no me acuerdo de mucho Leo. Estuve en una guerra”, escribe Raúl Prada cuando acepta contar que es otro de los jugadores de fútbol que estuvo en Malvinas. “En 1978, cuando Laferrere se afilia a la AFA, yo empecé a jugar en la reserva, no me acuerdo mucho, pero sí que teníamos un equipazo y una vez le hicimos como 21 goles en un partido de reserva”, relata.
Prada al que en el barrio le decían Galga. Ese dato pertenece al 10 de mayo de 1980 cuando Laferrere le ganó 11 a 0 a Belgrano, en la primera D, y el propio Prada fue parte de aquel momento récord para la categoría. “Pero vino la guerra y ahí se fue todo al diablo, por suerte volví y tengo una buena vida, pero todavía sueño con las bombas”, confiesa.
Prada estaba durmiendo el Jueves Santo de 1982, cuando la madre lo despertó a las 5 de la mañana para decirle que un militar estaba en la puerta de su casa. “A mí me habían dado la baja, ni pensé que me estaban buscando para ir a la guerra, no entendía nada y cuando me mostraron la cédula, mi vieja no paraba de llorar. A los dos días estábamos en Puerto Argentino, una locura”, rememora con la misma incredulidad de aquellos años cuando sus planes eran volver a entrenarse con Laferrere y disfrutar de su noviazgo recién iniciado.
La Compañía de Ingeniería Mecánica 10 de Pablo Podesta, se convirtió en la segunda línea de defensa de Puerto Argentino. Unos 400 soldados fueron a dar a una montaña donde pasaban una semana sin bajar y arreglándose como podían. “Había que hacer pozos para trincheras, pero metías la pala y enseguida aparecía el agua, así que nos teníamos que esconder tras las piedras todo el día y de noche, cuando empezaban las bombas que tiraban desde la costa, sólo esperábamos que no cayeran donde estábamos nosotros. A veces pasaban aviones y recuerdo que una ráfaga de balas degolló a un compañero que no llegó a tirarse al piso”, dice mientras admite el terror de saber que te podías morir en cualquier momento.
Prada no tenía en sus planes regresar porque veía su futuro jugando a la pelota en Laferrere y lo dice de una manera que impacta: “Yo lo único que quería era poder volver para seguir viviendo ¡Qué iba a pensar en jugar a la pelota! Encima teníamos unas armas que tiraban un tiro y no servían más, se doblaba el caño”.
La “Galga” estuvo dos meses ahí arriba y entre el frío, el agua y el barro le agarró una enfermedad conocida como pie de trinchera. “Se te ponía toda la piel negra como con gangrena y los últimos días no podíamos caminar, por eso al final quedamos 4 compañeros solos ahí arriba y una noche empezamos a escuchar a los soldados ingleses que venían como riéndose y escuchando música. Ahí me olvidé del dolor y creo que bajamos la montaña arrastrando las piernas. Fue unos días antes de la rendición, además era mi cumpleaños ¡Mirá si no me voy acordar!”.
La voz se le entrecorta, se ahoga entre recuerdos. “Ya en el pueblo, nos meten en un hospital de campaña y el médico me mira y me dice ‘eso hay que operarlo’, nosotros sabíamos que eso significaba que te cortaban los dedos o el pie por la gangrena. Entonces, esa noche me acuerdo que me empecé a sacar la piel solo con los dedos, toda una costra negra, yo quería volver sano, por suerte eso me salvó y no me operaron, pero a mi compañero le tuvieron que cortar casi todos los dedos”.
Prada estuvo casi 2 meses entre hospital y hospital, hasta que le dieron la baja y volvió a su casa. “Cuando volvimos nos escondieron y arréglate como puedas, nadie se ocupó de nosotros y hubo que luchar mucho para que tengamos una pensión, una obra social, pasaron muchos años y varios quedaron en el camino. Hasta hoy hay veteranos que la pasan muy mal, por suerte yo volví, me puse de novio, tuve que ir a la fábrica a trabajar y encima me decían pata de palo. Nadie supo bien que pasó en Malvinas y lo mal que la pasamos”, reclama y se queja sin odio ni bronca, el jugador de Laferrere que luego volvería a ponerse la camiseta.
Después de aquella tortura y mientras tenía que trabajar porque había que mantenerse, se le dio por volver al club que por esos tiempos ya había hecho méritos para ascender. “Al principio volví a jugar en reserva un tiempo largo, hasta que tuve que parar porque había que trabajar y en la fábrica me cambiaron el turno. Pero me pude dar el gusto de estar en 1986 cuando el equipo ascendió de la C a la B. Jugué gran parte de la primera etapa, (13 partidos y 3 goles), me acuerdo un gol que le hice a Sarmiento en un 2-2, en Junín. Al final me lesioné la rodilla y no pude estar en los últimos partidos de ese campeonato”, termina contando Prada que no sólo volvió vivo de la guerra, sino que además la siguió peleando para poder ser campeón con Laferrere.
Prada sigue jugando a la pelota los fines de semana y jode con que lo van a sacar muerto de una cancha. Haberse salvado de morir en la guerra, haber vuelto bastante “sano del balero” y tener una familia, su casa y un trabajo, es motivo para disfrutar. “Yo veo algunos compañeros que la pasan mal ¿Sabés los que se quieren suicidar? Todo el tiempo se mata alguno. Los que la pasan mal, los que volvieron lastimados y siguen sufriendo… Por todo lo que pasamos y peleamos para que no nos dejen tirados como hicieron cuando volvimos de la guerra… Yo le doy para adelante. Hace poco el médico me dijo que no podía hacer fuerza por un problema en el corazón, supongo que eso es jugar a la pelota, pero yo quiero seguir jugando, es un cable a tierra, ahora entramos en un torneo de la Bancaria con el equipo de los veteranos”.
Prada se entusiasma con las historias y se multiplican los recuerdos. Y todavía hay una parte suya en las Islas, porque se le nota en el brillo de los ojos mientras muestra orgulloso las fotos de su equipo en los Juegos Olímpicos de los Veteranos de Guerra de Malvinas. Salud Galga.