El video muestra el interior de un local atestado de personas de todas las generaciones, que se abren paso a duras penas entre la multitud para alcanzar a ver las películas exhibidas en las estanterías. Nunca fueron tan significativas las marcas de una grabación. Los tonos casi fluorescentes y el grano bien televisivo son rasgos característicos del formato VHS, aquello que buscan entre las estanterías sus protagonistas: una película para alquilar y llevarse a la casa para compartir con un otro, o consigo mismos. El video está posteado en el Facebook Gran Video Rondeau Bahía Blanca, y lo que vemos es el interior de su casa matriz, en Sarmiento 159, a principios de los 90.
El Gran Video Rondeau
De profesión ingeniero químico, cinéfilo por necesidad, en 1986 Felipe Christiansen se juntó con dos socios y el 30 de mayo inauguraron un pequeño local para alquilar películas en Rondeau 86, frente al Colegio María Auxiliadora, en Bahía Blanca. En ese momento, Sebastián, su hijo, y actual administrador de la página, tenía diez años.
"Papá siempre fue muy de de guardar recuerdos. Sacaba fotos a medida que el negocio se iba ampliando, e iba guardando recortes, publicidades y demás. Eso permitió tener un archivo que era una pena dejarlo guardado", afirma. No sabemos si Felipe ya lo sabía en el momento que atesoraba los recuerdos que hoy su hijo comparte para una comunidad de más de mil seguidores, pero el Gran Video Rondeau llegó a ser uno de los videoclubes más grandes de la Argentina.
A fines de los ochenta, los VHS (Video Home System) estaban llegando para democratizar el acceso al mundo del cine y las películas se empezaban a reproducir de manera “masiva” por primera vez. Fue tanto el éxito de esa primera sucursal en Rondeau que en poco tiempo el negocio se mudó a Sarmiento 159, a un local con 450 metros cuadrados. Ahí se instaló lo que sería la casa central del GVR, que se extendió a seis sucursales en Bahía Blanca, dos en Punta Alta y hasta una en Cipoletti, en Río Negro. Llegaron a tener 44 empleados. Para 1992, en el Gran Video Rondeau se llegaron a alquilar un millón de películas por mes.
Las fotos no mienten. Multitudes de vecinos aparecen circulando entre las estanterías de cada una de las sucursales del GVR. En una época, habían puesto hasta un barcito, donde ofrecían una copa de cortesía, según los recuerdos de Sebastián. "La gente podía pasar dos o tres horas en el videoclub esperando una película. Y mientras charlaban con otros, era como la salida en el interior. De seis a ocho nueve de la noche a veces no había espacio para moverse de la cantidad de gente que había", afirma. No miente, en uno de los videos se puede ver al mozo con la bandeja que lleva los tragos de cortesía.
Cuando había estrenos, había que reservar con varias semanas de anticipación. Había películas de colección, de cine de autor, pero casi todas las sucursales estaban enfocadas en la novedad, porque eso era lo que se demandaba. "Nosotros tuvimos suerte en esa época, pudimos viajar y se rescataron ideas de Estados Unidos antes que llegaran acá. Si bien el negocio era un comercio general creo que mi papá lo supo leer rápido, porque la gente buscaba el título importante o el título nuevo el fin de semana y nosotros lo teníamos", recuerda el flamante hijo del dueño.
Las películas se anunciaban con sorna en los medios masivos, diarios, radios y TV, anuncios que Sebastián atesora y comparte en el perfil de Facebook del recuerdo con otros nostálgicos de Bahía Blanca y alrededores, además de fetichistas del video-casete.
Rompecabezas de recuerdo
En los comentarios de cada publicaicón en el Facebook del GVR hay de todo: desde un escueto "¿te acordás?" acompañado de la mención a un compañero de películas, nostalgias varias, anécdotas, recuerdos de asistentes al videoclub, quienes ofrecen su propia historia con el videoclub y rearman el lugar como un rompecabezas.
"Los estrenos tenían tres o cuatro copias, si no ibas temprano no estaban", recuerda con cariño e inmenso detalle sus días en el videoclub Matías Philipp, hoy en día dueño de una conocida despensa de Punta Alta. "Estaba el sector apto para mayores de 18 donde se encontraban las eróticas. Primero estaba en la entrada a la derecha y después lo corrieron atrás a la izquierda. Había también un sector gamer con un exhibidor de cartuchos de Family Game y SEGA, de esos se podían sacar por dos días nada más. En los últimos años habían puesto un buzón para devolver la película los domingos. El plan era alquilar el sábado y devolver el lunes porque el domingo no abrian. Se planeaba ver la peli, se hacían pochoclos y se fijaba un horario, era todo un plan", recuerda emocionado.
Para Pablo Scarpaci, docente audiovisual de la Universidad Provincial del Sudeste y presidente de la biblioteca de Punta Alta, su historia con el Gran Video Roundeau es la historia del descubrimiento de una pasión. "En una ciudad-pueblo, en la cual te sentís encerrado en esa edad, fue como una puerta al mundo. En mi caso, ahí dentro me di cuenta de que quería estudiar cine. Me fui a buenos aires y, aunque me recibí, me di cuenta de que no servía para ese mundo, que lo que me gustaba era mirar películas, y ahí se convirtió en un lugar con el que soñás. Cuando volví a punta luego de 20 años de vivir en otros lados, me encontré en mi trabajo con una profe que había trabajado atendiendo la sucursal. Los dos nos acordábamos de mi número, el 235. Yo entraba ahí y era el 235. Cuando nos quedamos sin pelis en Punta, mi viejo nos llevaba a mi hermano y a mí a alquilar al de Bahía, que no devolvía las películas viejas, entonces tenía un acervo impresionante", recuerda Pablo, que hace años está detrás de alguna de las estanterías de melamina marrón tan características del espacio, queriendo comprar alguna para guardarse un pedacito de ese nene que descubrió su cinefilia.
El principio del fin
No faltan en esos comentarios de Facebook las infaltables groserías a la piratería, que acabó rápidamente con esa época dorada de los videoclubes. Pero antes de los avances tecnológicos, el punto de inicio de los problemas fue la poca rentabilidad. Sebastián basa sus respuestas en el hallazgo de varias facturas de la época, que su papá guardó religiosamente como el mejor de los archivistas. "Un artículo valía más o menos 80 dólares, o hasta 100, y el alquiler costaba uno o dos, en la época del uno a uno. La película tenía que tener una buena rotación para recuperar y cumplir los costos de local, los empleados, la ganancia, por eso se priorizaban los estrenos", afirma.
A la poca rentabilidad se le sumó en 1991 el decreto nacional 2736, firmado por el presidente Menem, por el medio del cual se establecía un impuesto al cine y los videos: un diez por ciento "a la venta, locación o exhibición de películas por televisión por aire o cable, video bares y todo local en los que se utilice sistema de video casette".
Como si este panorama de palos en la rueda no fuera suficiente, llegó la verdadera sentencia de muerte: el Digital Versatile Disc, o DVD. Lo que trajo el nuevo formato fue la facilidad para copiar. "Para copiar una película en VHS se tardaba como 34 horas, tenías que enganchar dos o tres caseteras, las copias a medida iban perdiendo calidad. Con el DVD podías copiar 100 películas en 20 minutos", sentencia Sebastián.
El avance de la piratería hizo decaer el formato VHS de manera masiva. Uno a uno, los videoclubes debieron reinventarse, cambiar de negocio o simplemente cerrar. El dueño del Rondeau intentó hacer un mix del video con una juguetería, ya que había incursionado en la venta mayorista hacía algunos años, pero no funcionó y en 2006 cerró su última sucursal. Tristemente, Felipe falleció en 2017, y hoy es recordado por su hijo y el público fiel de los nostálgicos que continúan armando comunidad, y añoran un pasado imposible de pensar hoy día.
La recomendación y la comunidad
"Lo que se perdió es la idea de punto de encuentro. Sobre todo en ciudades del interior, los viernes, sábado y domingo desde las cinco de la tarde hasta que cerrabámos pasaba toda la ciudad a buscar una película y se quedaban charlando, era como una salida. Ahora esa experiencia se perdió. Ya no veo que sea una experiencia ver una película con otros, como era antes, vacaciones de invierno, de verano; parte del plan era ir a buscar la película y después salir", reflexiona Sebastián.
El mundo que extrañan es uno regido por el boca a boca, el regido por la recomendación, el de la comunidad cinéfila que se reunía religiosa o circunstancialmente. "Las cajas tenían una tarjetita colocada al frente, de que la película estaba en stock. La gente sacaba la tarjeta, lo llevaba al mostrador, el empleado buscaba la ficha, la película, y ahí se preguntaba cómo era la película y se pedían recomendaciones. Los habitués buscaban un empleado en particular, había un seguimiento. No era un gasto menor en ese momento, entonces se valoraba mucho la recomendación", afirma.
Si el equivalente de la recomendación del videoclubero, hoy por hoy, es el algoritmo de la plataforma de streaming, es difícil no darle la razón a Sebastián con el valor del punto de encuentro perdido. Quienes siguen la página de Facebook, son coleccionistas o simplemente recuerdan, no los une el simple fetichismo por un formato ya discontinuado, sino el añoro por lo que el cine consiguió hacer sin esfuerzo desde sus inicios: la posibilidad de compartir un gesto, una palabra, una conexión, con un absoluto desconocido.