Cada domingo el Patio del Indio Froilán recibe a más de tres mil personas. Desde las once de la mañana llegan familias completas que se instalan para ver los números de folklore en continuado y las últimas personas se van entrada la madrugada. También se quedan a comer: tiran carne en una de las dos parrillas públicas, calientan agua para el mate en una olla enorme o compran empanadas en una de las doce cantinas que funcionan adentro. En algún lugar del patio, cada una de esas noches se lo ve a Froilán González –el luthier de bombos legüeros más reconocido del país y cabeza detrás de este proyecto– trabajar en su próximo instrumento. Según el propio Froilán, la idea del espacio tenía que ver con revivir la tradición de los viejos patios folklóricos. “Lo que no pensábamos”, dice a 20 años de su fundación y después de más de mil domingos de folklore, “es que se iba a mantener en el tiempo”.
Son las 10 de la noche de un domingo en Santiago. En medio de su patio –lejos del escenario, sentado en una silla cerca de un árbol– Froilán trabaja y conversa. Sostiene un bombo entre las piernas, la mirada fija sobre lo que tiene entre las manos y un par de lentes que le cuelgan del borde de la nariz. Mientras que los vecinos se acomodan en las mesas, los turistas lo rodean para verlo trabajar. De a ratos alza la mirada, se acomoda los lentes y sigue. “¿Me puedo sacar una foto con usted?”, le preguntan. Y el Indio, sin soltar el bombo, asiente con la cabeza y sonríe listo para el flash. Después sigue trabajando: calienta el hierro en el brasero y lo hunde en el bombo para tallar un nombre, una frase o un dibujo. Para Froilán hacer un instrumento es como criar a un hijo: “Al bombo, como a un nene, hay que cuidarlo todos los días y acompañarlo para que mejore”. Froilán, con más de cinco décadas en el oficio, nunca hizo dos bombos iguales.
El Patio del Indio Froilán fue declarado de Interés Provincial de la Cultura en 2006 y se convirtió en una visita obligada para cualquiera que tenga la fortuna de estar un domingo en Santiago del Estero. Además de vecinos llegan turistas de todas partes: música, artesanos, comida casera y un luthier en vivo trabajando en el mismo lugar no se ve con frecuencia. El horario de llegada es al mediodía, el de salida va variando: puede terminar a las cuatro de la mañana o cuando se terminan la bebida y las empanadas. Lo que primero ocurra.
González tiene 66 años y desde hace 55 se dedica a fabricar bombos con madera de ceibo, que por su porosidad mantiene el eco del sonido como ningún otro material. Los hace por encargo y necesita al menos 20 días para hacer uno. “Habrá quien te pueda hacer 20 bombos en un día –lanza González desde su patio– pero yo no trabajo por cantidad, yo busco calidad”. Por eso, Froilán tiene bombos encargados de aquí a dos meses. Trabaja en esto cada día de su vida y tiene jornadas intensas de trabajo que empiezan a la mañana –después de alimentar a los pájaros y al caballo– y terminan cada noche cerca de las once.
Su oficio empezó por casualidad, en el río Dulce. Froilán, de 10 años, pescaba junto a su familia cuando apareció un tronco de ceibo flotando sobre el agua. Para González fue una señal. Se lo llevaron a su casa para dárselo a su tío, luthier de toda la vida. Pero su padre le propuso otra cosa: “Hagámoslo nosotros”, le dijo. El tío le prestó las gubias y así empezó. “Al poco tiempo –se acuerda– sabía poner parches de cuero y afinarlo”. Ese fue el primero de miles de legüeros que vendrían.
Los bombos lo llevaron lejos a Froilán. El luthier recorrió Europa dando talleres, uno de ellos para la BBC de Londres. En el año 2000 participó de un festival junto a Peter Gabriel y en 2001 expuso sus trabajos en Bruselas, Ámsterdam y París. Sus instrumentos fueron elegidos por el Chaqueño Palavecino, Soledad, Raly Barrionuevo, Abel Pintos y Jorge Rojas. Peteco Carabajal, amigo de Froilán y visitante frecuente del patio, escribió sobre él: “Un bombo es el corazón, de un santiagueño de ley, el Indio Froilán González, vive en el monte y es luthier”. Y también le dedicó algunas líneas a este lugar: “El patio es un gran taller con herramientas de amor, con silbos de chacareras se iniciará la construcción”. Carabajal es, de hecho, el responsable de que a Froilán lo apoden Indio, lo que responde a su habilidad para dibujar a mano alzada.
Mientras él trabaja en sus bombos, su compañera, Tere Castronuovo, recorre el patio de punta a punta para ayudar, saludar conocidos o detenerse a hablar con amigos. El espectáculo –define Tere– cada domingo es distinto. “Aquí no se viene a ver a tal o cual artista –dice el alma máter del Patio–, se viene a pasar un buen momento, a encontrarnos en las cosas más sencillas”. Por eso, ningún domingo es igual a otro.
El Patio surgió el 25 de agosto de 1997 primero como un espacio de encuentro espontáneo. Los músicos, que llegaban a retirar sus bombos, terminaban por quedarse a comer. Primero venían de a cinco, después de a diez, veinte, cincuenta. “Nos dimos cuenta de que teníamos mucho espacio y podíamos abrirlo a la comunidad, así que empezamos a invitar gente”, se acuerdo Castronuovo. Pero la convocatoria del Patio no se detuvo en el encuentro de cada domingo. El lugar fue también el espacio donde se gestó la Marcha de los Bombos, una caminata de 10 kilómetros al ritmo de del instrumento que mejor conoce Froilán que busca poner en valor la cultura popular de la provincia. La repercusión fue tal que durante 15 años se repitió de forma ininterrumpida, primero en Santiago del Estero y luego replicada 16 puntos del país y Uruguay. “Cuando uno hace un proyecto con el que la gente se siente representada, –dice Castronuovo, aún sorprendida de la magnitud del evento– la gente se moviliza, no está dormida”.
Desde que comenzó a hacerse la Marcha de los Bombos el Patio comenzó a tener otro movimiento. “Ese primer año nos dimos cuenta de que íbamos a tener que agrandar este espacio”, se acuerda la compañera de Froilán, “a pesar de la resistencia de mucha gente”. Hoy el Patio funciona como un proyecto social: tiene 12 puestos donde trabajan vecinos y miembros de la comunidad, que hacen un aporte cada domingo para pagar la limpieza del patio. La entrada es gratuita, la única ganancia es para los puesteros que trabajan, por lo que se les pide a los visitantes ingresar sin bebidas. Todo lo demás, en el patio del Indio Froilán, se autorregula: la parrilla siempre debe tener carbón (el que llega agrega más para mantenerlo encendido) y el que saca agua de la olla vuelve a cargarla. Y según Castronuovo, ese sistema funciona porque “en 20 años en el patio nunca tuvimos un solo problema”. “Vemos el patio como una forma de que nuestros jóvenes vuelvan a sus raíces, pero no de una forma estática –aclara– sino de conocer la cultura latinoamericana, tanto tiempo bajo las tensiones identitarias. Apostamos a eso, a animar a la gente a reconocerse en un pasado milenario”.