Cuando uno viaja se pierde por las calles, descansa en las playas, hace picnic en las plazas, escala montañas y, entre otras cosas, sube a las cúpulas de iglesias notables. Es reconfortante y placentero llegar a un punto alto y conquistar una buena vista, tomando conciencia de lo lejos que estamos de casa frente a algún lugar hermoso que, visto en pequeño por la altura, nos hace recordar que nuestro mundo y nuestras vidas son cosa menuda. El cielo se vuelve más cercano y ocupa más espacio en nuestro campo visual. Algunos se sentirán más cerca de su dios o del universo, o simplemente una energía distinta. La cuestión es que estamos en un espacio diferente al nuestro, y después de haber realizado unos minutos de inhabitual ejercicio físico alcanzamos el lugar al que queríamos llegar: algo que no siempre sucede, y menos tan rápido, en la vida ordinaria. Mirar y dejarse llenar por lo que hay afuera tiene un gesto de entrega.
AGUJAS DE MILÁN Italia es pródiga es vistas hermosas. Empezando por Milán, la ciudad de la moda y el lujo, con una iglesia acorde: su célebre Duomo, una catedral gótica cuya cúpula alcanza los 65,5 metros de altura, a cuya magnificencia contribuyeron Leonardo da Vinci y Bramante. Pensada para acoger a unas 40.000 personas, está entre las iglesias más grandes del mundo. Blanca y de mármol por fuera, durante la subida se pueden ir contemplando por las ventanas pequeñas fracciones del edificio, apreciando de cerca y en etapas las gárgolas y los pináculos. Se dimensionan la impresionante altura de cada pináculo y el detalle del trabajo de cada uno. La terraza de la parte superior ocupa prácticamente toda la superficie del templo y ofrece la posibilidad de pasear por las alturas contemplando la visita de la ciudad: pero más interesante que la panorámica es observar el arte de este techo tan particular. Dentro de los pináculos sobresale uno levantado en 1762, conocido como la aguja Madonnina, de 108,5 metros de altura. Diseñada por Francesco Croce, en la cima se encuentra una famosa estatua dorada que representa a la Virgen María. El imponente aspecto exterior de la catedral de Milán está configurado por las más de 90 gárgolas (que servían como vertederos de agua) y 130 agujas que se levantan vertiginosas hacia lo alto. Es posible acceder a la terraza tanto a pie, utilizando unas escaleras cómodas, como en ascensor pagando unos euros más.
LA CÚPULA GIGANTE El recorrido de cúpulas fascinantes puede seguir en la catedral florentina, Santa María de la Flor, símbolo de la riqueza y poder de la capital toscana desde los siglos XIV a XVII. Es otro de los edificios más grandes de la cristiandad, inmutable y único, en parte por el trabajo de mármol en la fachada pero sobre todo por la cúpula de Filippo Brunelleschi.
Esta estructura isostática tiene 100 metros de altura interior; 114,5 metros de altura exterior; 45,5 metros de diámetro exterior y 41 de diámetro interior. A la cúpula hay que añadir el campanile de Giotto, un campanario independiente, y el baptisterio de San Juan, con las famosas puertas de bronce de Ghiberti.
La subida es una aventura de 463 escalones de múltiples tipos y diferentes formas. El último tramo se realiza casi vertical entre las bóvedas interior y exterior, mientras el ascenso al Campanile de Giotto es más tranquilo y con las mismas vistas de Florencia.
Subir es descubrir por las ventanas que van apareciendo fragmentos impagables de Florencia, dimensionar el trabajo de numerosos artistas, comprender la historia de la ciudad e imaginar el sinfín de vidas que escucharon sonar las campanas. Recorrer la cúpula por un pasillo muy estrecho y alambrado no es lo mismo que caminar por los techos del Duomo de Milán en cuestión de comodidad, pero aquí la vista es maravillosa. Todo junto no se da siempre. Desde allí quedan bien claros los otros turistas en la cúpula vecina, apretados y muy pequeños tratando de adueñarse por un rato de Florencia y su magnífica belleza. Los techos y las casas brindan una paleta visual de amarillos, rojos y naranjas en composé con las siluetas de las colinas.
LA SERENÍSIMA Venecia es una ciudad única, hecha de coloridas máscaras, puentes de todo tipo, sábanas que cuelgan de edificios antiquísimos, góndolas y gondoleros, donde la fabulosa plaza San Marcos se convierte en acceso a la Basílica donde yace el evangelista. Muy diferente de las otras iglesias católico romanas, impresiona contemplar de cerca los soberbios e impertérritos caballos dorados que visten la fachada principal. Se puede subir al balcón, donde los corceles desafían desde hace un centenar de años a todo el que ose caminar por la inmensa plaza. Aunque sean una copia, y uno lo sabe, son majestuosos. Los originales se encontraban en el hipódromo de Constantinopla y fueron obtenidos como botín en la cuarta cruzada, en el año 1254, cuando fueron llevados a Venecia y colocados en lo alto de la fachada de la Basílica. Con la ocupación napoleónica de Venecia se los trasladó a París, de donde fueron devueltos tras la derrota francesa en 1815. Permanecieron en la terraza de San Marcos hasta 1980, cuando se decidió sustituirlos por réplicas por motivos de conservación. Además de ver estos cuatro distinguidos animales, regocija la vista de la plaza San Marcos, la piazzetta de San Marcos y la laguna de Venecia.
SOBRE ROMA La basílica de San Pedro es la iglesia católica más importante del mundo y una visita obligada en Roma, si bien es el corazón del vecino y minúsculo Estado del Vaticano. Se erige sobre el lugar de entierro de san Pedro, primer obispo de Roma y por lo tanto primer Papa.
La construcción del edificio actual comenzó el 18 de abril de 1506 y finalizó el 18 de noviembre de 1626, rematado por una cúpula de 136,57 metros, la más alta del globo. Pero no es el récord en altura lo que hace imperativa su visita, sino todo lo que ella permite ver adentro y afuera de esta obra extraordinaria.
Hay dos opciones para conocerla: subir a pie todo el recorrido (551 escalones) o subir parte en ascensor y el resto a pie (320 escalones). Para ascender hay que entrar a la Basílica y en el atrio externo tomar a la derecha, siguiendo las indicaciones que llevan a la cúpula y a la tumba de los papas. Ahí está la ventanilla para comprar el ticket para subir.
Con el ascensor se llega a una balconada interior que es la base de la cúpula, donde hay que detenerse para contemplar la belleza de los mosaicos y las múltiples perspectivas del interior de la Basílica. El perímetro interno presenta una inscripción en latín con letras de dos metros de altura: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia. A ti te daré las llaves del reino de los cielos.”
Disfrutada la pausa, se puede subir la espiralada escalera o bajar unos escalones que llevan a una terraza donde se encuentran los servicios, una fuente de agua, una tienda de souvenirs y una cafetería. Desde la terraza hay vista a la plaza y las estatuas superiores. Para quienes quieran ir un poco más allá, será momento de tomar un poco de aire y valentía, animándose a la estrecha escalera de caracol que, además de aventura, promete las inigualables vistas de Roma a través de pequeñas ventanas. La subida dura unos diez y eternos minutos. Una vez arriba está el plato fuerte de la visita: las espectaculares vistas de la plaza San Pedro y toda Roma en 360°. Momento de fotos, alegría y de zambullirse en el tiempo presente, con la mirada proyectada hacia los bellos jardines del edificio, la plaza del Vaticano y la inigualable Roma.