Como si se tratara de una epifanía, Los Fabulosos Cadillacs estamparon para siempre a Víctor Jara en la cultura pop a través de “Matador”. Si bien no parecía el eje de su mega hit, antes del remate del tema el bajista Flavio Cianciarulo le pide al cantautor chileno que “resista” y que “no calle”. Suficiente para exorcizarlo. En el otro lado de la Cordillera, cuatro años antes, la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación cambió la carátula de su muerte a “asesinato político”. Le dispararon 44 veces en el Estadio Chile, y luego lo arrojaron a unos matorrales cercanos al Cementerio Metropolitano (en una de sus zonas aledañas, hoy se encuentra el parque Víctor Jara). Después llevaron su cuerpo a la morgue, donde le asignaron la etiqueta de “NN”. Más tarde fue identificado por su esposa, la coreógrafa británica Joan Turner, y sus restos fueron enterrados en el Cementerio General.

Este sábado 16 de septiembre se cumplen 50 años del homicidio del icono de la canción protesta, así como emblema de la “Nueva canción chilena”. Se trató de un movimiento músico-social erigido en torno al proceso de la Unidad Popular de Salvador Allende, gobierno democrático derrocado el 11 de septiembre de 1973 por el golpe de estado de Augusto Pinochet. Ese martes a la mañana, pese a la amenaza de las Fuerzas Armadas de hacerse con el poder, el artista dejó su casa. Cuando puso en marcha su Renault 4 blanco, lo hizo a partir de la convicción de que había que hacerle frente al clima de miedo instalado por el fascismo. Es por eso que, tras despedirse de su pareja y su hija Amanda, rumbeó a la Universidad Técnica de Chile (UTE), donde trabajaba. La otra razón por la que debía salir era porque fue invitado a tocar en el acto político programado para ese día por el presidente de la República.

Antes del mitin de Allende, que pregonaba “la vía pacífica del socialismo”, en la institución académica se anunció la inauguración de la muestra Por la vida siempre, concebida para rechazar las intenciones golpistas. Al poco rato de que Jara llegara con su guitarra, los aviones del bando sublevado comenzaron a bombardear el Palacio de la Moneda (sede del Poder Ejecutivo chileno). Se escuchaban explosiones y disparos por doquier. En la UTE, profesores y alumnos se enteraron de que el golpe estaba en acción. Al caer la tarde, una patrulla militar les informó a las autoridades universitarias que comenzaría un toque de queda, por lo que no podían salir del predio. Prometieron que al día siguiente los recogerían buses del ejército para dejarlos en lugares desde donde podían regresar a sus hogares. Esa noche, el músico, militante del Partido Comunista de Chile, tocó para levantar el ánimo de sus compañeros. Fue su último recital.

En la mañana del 12 de septiembre, un grupo de infantería militar entró en la universidad y detuvo en el patio a unos 600 alumnos, docentes y empleados. Y los subió a los buses, pero para llevarlos al Estadio Chile (llamado Estadio Víctor Jara a partir de 2003). Mientras descendían de los vehículos, en el lugar ya se encontraba un volumen grande de detenidos proveniente de otras partes de Santiago. En ese momento, los de la UTE se dieron cuenta de que ellos también lo eran. Entre los 5 mil secuestrados estaba Jara. Un oficial se dio cuenta de su presencia, lo mandó a sacar de la fila, y le dijo al conscripto: “A ese hijo de puta me lo traen para acá”. El soldado acató el mandato, y lo apartó de manera violenta. Entonces el oficial remarcó: “No me lo traten como señorita”. Tras la orden, el juglar, que iba a cumplir 41 años el 28 de septiembre, recibió un golpe con la culata del fusil, y cayó al suelo ensangrentado.

El músico nacido en la comuna de San Ignacio había grabado meses antes su octavo álbum de estudio (devenido disco póstumo), Canto por travesura, por lo que el 11 de septiembre se iba a juntar en la UTE con el artista gráfico José Pepe Palomo para conocer la propuesta del arte de tapa. “La idea de hacer el disco me la sugirió un amigo que me dijo: ‘¿Cuándo vas a grabar esas canciones alegres, divertidas, que te he escuchado por ahí?’. Pensé que tenía razón, que los chilenos somos alegres, dicharacheros, con mucho sentido del humor”, le contó Víctor Jara a Revista Ramona en 1973. “Me pareció conveniente hacer un disco con este material tan nuestro. Creo necesario recordar que no todo lo chileno es quena, charango y bombo”. El artista gráfico descartó poner algún dibujo de él, y optó por hacer un collage con grabados de Lírica Popular (serie de impresos que circularon en los principales centros urbanos de Chile entre fines del siglo XIX y comienzos del XX).

Actor, mimo, director teatral, compositor y cantante, Jara provenía de una familia de campesinos que se distinguía por su arraigo al folklore. Su padre Manuel trabajaba la tierra, en tanto que su madre Amanda se dedicaba al hogar y tocaba la guitarra. De hecho, su éxito “Te recuerdo Amanda”, de 1969, está inspirado en ellos. Una década antes, conoció a Violeta Parra, quien lo animó a hacer carrera en la música. Le hizo caso. En 1961 compuso su primera canción, “Paloma quiero contarte”. Y cinco años después sacó el álbum epónimo con el que debutó como solista. Todo esto en simultáneo a su trabajo teatral, que lo trajo a Buenos Aires en 1960. La crítica no fue benévola con él, pero la escena artística porteña le abrió las puertas: “Esto me permitió darme cuenta de que los estudiantes están impulsando un movimiento importante en cuanto a sus reivindicaciones y a la lucha por el poder, junto con los trabajadores”.

En 1967, Violeta Parra lanzó el disco Ultimas composiciones, cuyo repertorio atravesó a la generación de músicos de la que Jara formaba parte. Ese trabajo sirvió de inspiración para la confección de un movimiento (afín a los que dieron vida a la canción popular latinoamericana de los años 70) que aunó al folklore local, las manifestaciones musicales urbanas propias de la época y el compromiso político. Así nació la “Nueva canción chilena”, de la que el ex Quilapayún es considerado el eslabón con el rock por esbozar un perfil artístico con muchos puntos en común con los de Bob Dylan. De eso dan fe canciones del calibre de “El derecho a vivir en paz”, “Manifiesto” o “Ventolera”: usado por la Unidad Popular, coalición que reunía a la izquierda chilena, para la campaña presidencial de 1970. Tras ganar las elecciones, el músico fue nombrado “embajador cultural”. Su compromiso con ese proceso político era de tal magnitud que definió su destino.

“Así que vos sos Víctor Jara, el cantante marxista. ¡Comunista concha de tu madre, cantor de pura mierda!”, le gritó el oficial en el campo de prisioneros improvisado, según contaron los testigos. Lo golpearon hasta casi hacerle estallar un ojo, mientras el músico sonreía. Eso desató la ira de los militares, quienes además le pisotearon las manos y hasta jugaron a la ruleta rusa con él. Luego de dos días sin agua ni comida, otro detenido le consiguió un huevo crudo. Lo perforó, y lo sorbió tal como hacía en el campo. También le pasaron una libreta de apuntes, donde escribió como pudo sus últimos versos o más bien su epitafio: “Canto que mal que sales. Cuando tengo que cantar espanto. Espanto como el que vivo. Espanto como el que muero”. De pronto, dos soldados lo arrastraron, y el artista alcanzó lanzarle la libreta a otro prisionero. Después de propinarle una golpiza más fuerte que las anteriores, se lo llevaron al subsuelo.

Durante el traslado de los detenidos al Estadio Nacional, Jara quedó retenido con otros prisioneros. Al salir al vestíbulo, algunos aseguraron haberlo visto acribillado junto a unos 40 cadáveres, apilados y cubiertos con cal. Primero le pegaron un tiro en la cabeza, y lo remataron con otros 43 disparos en el cuerpo. Antes le habían quebrado las costillas y las muñecas. Esos militares, juzgados primero por la historia y este año por la justicia chilena, ni se imaginaban que su crueldad tuvo un efecto contrario: la inmortalidad. Si en 1973 su familia consiguió darle sepultura en un acto básicamente clandestino, en 2009, a raíz de la exhumación (por orden judicial) de sus restos para determinar las causas precisas de su muerte, tuvo un velatorio como Dios manda. El 4 de diciembre lo despidió ese pueblo al que se entregó en alma y vida, y al que le ofrendó su manifiesto musical: “Yo no canto por cantar, ni por tener buena voz. Canto porque la guitarra tiene sentido y razón”. 


La labor de la Fundación

Además del medio siglo del asesinato de Víctor Jara, este año la fundación que lleva su nombre cumple tres décadas de su creación. Si bien su articulación fue una iniciativa de Joan Jara, quien funge como presidenta, actualmente el director ejecutivo es Cristián Galaz. Apenas se pone al teléfono desde Santiago, el productor audiovisual da cuenta de la intensidad de esta semana en todo el país. “Esto es lo que pasa con los procesos históricos: no terminan”, afirma. “La disputa por la memoria y los derechos humanos va a estar ahí permanentemente. Las fuerzas fascistas siempre se resguardan a sí mismas la posibilidad de volver a hacer golpes de Estado, aplicar la violencia y producir crímenes de lesa humanidad. Lo que nos toca a nosotros es hacer conciencia. Pero no es fácil”.

Antes de dirigir la institución, Galaz fue uno de los realizadores de videoclips más importantes del pop y el rock chileno en los ochenta y noventa. En ese sentido, su trabajo está emparentado al del grupo Los Prisioneros, para el que llegó a hacer los videos de hits como “Tren al sur” y “We Are Sudamerican Rockers”, con el que MTV Latino inauguró su transmisión en 1993. “Llegué a la fundación como voluntario hace 13 años”, explica el también cineasta (destaca su film El chacotero sentimental, de 1999). “Esto es todo un desafío porque no existe un apoyo concreto del estado chileno. El rescate y difusión de la memoria de Víctor Jara no sólo se remite al teatro y la música, sino que abarca sus convicciones y activismo. Son muchas dimensiones de una misma persona, sobre todo para que las nuevas generaciones lo conozcan”.

-Si bien “El derecho a vivir en paz” fue el himno en las revueltas de 2019, ¿cómo creés que evolucionó su legado ahora que se cumplen 50 años de su asesinato?

-Su asesinato volvió a estar en el tapete porque hace algunas semanas la Corte Suprema entregó el fallo definitivo para que sus asesinos sean encarcelados. Después de estos 50 años, no cumplieron un día en cárcel. Son todos oficiales en retiro. La figura de Víctor Jara es algo que se transforma y crece, pero sin su presencia. Queda en manos de los latinoamericanos qué memoria podemos rescatar de él. En ese sentido, la Fundación trabaja para que su imagen se descafeíne. El ha sido visto por las nuevas generaciones como un revolucionario que hizo un aporte grande a las luchas sociales, por más que los gobiernos intentaron institucionalizarlo. Incluso el de Sebastián Piñera. Son los cometidos que le molestan a la elite y la oligarquía.

-¿Pasan su música en los medios de comunicación masivos chilenos?

-En las organizaciones sociales y culturales, Víctor Jara nunca dejó de estar presente. En dictadura o en democracia. Hasta el año 73, él tuvo una presencia grande en los medios de comunicación porque había más pluralismo comunicacional. A partir de la dictadura, eso se terminó. Y no se recuperó. Como los medios representan los valores de la derecha, no volvió a tener cabida ahí.

-El último disco que grabó, Cantos por travesura, ¿qué lugar ocupa en su obra?

-Reeditamos su obra en CD y vinilo. Precisamente ese disco, que no alcanzó a ser distribuido en 1973, el año pasado lo rescatamos. Eso fue importante porque Cantos por travesura refleja la raíz que terminó desarrollando Víctor Jara en la música: ese canto popular, el canto en décima, el canto en guitarrón muy propio del campesinado chileno, que heredó de su madre. Si bien eso está presente a lo largo de su obra, ese disco lo potencia.

Del 28 de septiembre al 1 de octubre, en el Sitio de Memoria Estadio Víctor Jara se desarrollará la séptima versión del Festival de Arte y Memoria. Previo a ello, a propósito de los 50 años del asesinato del cantautor, este sábado se llevará a cabo una vigilia de canto popular. Pero las actividades comenzaron el 1º de septiembre con el estreno del documental En diciembre canta el gallo, dirigido por el músico Nano Stern y que recorre las voces de la “Nueva canción chilena”. Ante la consulta de la trascendencia de ese movimiento, Galaz cavila: “La Nueva canción chilena se entiende como acto de resistencia cultural a la dictadura. Algunos dicen que es un movimiento y otros creen lo contrario. Tiene varios exponentes como Santiago del Nuevo Extremo, a los que se sumaron otros que venían de antes, entre los que destaca Inti-Illimani”.

-¿Sigue existiendo?

-Hoy en día eso se fue traspasando a las nuevas generaciones. Tienes artistas que van recibiendo ese legado, y lo incorporan a su obra. No necesariamente como un gran movimiento musical, pero está presente esa idea de resistencia cultural. Eso convive con el mercado de la música y los medios de comunicación. Incluso el rap y el trap avanzan hacia esos contenidos profundos.

-¿Hay música inédita de Víctor Jara?

-Estamos en un permanente rescate de materiales musicales. Lo que lanzamos últimamente son conciertos en vivo. Muestran esa dimensión donde Víctor Jara era muy fuerte. Es distinto a la obra de estudio, por la manera como se comunicaba con el público. Eso sigue siendo muy interesante.


El fallo tardío

El pasado 28 de agosto, la Corte Suprema de Chile condenó a siete militares en retiro a penas de entre 8 y 25 años de prisión por el secuestro y asesinato de Víctor Jara. “Los hechos reseñados son reales, desde que ocurrieron en determinado lugar y tiempo y están probados, acreditados legalmente a través de los medios probatorios”, señaló el alto tribunal en un fallo unánime. Ese mismo lunes la policía intentó detener a los condenados. Sin embargo, poco luego de conocerse la noticia uno de los ex oficiales, Hernán Chacón, de 87 años, se suicidó. Los agentes lo encontraron sin vida en su domicilio, en Santiago, cuando llegaron a detenerlo para llevarlo a la cárcel. En tanto que otro de los acusados como autor material, Pedro Barrientos, está requerido en extradición desde Estados Unidos. La corte federal de Florida lo declaró en junio de 2016 responsable del asesinato de Jara, y ordenó el pago de 28 millones de dólares en compensación a su familia.