Sola y en un umbral íntimo, es donde eligió situarse la actriz Eva Ricart. Lo hizo desde una búsqueda un tanto intuitiva, entre libros y poemas, con ideas claras y la sensibilidad despierta. La búsqueda, en verdad, fue compartida, junto a Emilia Previgliano en la dirección. El resultado es Están todos perdonados, cuyas dos nuevas funciones serán mañana y el domingo próximo, a las 21, en Teatro de la Manzana (San Juan 1950).
“Estrenamos en mayo, hicimos funciones en La Manzana, estuvimos en el Museo de la Memoria, ahora estas dos funciones y luego vamos a Buenos Aires”, comenta Eva Ricart a Rosario/12. “Yo había hecho antes un monólogo y cosas cortas, de otro género, pero este unipersonal es una obra en la que nos preguntábamos ¿qué estamos haciendo? Porque tiene un manejo de tiempos diferente al de otras obras que hemos hecho, y el trabajo con la palabra es muy poético; podría decirse que la obra es también fantasmagórica”, continúa.
De acuerdo con la propuesta y su sinopsis, Están todos perdonados indaga a través de su personaje en recuerdos, vida y muertes, por medio de conversaciones personales que se trasladan al público. La experiencia ya tiene trayecto: “Nos preguntábamos qué le iba a pasar a la gente, y la recepción fue muy buena. Nos han dicho que es como ingresar a otro tiempo, y experimentar la inminencia de que va a pasar algo pero sin saber qué ni cuándo. Hay quienes han ido dos veces a verla. Es una búsqueda muy grande la que hicimos con la obra, empezamos de cero y no teníamos un tema a tratar. Tenía muchas ganas de actuar y la convoqué a Emilia para que me dirija. Esto fue en diciembre de 2021 y fue muy duro, más aún para la gente de teatro, cuando llevábamos mucho tiempo sin actuar ni juntarnos”.
Ahondar en lo que había necesidad de sentir, sin saber cuál sería el resultado, parece haber sido el lugar desde el cual Ricart y Previgliano encontraron acuerdo. En este sentido, dice la actriz: “Pienso mucho en la función primitiva del teatro, que es desde donde yo me posiciono. Es decir, no se trata de mostrarte ni que te digan qué bien que estás ni qué lindo o fantástico sos; está bueno buscar la técnica, estudiar, ser preciso y detallista, pero la función primordial del teatro es, primero, la del encuentro, la comunidad; y segundo, es la de tratar de entender esas cosas que uno no entiende, como el amor, la vida, la muerte. Desde el arte se puede generar comunidad y subjetividad; de hecho, ¿por qué seguimos haciendo teatro en salas independientes y para 40 personas?, porque tenemos la comunidad, porque hacerlo es instintivo. La obra sale de ahí”.
-¿Cuáles fueron las referencias que tuvieron en cuenta?
-A mí me gusta mucho una poeta y filósofa española, Chantal Maillard; y estuve leyendo La compasión difícil, donde escribe a partir del suicido de su hijo y habla de la imposibilidad de estar en el dolor del otro. Ahora bien, no tomé el mundo literario de Maillard, no está su texto ni hay referencia de esto, pero ahí hay todo un mundo. De igual modo leí mucho a la italiana Silvia Federici y su libro Calibán y la bruja, donde hace un estudio antropológico sobre las brujas y la cuestión política con las mujeres, una mezcla bárbara entre poseía y filosofía. Lo mismo sucedió con La piel dura, de la argentina Fernanda García Lao, una novela que me encantó. El libro es sobre una actriz, con humor negro y sumamente gracioso. Tomamos una sola frase de la novela, y desde allí empezamos a generar escenas. Pero la obra se fue para otro lado, fue un tetris de todas estas referencias. Como también me pasó con el texto Hilos, de Maillard; me conseguí una soga larguísima, que está en escena. Puede ser la soga que te ahorca o la que te salva, las sogas que nos inventamos para salvarnos o para apretarnos. Hay un doble filo puesto en el elemento, en el objeto, que puede ser físico y metafórico. Trabajamos durante un año en el texto y en las acciones.
-¿Qué te aportó el trabajo de Emilia Previgliano?
-Hubo un gran trabajo de ella como directora desde la paciencia; y en el caso mío, como actriz, desde la incertidumbre. “Yo hago, vos me mirás, confío en que lo que me decís”. Trabajé mucho con el texto, iba proponiendo y armábamos en el cuerpo. La información estaba. Del mismo modo pasó con el título de la obra, lo elegimos un mes antes de estrenar, y era obvio que se iba a llamar así. Por otro lado, es también una obra muy diferente de mi ritmo físico personal. Cuando estuvo lista, nos dimos cuenta, debían ser los 45 minutos que son. Hay quienes dicen que habría que desarrollar más tal o cual tema, pero no, quedate vos en tu tema desarrollándolo en tu casa, yo no te quiero explicar. Tampoco es una obra encriptada ni nada por el estilo. La verdad, fue un trabajo de mucha intimidad. A Emilia la vi actuar una vez y me gustó mucho, me quedé con eso en la cabeza y recién al año le escribí para que me dirigiera, y ahora somos muy amigas. Fue un año y medio de trabajo para que la obra aparezca, pero también porque quisimos ver qué pasaba, qué salía, y no ir a la fórmula que una ya sabe. Las dos estudiamos, nos formamos. A mí me gusta la teoría teatral, laburé mucho como asistente de dirección y como actriz, y estoy contenta porque la obra es pura actuación, sin ninguna otra pretensión. También hay mucha exposición de mi parte, pero de eso se trata actuar. Como me dijo alguien una vez: esto de actuar es sacarte máscaras, es despojarte cada vez más y mostrarte más, para que el espectador se pueda reflejar en uno.