o que pretenden hacerlo- es que, desde el fin de la Primera Guerra Mundial en adelante, el PBI per cápita argentino fue mayormente creciente hasta el año 2018: solo en 26 de los 119 años registrados en la serie estadística, el PBI argentino presentó una variación interanual negativa y entre 1900 y 2018 se cuadriplicó.
Los liberales también ignoran que la venerada generación conservadora que llevó al país a los primeros lugares de la economía mundial, le entregó el gobierno a Yrigoyen en 1916 con un producto per cápita que era 15 por ciento menor al de 1895, considerado como el “año dorado” de la Argentina agroexportadora. De modo que el orden conservador que creó el crecimiento argentino, no supo conservarlo.
En estos días de agitada campaña presidencial se escuchan las diatribas de ciertos políticos y hombres de negocios contra una dirigencia política a la que acusan de corrupta y demagógica, responsabilizándola de todas las causas que llevaron a la Argentina a su decadencia. Se escuchan, también, renovadas invocaciones a recuperar la “grandeza económica” que el país perdió. Y es allí cuando vuelve a escena esta vieja muletilla.
En la reciente reunión del Council of Americas, el presidente de la Cámara Argentina de Comercio Natalio Grinman apeló en un pasaje de su discurso a “retomar el rumbo de aquella Argentina de finales del siglo XIX, principios del siglo XX, con las ideas impulsadas por Alberdi y ‘paz y administración’ de la generación del 80, un período signado por la transformación y el progreso, que posicionaron a la Argentina entre los primeros países del mundo en términos del PBI”.
En línea con Grinman, Javier Milei también suele referirse en sus discursos y apariciones públicas a aquella época dorada de la Argentina, cuando “era el país más rico del mundo y hoy está en el puesto 140 al tipo de cambio paralelo”, como publicó recientemente en su cuenta de twitter.
Lo que desconocen Grinman, Milei y otras voces del liberalismo económico vernáculo -ignorantes de Maddison y de sus estimaciones econométricas- es que la serie elaborada por el economista británico y continuada luego de su muerte por la universidad neerlandesa muestra que, en valores constantes, el mejor registro de PBI per cápita que tuvo la Argentina desde el año 1900 a la fecha le correspondió al año 2011, durante el apogeo del populismo kirchnerista. Un período político que los liberales no se cansan de anatemizar.
* Politólogo y doctorando en ciencias sociales (UBA). Director de Quid.