El primero de octubre los candidatos a presidente intervendrán en el debate obligatorio televisado. Hasta entonces, sus vidas paralelas transitan carriles separados. Cada cual atiende su juego después del batacazo electoral y del rápido reacomodamiento posterior. Hoy en día, a medio camino entre las Primarias Abiertas (PASO) y las generales, analistas y encuestadores concuerdan. Javier Milei sería puntero, Sergio Massa segundo, Patricia Bullrich, tercera.

Los competidores suponen lo mismo, incluida la exministra Bullrich. Quedan fuera de esta nota proyecciones, existencia o no de ballotage, porcentajes. Complicado determinarlos a un mes vista, largo plazo en la Argentina. Para colmo, el cronista es ateo en la religión de los sondeos.

Bullrich perdió la brújula y el manejo fluido del castellano. El salvavidas Carlos Melconian la hizo flotar un rato pero hasta un lenguaraz astuto mete la pata cuando responde preguntas todo el tiempo. Su aire distendido, el relato filo facilista contradicen al discurso ajustador y al ceño adusto de la presidenciable.

El ministro Massa pugna contra las restricciones económico financieras y las de su doble rol. La inflación lo damnifica en ambos registros. Cuando anuncia medidas juega el juego que mejor sabe y más le gusta. El decisor, el que trabaja siempre, el que no se rinde.

Massa suele ser acusado de veleta, de oportunista. Ni sus detractores niegan que las reformas al impuesto a las ganancias para los trabajadores integran su repertorio desde siempre. Fueron caballito de batalla en 2013 cuando enfrentó al kirchnerismo gobernante. La clase media que quiere flotar fue su base social entre ese año y la presidencial de 2015 inclusive. El alivio llega a una fracción de la clase trabajadora, no la más castigada. Son laburantes igual, viven al día, ahorrarán un cachito en el mejor de los casos. Están expuestos a las crisis económicas, a quedarse sin conchabo como ocurrió en las presidencias de Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Mauricio Macri. Quedan archivados eventuales debates (interesantes y válidos) sobre cuál sería un sueldo alto que podría pagar algo de un tributo progresivo al fin. La inflación galopante impide hacer cuentas, establecer reglas que duren un trimestre, construir cualquier sistema estable.

Los reintegros por el pago de Impuesto al valor Agregado (IVA) en artículos de primera necesidad se regulan como estables, se legislan como parte de un sistema impositivo futuro. “Sin trámites”, subraya la información oficial: una autocrítica a los vericuetos burocráticos que empiojan las decisiones “pro gente”.

Los gobernadores peronistas se comprometen a poner más actitud (por decirlo de modo delicado) en los comicios. El sanluiseño Alberto Rodríguez Saá --que perdió su provincia bastión-- es de la partida, un apoyo simbólico que da cuenta de las preocupaciones conjuntas. La “unidad” es condición necesaria pero no suficiente. Milei habla contra la coparticipación, el federalismo no cuela dentro de su programa, hay que reaccionar en defensa propia. Los estrategas de campaña ponen el dedo pulgar delante de los ojos para proyectar cuántos serán los nuevos votantes peronistas que sumará el Norte Grande. Los números son opinables, elevados. Tienen que ser un montón para mover el amperímetro.

El entorno de Massa, optimista de la voluntad, quiere llegar a un 35 por ciento en octubre. Baño de realidad: sería la peor elección presidencial del peronismo desde 1983. Se excluye la de 2003 porque los justicialistas se dividieron en neolemas: Menem, Néstor Kirchner, Adolfo Rodríguez Saá. Si se adicionaran, el porcentaje conjunto rondaría el 60 por ciento. El método puede ser discutible en ese caso excepcional. En cambio, los totales de 1983, 1989, 1995, 1999, 2007, 2011, 2015 y 2019 no dejan margen de dudas.

Las medidas de Massa no bosquejan un programa para los años venideros. Beneficios y exenciones a trabajadores serían una parte. La potencial reforma impositiva debería agregar fuentes de ingresos: tributos a las grandes empresas, a los grandes patrimonios, detectar de una vez a los evasores y lavadores que fugan divisas. El ministro y el candidato concuerdan: están en carpeta para cuando Massa presida la Nación.

El relato compartido del peronismo es optimista para el año que viene. Superada y sufrida la sequía, treparán las exportaciones de productos agropecuarios. En materia energética se saltará del déficit al superávit.

En Palacio hay gente para todos los gustos, hasta aquellos que dicen que es más arduo ganar las elecciones ahora que levantar a la Argentina mañana. En todo caso, es previa condición necesaria, etc.

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Mi ley de la selva: El diputado Milei no gobierna ni se desloma en la Cámara: puede recorrer medios full time. Se lo ve contento, exultante, incurre en desbordes, derrapa al grito en momentos inesperados… juega el juego que mejor sabe y que más le gusta. Periodistas domesticados que no saben a qué derecha apostar ni cómo será el mundo sin pautas publicitarias lo eximen de repreguntas. Milei mestiza jerga técnica con insultos. Macartea con criterio universalista: el Papa Francisco, los curas villeros, los economistas que lo cuestionan, los intelectuales que otro tanto. Define como guerrillero a un periodista de un afamado canal de cable… too much. Los colegas no le piden que diga el apellido y lo filtra por redes. Oy, oy, oy.

Los comentaristas en redes y quinchos, propios u hostiles, subrayan que al libertario “no le entran balas”, que está acorazado en amianto, blindado… El hombre blande una motosierra, ataca al aire en su batimóvil… El entorno ríe. No hay remate.

Estudios o sarasas de las semanas recientes vaticinan que los votos de Milei están firmes. Es lo habitual cuando se sale primero, los precedentes lo corroboran. El enigma para Milei y Massa es cómo conseguir adhesiones nuevas. Massa apela al discurso, a las medidas de impacto inmediato, a la interpelación a compañeros militantes y dirigentes. Los equipos de Milei activan en redes sociales y apelan al cuerpo a cuerpo, como describe una nota de Karina Micheletto publicada el jueves pasado en Página/12.

El conjunto de votantes elige un estilo, define como enemigos a los políticos. No son catadores de programas ni de medidas. La dolarización no es un credo sino una herramienta. Impresionan las inconsistencias del candidato favorito. Para dolarizar cuenta con un par de propuestas de “Fondos", alega. Grandes jugadores del sistema financiero, los Fondos de inversión proveerían miles de millones de dólares y recetas infalibles. “¿Quiénes perderían?”, pregunta un periodista. “Los políticos, sólo los políticos”. Una perinola imposible, casi todos ganan. Como croupiers, unos filántropos increíbles. Buitres, tiburones o lobos de Wall Street con dotes de estadista, sensibilidad social. Milei mete miedo cuando ironiza, cuando grita, cuando razona.

La indemnización por despido se suplirá por un fondo similar al que tienen los trabajadores de la construcción. Es un ahorro –predica Milei—funciona muy bien. Por ahí no es verdad. Pero, principalmente, la construcción es una actividad con alta rotación, conchabos por tiempo determinado, obras que se terminan. Su método de ahorro no es trasladable a otras relaciones de dependencia. El régimen solo atrae a las patronales o a economistas de variados pelajes que le hacen de claque.

Constituye un enigma cómo se instrumentarán los vouchers para acceder a mejor educación y salud en un país federal donde dichas funciones se descentralizaron en los 90. Los hospitales y las escuelas son provinciales y municipales en alta proporción. Los cheques al portador hacia mejores servicios tendrían que concertarse con las provincias, un engorro mayúsculo.

El lector podrá decir que la clave de la elección es el descrédito del sistema político, de las dos coaliciones que gobiernan desde 2015 y la fe en el emergente. Vale, vale. Cualquier paneo callejero, costumbrista recoge argumentos del tipo “si los serios no bajan la inflación probemos con el loco” “no podemos estar peor que ahora”. El primero cierra sobre sí mismo, es a su manera invulnerable. El segundo es falso y lo sabe quien haya vivido en la Argentina o que mire a la aldea global.

Los electores de Milei esperan respuestas veloces. Con lógica, Milei elogia a Menem y al ex superministro Domingo Cavallo. La clave es la inflación nula que duró diez años, no la Convertibilidad. Esta regla es complicada, distinta a la dolarización, un instrumento y no el fin. La inflación corroe la vida cotidiana, expresa la mayor deuda de los gobiernos de Macri y Alberto Fernández. Obsesiona, come la cabeza. Las consecuencias de la convertibilidad, la recesión, su salida estruendosa se padecieron dos décadas atrás. Es insensato separar las causas y el efecto último. Será insensato pero está de moda.

El peligro político de Milei presidente podría producirse de inmediato. Hiperinflación por descontrol de variables, por la dolarización alocada manejada por manos inexpertas. Por la reducción del gasto público superior a la del Fondo Monetario Internacional (FMI) con motosierra: miles o millones de despidos, cierres de empresas públicas. El escenario más factible probaría el temple y la sensatez de un novato violento, machista, discriminador, intolerante, fanático. Enojado con la realidad y con la protesta social que la corporizaría.

Rumbean en ese sentido y valen como alerta las advertencias expresadas en documentos de intelectuales que prometen y exigen promesa de votar al adversario de Milei en el ballotage. Fuera quien fuera. Bullrich o Massa. Los planteos son discutibles, la oportunidad quizá no sea feliz o tempestiva… la alarma es interesante.

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Argentina ¿la peor de todas?: El fenómeno Milei, el acontecimiento esperable e inesperado tiene cultores y apologistas de otros palos. La comprensión descarrila a menudo hacia la justificación del programa, del horizonte ofrecido. Millones de personas desesperanzadas abominan del Estado, creen que podrán apañárselas solas, que con dos pases mágicos se cambiará de pantalla. Detestan a lo que representa la dirigencia tradicional. Señalan problemas profundos que están pendientes no sólo de resolución, sino hasta de abordaje.

Se expande, opina este cronista, una descripción sombría del presente de la Argentina. El peor estadio de la historia, nada que rescatar, nada que valorizar. Años de caída, de despropósitos. En el orden del día del peronismo ranquean alto los ajustes de cuentas. La autocrítica es para el otro. Nos equivocamos, fueron ustedes.

Salvando distancias, el discurso decadentista se remonta al pasado. La historiografía liberal contaba que éramos una potencia mundial en el primer centenario. Ajá. La referencia no medía la distribución de la riqueza, el poder autoritario de los gobiernos, la miseria de los más humildes. Se ignora un documento histórico, revelador, buena fuente. El “Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas” del catalán Juan Bialet Massé. Médico, ingeniero y abogado, el hombre diseccionó qué tal vivían, sufrían, eran explotados y morían los laburantes en su país de acogida en esa supuesta utopía democrática y de bienestar. Fechó su informe en 1904, el relevamiento pedido por el presidente Julio Argentino Roca,

En el reino del revés a la Argentina faltan dosis de introspección positiva que valore a su sociedad, a su gente, a un Estado imperfecto pero no inexistente, a la tolerancia entre colectividades de distintos credos religiosos, a la impronta del ius soli y a la incorporación de sucesivas corrientes migratorias por mentar ejemplos Random. Un inventario prospectivo, comparando con distintas etapas históricas y con distintas realidades de países vecinos y hermanos.

Dinamitar todo es coherente con un Mesías de derecha, no con el diagnóstico de intérpretes que a veces trasuntan más la desazón ante una coyuntura cruel que la capacidad de análisis.

Este tópico da para más, lo insinuamos acá, la seguiremos. Está expandido, se evitan citas concretas que pecarían por parciales o sesgadas o por achicar la muestra.

Hoy se realizan elecciones en Chaco para gobernador y autoridades locales. Es una de las contadas provincias con sistema de doble vuelta, en su caso similar al nacional. La seguimos mañana.

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