En la tapa, la imagen de Juan Domingo Perón con los brazos en alto se sumerge entre los colores calientes y el trazo agitado de “El grito”, el cuadro de Edvard Munch. Es la primera insinuación sonora de un libro que organiza la escucha como el eje de una investigación. En el título está la segunda. Llevo en mis oídos - Música y sonidos de Cámpora y Perón a Isabel y López Rega (1973-1975). El reciente trabajo de Abel Gilbert, publicado por Gourmet Musical, pone la oreja en una época vivaz en lo cultural y espesa en lo político. Una época relatada de distintas maneras, pero nunca antes desde una perspectiva sonora.

Como hizo en Satisfaction en la ESMA. Música y sonido durante la dictadura (2021), el compositor, escritor y ensayista articula, a partir de un giro auditivo, originales y efectivos procedimientos de interpretación. Una “Argentina escuchada”, en la que en torno al relato de los hechos retumba un mapa de sonidos, la partitura informal desde la que es posible una disquisición del pasado. 

“Poner el oído en la trama histórica permite añadir pliegues interpretativos que antes no se consideraban. Hay datos que están ahí, que como un tinnitus suenan todo el tiempo sin que uno se de cuenta”, ilustra Gilbert mientras se apresta a charlar con Página/12. “Me llamó la atención que cosas que son tan resonantes no llamen la atención”, agrega el autor.

–¿Qué resuena en “Llevo en mis oídos”?

–Revisar desde el punto de vista del sonido el período 1972-73, me puso ante cosas verdaderamente sorprendentes, muchas inesperadas, que continuamente me obligaban a revisar y a replantear direccionalidades y conflictos. En particular los modos en que en su momento se abordaron y se procesaron esos conflictos. En muchos aspectos este fue un libro más difícil de elaborar y de concluir que ‘Satisfaction’, donde había una especie de consenso, porque se trataba de la dictadura, con entre paréntesis las causas y las condiciones que en cierto sentido la produjeron. Este fue muy distinto.

–¿Desde qué lugar escuchás en este libro?

–Cuando se trabaja con el expediente de un crimen de lesa humanidad, no hay duda sobre de qué lado estar. En una trama más compleja, como la del período que analizo en Llevo en mis oídos, aparecieron innumerables matices, opacidades, cuestiones que me interpelaron personalmente y no quería dejar de problematizar. Por eso, una de las decisiones que tomé en este caso fue la incluirme en el relato, poner en juego la memoria personal del adolescente que era entonces.

Estrépito y ceniza

Entre la introducción y el epílogo, Gilbert articula su trabajo en dos grandes secciones: “El año corto” y “Final cantado”. Una línea cronológica con sus transformaciones, que entre la voz de las multitudes, la sonoridades de la aurora que intuye Arco Iris, la fe de Palito Ortega y la revolución que retumba en numorosas canciones –desde el Cuarteto Cedrón hasta Roque Narvaja, pasando por la perfumada de jazmín que cantaba Mercedes Sosa– agota sus decibeles en la campaña “El silencio es salud”, lanzada por el intendente de Buenos Aires. En el medio, una estela sonora de nombres, circunstancias, obediencias y trasgresiones, articula la trama de un libro que, como escribe Gilbert en la introducción, “claramente va a la búsqueda de un tiempo perdido en su doble acepción: algo que se ha poseído/experimentado, pero, también el de una derrota política que sigue repicando”.

“Me interesaba esa idea de ‘año corto’, como un momento esperanzador y el discurso social estaba atravesado por ciertas palabras. Estas características comunes se mantienen hasta los sucesos de Ezeiza”, asegura Gilbert y agrega: “Digamos que Trelew-Ezeiza se podrían entender como una instancia periodizante, a la que sigue otra que tiene que ver con el declive, la deriva, con las torsiones que se producen en el peronismo como máquina sonora”.

Ezeiza, la plaza de la ruptura del 1º de mayo, el último balcón del 12 de junio, el silencio del 1º de julio. Estas son algunas de las pistas que ordenan un gran repertorio de objetos de época, señales sonoras que Gilbert recompone en otro relato posible para la misma línea de tiempo. “En el avión que traía a Perón, que se llamaba Giuseppe Verdi, había una cantidad de cantantes. Desde los que de alguna manera presagiaban la versión más radical del peronismo, como Hugo del Carril o Leonardo Favio, hasta uno como Oscar Alonso, que le había cantado a Vandor. Algo así se podía sostener sólo con la ilusión de que una instancia superior organizaría todo y sería posible llegar a una síntesis. Pero no fue así”, asegura el investigador.

Escucha conciente, consumo de masas, reapropiaciones. Con la revisión de los materiales sonoros y textuales de la época Gilbert genera las conexiones para hilvanar otro relato. “¿Qué dice Perón cuando asegura que ‘va a tronar el escarmiento’? o ¿Cómo pensamos el tópico de la canción infantil que acompaña al conflicto generacional entre el líder y la JP? Esa juventud cantaba ‘Qué lindo que va a ser…’ y dejó la plaza al son de ‘Los maderos de San Juan’, –con la letra “…aserrín, aserrán, es el pueblo que se va…”–. En el medio de todo eso, Perón los califica de ‘imberbes’. Por otro lado, el ‘¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa General?’, remite a Parole-parole, una canción melódica que por entonces sonaba continuamente”, continua Gilbert.

En un momento del libro, el investigador escucha a López Rega. Pianista aficionado, cantante de voz aflautada y cultor de la ópera, el nefasto ministro del último peronismo llegó a proyectar en su momento un Tratado de canto, impostación y arte escénico, libro que nunca llegó a imprimirse, pero se anunciaba inminente en la solapa de otro trabajo personal: Astrología esotérica.

 “En este sentido López Rega me interesa en tanto lector del Lugones de “La metamúsica” en Las fuerzas extrañas, más que como personaje salido de Los siete locos de Arlt, digamos. En Astrología esotérica hay ‘consideraciones revolucionarias sobre la música del futuro’, por ejemplo, y otras cosas que siempre se consideraron en el ámbito de lo risible ¿Qué hubiese pasado si de pronto se tomaba en serio este aspecto del personaje? Tampoco puede quedar como una nota al pie en la biografía de López Rega que tomaba clases de canto y que en 1952 estaba en Manhattan, becado por el gobierno peronista para seguir su carrera musical en el exterior. Como Martha Argerich”, afirma Gilbert.

–Una de las revelaciones del libro, contrariamente a lo que se podría pensar, es la poca incidencia que el tango y el folklore tuvieron como columna sonora de esa época…

–El tango estaba fuera de la idea de juventud, pero leyendo el El descamisado se ve que el folklore sí estaba presente ¿Pero qué folklore? No podía ser la “Felipe Varela”, o Los Caudillos. Por otro lado, el Nuevo Cancionero, al tratar cuestiones más abstractas, como la reforma agraria, la figura del campesino o la revolución en términos genéricos, no terminaba de comentar la urgencia del presente. ¿Entonces, qué escuchaban los muchachos y muchachas? ¿Qué tocaban en las guitarreadas? Me queda la opción de (Roberto) Rimoldi Fraga. La dramatización de este momento es suya.

–¿Y cosas como Huerque Mapu y la Cantata Montonera?

La Cantata montonera es un crimen político que se hace canción y ese podría ser el síntoma de sordera de una época, un modo de pensar el tema de la violencia.

–Hay momentos de silencio que de alguna manera funcionan como articuladores, como la muerte de Perón, y un final en disolución, como la campaña “El silencio es salud”…

–El asesor de esa campaña fue (Oscar) Ivanissevich, el autor entre otras cosas de la letra de la “Marcha peronista”, y es la deriva de cómo el hecho de callarse, el ruido y el silencio se politizan. El ruido se entiende en tanto anomalía subversiva y el acallarse incluso como amenaza. Basta pensar que una de las secciones más virulentas de la revista El caudillo, se titulaba con el imperativo “Oíme”, una forma de hacer callar. Es inquietante el modo en que la frase “El silencio es salud” supera la consigna municipal para ser parte de un discurso político, del léxico del terror.

Tomar distancia

La máquina interpretativa que Gilbert monta para Llevo en mis oídos, como la que utilizó para Satisfaction en la ESMA, es complementaria con otros de sus trabajos recientes, como Escuchar Malvinas – Música y sonidos de la guerra, una compilación en colaboración con Esteban Buch, y Un muchacho como aquel - Una historia política cantada por el Rey, la biografía de Palito Ortega que realizó junto al sociólogo Pablo Alabarces, también editadas por Gourmet Musical. 

“Entre otras cosas, a estos libros los une una misma pregunta ¿qué es ser contemporáneo, qué distancia es posible tomar para entender la trama de la historia reciente”, reflexiona Gibert. “Investigar en Argentina representa de entrada un problema con el archivo… Qué pasaría si pudiésemos de pronto poder ver todas los programas de Grandes valores del tango, o los programas de (Antonio) Carrizo o (Hugo) Guerrero Marthineitz u otros formadores de gusto? Con qué nos encontraríamos? Estamos en un lugar siempre problemático, la falta de archivos es una variante histórica de El silencio es salud”, concluye Gilbert.